Por Arnaldo Esté
Comúnmente los términos “ética”
y “moral” se usan indistintamente para referirse a lo mismo. Aquí, como lo he
hecho en otras oportunidades más académicas, usaré ética como la reflexión y
práctica sobre los valores, dejando la palabra moral para la reflexión y
práctica de los comportamientos. Entendiendo, por supuesto, que ambas cosas
están muy ligadas.
Ética y valores son términos
con los que se surfea y no se puede evitar su sabor eclesiástico. Suenan a
consejo y sermón, a clase repetida. Cualquier cosa menos reto. Incluso algunos
científicos y filósofos los evitan. Y tienen razón, tienen milenios
baboseándose. Pero, como la nariz o los ojos, siguen estando aquí y en todo
espacio o decisión.
Los valores son los grandes
referentes, construidos socialmente hasta alcanzar un nivel de FE, desde donde funcionan
para la toma de decisiones, el ejercicio de las competencias y los proyectos de
vida. Son algo así como las líneas blancas que se pintan en los bordes de las
carreteras para indicar que te debes mantener entre ellas para evitar un
desastre. Si en una persona o nación no se logran, se oscurecen o desaparecen,
lo que viene es el desastre.
Las culturas arrancan con los
valores. Están en el ámbito de la religiosidad de la necesaria fe. Pero no son
simples enunciados, no son recetas deseables. Tienen que estar instalados y
vigentes en las personas, comunidades y nación. Lograr esa instalación, esa
vigencia es la base de la necesaria construcción del país ahora necesaria. Más
de medidas o modelos económicos, que también son necesarios, pero que deben corresponder
a una imprescindible cohesión social.
Al dejar el surfismo
intelectual y ante la imposición tiránica, uno tiene que dejarse de pendejadas.
Hay que tomar el tema para tratar de darle sentido a una larga lucha con el
bello propósito de construir una nación.
Eso de la dignidad o el
ejercicio del propio ser, desde la propia diversidad, es cosa nueva que va más
allá de la modernidad, de Occidente. La expansión de Occidente, que no excluye
el insepulto marxismo, trae múltiples hibridaciones y mestizajes y con ellos la
sustantivación de la diversidad.
Esa diversidad puede lograr
una formalización política y estructural –económica, social– aquí.
Suena paradójico y lo es: ¿de
qué manera se podría saltar en Venezuela, desde una caverna de desamparo e
incertidumbre a un proyecto o realización que haga real esa diversidad
necesaria?
No es simple descolonización,
que es una de esas expresiones que nacen amarradas a lo que quieren negar,
perdiendo así su posible profundidad. Traen un pecado original en sus términos.
No se trata de reivindicar una
pretendida originalidad. Por lo contrario se trata de evidenciar su impureza,
su condición mul-ata.
Esto es un gran reto que
implica la inmediata interrogante sobre los líderes emergentes y su capacidad
para comprender esa diversidad.
El marxismo como el
liberalismo fueron emergencias teorizadas de Occidente y la Modernidad ya
incubadas en la Florencia de los Médici cuando la justicia se amarró a los
niveles sociales, proponiendo la búsqueda de una igualdad ante la ley que
ignoraba la diversidad. Era mucho pedirle a una emergencia de valores atados al
feudalismo. Pero allí se cocinó la democracia occidental.
Pero ahora, que tenemos que
hablar de profundizar la democracia, hay que incorporarle el valor de la
diversidad, lo que implica que la democracia supone participación desde la
diversidad y que esa condición de la participación implica también el cuido de
la dignidad.
¿Es mucho pedir?
En Venezuela la ruptura ética
es el desastre, y salir de él es construir la nación, es cohesionar a un
pueblo. Es mucho más complejo y difícil que asumir modelos o medidas
económicas. Esa construcción supone cambios políticos importantes, pero, además
de ellos, una concitación una convergencia de todos hacia esa tarea, en un
proceso en el que, simultáneamente, se van sembrando, macerando y logrando
valores.
El cultivo de la petrofilia,
como recurso para lograr y mantener el poder, no solo impidió lo que debería
ser un proceso de formación y logro de valores, sino que pervirtió, al punto de
dañar ese que tal vez sea el mayor y más importante de los valores, la
dignidad.
Contrariamente a ello, lo que
se presenta y ve son unos gobernantes que modelan la mentira y el irrespeto
como manera de ser. No es solo el fracaso de un proyecto político, es el
fracaso de los gobernantes como personas.
El actuar y el discursear de
los jefes autoriza los delitos mayores y menores que, de tan frecuentes, dejan
de ser noticias. Tal como esa masacre de la cárcel de Amazonas que duplica en
muertes el doloroso crimen de Barcelona. Tal como las retaliaciones y venganzas
que ocupan a los funcionarios de nombramientos trajinados, que ignoran el
hambre y la miseria creciente.
Hoy el reflujo de la acción
social es comprensible ante ese ejercicio descarado violento y de un poder
saturado de complicidades.
El largo trabajo de
construcción ética tuvo, sin embargo, un inicio de muy buen auspicio: el 16 de
julio, la consulta de voluntades. Fue una práctica social de valores, que es
como ellos se propician: dignidad ante el temor, autogestión, solidaridad. Nos
dice que es posible y que hay que hacerlo.
19-08-17
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