Por Froilán Barrios
Desde la época de la Guerra
Fría al finalizar la II Guerra Mundial, cuando el Oriente y el Occidente se
dividieron el mundo en escenarios de influencia, unos bajo el manto capitalista
y del otro, en el entramado comunista, se conocen estos cantos de sirena
provenientes del socialismo real estalinista, sea de corte soviético o maoísta,
consistentes en culpar al imperialismo de la miseria humana a la que estuvieron
condenados miles de millones de habitantes de este planeta.
Toda esta política fue
acompañada de un meticuloso aparataje ideológico y represivo que sirvió de
excusa para implantar las más cruentas dictaduras, solo comparables a los
fascismos que azotaron Europa en el siglo XX, siendo su objetivo estratégico
condicionar a la diezmada población a la vigilia obsesiva y permanente, ante la
invasión inminente de la OTAN o de cualquier ataque extraterrestre. Según esta
óptica había las invasiones malas del imperio, y las buenas, las del Pacto de
Varsovia a Hungría (1956), Checoslovaquia (1968), Afganistán (1979) y el
tutelaje chino sobre el sudeste asiático.
En América Latina el curso
ideológico tomó un nuevo rumbo con la invasión de playa Girón en Bahía de
Cochinos (1961) promovida por la administración Kennedy, convirtiendo la
fracasada acción en ícono revolucionario ante la victoria del régimen
castrista, que significara la condena mundial a toda acción proveniente del
Departamento de Estado o de cualquier potencia extranjera, y en “justificable”
la injerencia del gobierno cubano ante las injusticias que sufrían los pueblos
del continente, aun cuando el más subyugado y miserable sea el de la otrora
Perla del Caribe.
La ópera prima del
injerencismo castrista en el continente ha sido Venezuela, a tal extremo que la
tan cacareada soberanía nacional mentada permanentemente por el discurso
oficialista ha sido violada por la presencia extranjera de decenas de miles de
funcionarios cubanos en todas las instituciones públicas del Estado venezolano,
como no la tuvo la delegación soviética en la isla. Los niveles de postración y
sumisión del régimen madurista ante el castrismo han alcanzado el ámbito de las
relaciones implantadas entre Cuba y Estados Unidos con la humillante Enmienda
Platt (1901).
En este contexto, las
equivocadas declaraciones de Donald Trump, cualidad de la que ha hecho gala en
la campaña electoral y en su corta gestión, le brindan un oxígeno a un régimen
agónico que no tiene otra opción que los errores de la oposición venezolana o
la opinión del presidente norteamericano, ya que todo el curso adoptado al
imponer la constituyente fraudulenta y la cruenta represión lo ha deslegitimado
ante la comunidad internacional, quienes hoy se ven obligados a rechazar toda
intención de operaciones militares en nuestro país.
Ahora bien, la esperanza
paradójica de los venezolanos radica en la irracionalidad monumental de este
régimen irrecuperable que, en lugar de dedicarse a resolver el tema económico,
en relación con el salario, la salud, la hambruna general, reactivar la
industria y el comercio, centra su preocupación en lo ideológico de una
inconstitucional constituyente bastarda, en implorar en inglés de muelle, un
“feis tu feis” con el odiado Trump, y en desatar una razzia de rencor
y de venganza persiguiendo opositores.
16-08-17
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