RAFAEL LUCIANI 19 de agosto de 2017
@rafluciani
Esta
nueva etapa que hemos iniciado los venezolanos, tras la instalación de la
Constituyente, ha incrementado el índice de deshumanización en nuestra
sociedad. Nuestros rostros cargan con la pesadumbre de la desesperanza y la
impotencia que se siente al no ver cambios reales que nos abran el horizonte a
un futuro de bienestar para todos. La prolongación del sufrimiento cotidiano
ante la escasez de alimentos y medicinas es un terrible signo de indolencia que
está afectando el modo de ser y vivir de los venezolanos. En este contexto, la
ayuda humanitaria no puede verse como una de las tantas tareas por hacer, sino
la más urgente actualmente, pues de ella dependen vidas humanas, especialmente
niños que apenas comienzan sus vidas y ya padecen graves problemas de
desarrollo.
Al
discernir lo que vivimos podemos recordar las palabras del Salmo 36 que habla
de líderes sociales, políticos y religiosos de cuyas bocas «sólo salen palabras
de iniquidad y engaño, que renuncian a ser sensatos y a hacer el bien, y que
maquinan la maldad sobre su lecho, empeñándose en un camino que no es bueno»
(Sal 36,3-4). Si no discernimos y buscamos cómo revertir esto, desde el nivel
personal al social y comunitario, no podremos salir de este círculo vicioso que
nos está quitando la paz mental y la esperanza. Esto pone en riesgo tanto al
porvenir personal como al destino que nos espera como país. Sin embargo, no
todo está perdido, porque la reconstitución del tejido social y moral puede
comenzar con pequeñas acciones y propósitos personales, familiares e
institucionales que alivien nuestra carga diaria y generen una cadena de
solidaridad y dolencia por el otro.
Algunas
actitudes del Jesús histórico nos pueden ayudar pues él vivió bajo la opresión
del régimen militar del Imperio Romano pero nunca se dejó deshumanizar. Primero,
asumió la vía de la no violencia como única forma de reaccionar frente a quien
provoca el mal, porque de otro modo «todo el que pelea con espada, a espada
morirá» (Mt 26,52). Segundo, fomentó, en todo momento, relaciones basadas en
solidaridades fraternas para construir un mundo justo que pudiera apostar por
el bien común del otro, y no los intereses individuales o partidistas. Para él,
son «bienaventurados los que luchan por la justicia» (Mt 5,10) y «promueven la
paz» (Mt 5,9). Tercero, él siempre habló con la verdad y vivió con
transparencia, sin dobles discursos o cambios inexplicables en sus opciones. La
vía ética genera credibilidad cuando hay testimonio. Cuando no hay testimonio,
las palabras quedan vacías de referentes reales y tangibles.
Cuando
nos acostumbramos al maltrato y a la violencia cotidianas, debemos hacer un
alto y tomar en serio el hecho de discernir el talante humano perdido, u
olvidaremos el bien mayor que da «sentido» y «eternidad» a nuestras vidas. El
único camino que humaniza es el que surge de la comprensión del otro como un
bien mayor, como un don en mi vida y una tarea para aprender a convivir en un
mismo espacio.
Sí
podemos recuperar la esperanza y hacer «aquí en la tierra, como se vive en el
cielo» (Mt 6,10), pero es necesario discernir y apostar por proyectos
trascendentes, inspirados en el bien del otro (Sal 86,15; 103,8) y buscando, en
todo, el bien común. Cuando coloco al otro primero, y lo acepto como un bien
mayor en mi vida, es que puedo ceder el propio espacio para trabajar juntos por
el bien común y el crecimiento mutuo en humanidad. Todo otro camino, como
«odiar al otro, lleva a deshumanizarnos» (1Jn 3,15).
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico