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domingo, 20 de agosto de 2017

Más allá de la deshumanización, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI 19 de agosto de 2017
@rafluciani

Esta nueva etapa que hemos iniciado los venezolanos, tras la instalación de la Constituyente, ha incrementado el índice de deshumanización en nuestra sociedad. Nuestros rostros cargan con la pesadumbre de la desesperanza y la impotencia que se siente al no ver cambios reales que nos abran el horizonte a un futuro de bienestar para todos. La prolongación del sufrimiento cotidiano ante la escasez de alimentos y medicinas es un terrible signo de indolencia que está afectando el modo de ser y vivir de los venezolanos. En este contexto, la ayuda humanitaria no puede verse como una de las tantas tareas por hacer, sino la más urgente actualmente, pues de ella dependen vidas humanas, especialmente niños que apenas comienzan sus vidas y ya padecen graves problemas de desarrollo.

Al discernir lo que vivimos podemos recordar las palabras del Salmo 36 que habla de líderes sociales, políticos y religiosos de cuyas bocas «sólo salen palabras de iniquidad y engaño, que renuncian a ser sensatos y a hacer el bien, y que maquinan la maldad sobre su lecho, empeñándose en un camino que no es bueno» (Sal 36,3-4). Si no discernimos y buscamos cómo revertir esto, desde el nivel personal al social y comunitario, no podremos salir de este círculo vicioso que nos está quitando la paz mental y la esperanza. Esto pone en riesgo tanto al porvenir personal como al destino que nos espera como país. Sin embargo, no todo está perdido, porque la reconstitución del tejido social y moral puede comenzar con pequeñas acciones y propósitos personales, familiares e institucionales que alivien nuestra carga diaria y generen una cadena de solidaridad y dolencia por el otro.

Algunas actitudes del Jesús histórico nos pueden ayudar pues él vivió bajo la opresión del régimen militar del Imperio Romano pero nunca se dejó deshumanizar. Primero, asumió la vía de la no violencia como única forma de reaccionar frente a quien provoca el mal, porque de otro modo «todo el que pelea con espada, a espada morirá» (Mt 26,52). Segundo, fomentó, en todo momento, relaciones basadas en solidaridades fraternas para construir un mundo justo que pudiera apostar por el bien común del otro, y no los intereses individuales o partidistas. Para él, son «bienaventurados los que luchan por la justicia» (Mt 5,10) y «promueven la paz» (Mt 5,9). Tercero, él siempre habló con la verdad y vivió con transparencia, sin dobles discursos o cambios inexplicables en sus opciones. La vía ética genera credibilidad cuando hay testimonio. Cuando no hay testimonio, las palabras quedan vacías de referentes reales y tangibles.

Cuando nos acostumbramos al maltrato y a la violencia cotidianas, debemos hacer un alto y tomar en serio el hecho de discernir el talante humano perdido, u olvidaremos el bien mayor que da «sentido» y «eternidad» a nuestras vidas. El único camino que humaniza es el que surge de la comprensión del otro como un bien mayor, como un don en mi vida y una tarea para aprender a convivir en un mismo espacio.

Sí podemos recuperar la esperanza y hacer «aquí en la tierra, como se vive en el cielo» (Mt 6,10), pero es necesario discernir y apostar por proyectos trascendentes, inspirados en el bien del otro (Sal 86,15; 103,8) y buscando, en todo, el bien común. Cuando coloco al otro primero, y lo acepto como un bien mayor en mi vida, es que puedo ceder el propio espacio para trabajar juntos por el bien común y el crecimiento mutuo en humanidad. Todo otro camino, como «odiar al otro, lleva a deshumanizarnos» (1Jn 3,15).

Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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