Por Leonardo Morales
La vida política suele
sorprender a los que la siguen con detenimiento y hasta con pasión. Muchas
veces un observador puede quedar impresionado por alguna acción que puede
causar admiración o también estupor. En otras oportunidades, que no son pocas,
sino más bien frecuentes, la política transcurre copiando, hasta en detalles,
episodios pasados.
Suele hablarse de la política
interior de los estados como de la política exterior como que si se tratará de
dos cosas distintas, como que si una no tuviera implicaciones sobre la otra.
Hay quienes piensan que un estado puede cambiar de una forma a otra, de una
democracia a una dictadura, sin que en el contexto internacional se produzca
alguna reacción.
Cuantas veces no se ha dicho,
siguiendo a Schmitt, en la necesidad de establecer en el ejercicio de la
política determinadas fronteras, un amigo y un enemigo, con lo que se permite
establecer un juicio político respecto del adversario, de la misma manera que
moralmente se marca diferencias entre el bien y el mal o, lo bello y lo feo,
desde el punto de vista estético.
El sistemático recurrir a esos
antagonismos ha servido a algunos jefes de estado alargar su permanecía en el
poder. En los tiempos de la dictadura del general Leopoldo Galtieri en
Argentina se aventuraron a la recuperación de las Islas Malvinas, en posesión
del Reino Unido, en una operación cuyo fracaso era previsible, pero que
permitía al pueblo argentino centrar su atención en asuntos distintos a la alta
inflación y a los graves problemas económicos que la dictadura no había sabido
enfrentar. Así, con un conflicto externo se pretendía amalgamar al pueblo
alrededor de la dictadura. Una política frecuente y un ardid de regímenes que
fracasan.
Los venezolanos llevamos 18
años viviendo de esa práctica; cuantas veces no ha recurrido el gobierno a
agenciarse a un enemigo externo para justificar su incompetencia: contra Obama
se recogieron unas cuantas firmas cuyo destino no fue otro que el que le
señalara Trotski a Martov: “el basurero de la historia.” La eterna y ficticia
guerra económica que dice librar el gobierno cuyo campo de batalla son sus
propias anquilosadas políticas.
Ahora, una vez más, pero con
otro protagonista, Maduro se opondrá a Mr. Trump que amenaza con más sanciones
a individualidades del régimen y hasta con una intervención militar para
restablecer la democracia extraviada. Procurará Maduro y los suyos distraer la
atención del país hacia un evento que ha sido rápidamente criticado y rechazado
por personalidades de la política nacional como Henri Falcón, la MUD y los
países de la región. Lo cierto es que cualquier acción de esa naturaleza debe
ser rechazada haciendo responsable a Maduro y a su gobierno de tal
eventualidad.
Nuca será suficiente dejar de
exigir al liderazgo político democrático la búsqueda de solución a la crisis
actual entre los que aquí vivimos. Entre nosotros resolvimos nuestra
emancipación junto a otros que nos acompañaron, pero liderados por los de aquí.
Nuestras dificultades son muchas y las salidas de orden político deben
dilucidarse entre los venezolanos y si, como en otras ocasiones, países amigos
contribuyen a ellas, bien recibidas serán.
El mundo que ha puesto su atención
en el devenir de Venezuela, debe insistir en que se recupere la
institucionalidad republicana que el gobierno ha interrumpido por una suerte de
democracia tumultuaria que se ejecuta desde una asamblea constituyente
inconsulta, excluyente y, además, se arroga facultades de los demás poderes
constituyéndose una enorme violación de la Constitución de 1999.
Nuestras circunstancias no son
fortuitas, ellas están allí por obra propia, no fue el destino sino la inacción
de muchos o la continua creencia en el “Gendarme necesario”. Así, alguna vez se
pensó en el causante de esta tragedia: Chávez. Ahora, de nuevo, las miradas se
fijan en otro: Trump.
Como ya lo advirtió Platón:
“El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores
hombres.”
19-08-17
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