Por Claudio Nazoa
En medio de esta maldad
diabólica en la que vivimos, he llegado a una conclusión: todos tenemos la
razón.
Es duro tener una convicción
férrea y que cuando alguien que piensa lo contrario te increpa, te haga dudar.
Lo peor es que quien casi te convence con sus argumentos también se va
convencido con los tuyos. Y es que ambos tienen la razón.
Este dilema infernal se ha
apoderado del alma de muchos venezolanos. Todos sabemos qué queremos y qué no.
Lo que a veces no sabemos es cómo lograrlo.
En Venezuela está pasando algo
inédito que, precisamente por serlo, no sabemos cómo manejar a nivel político,
mental, social y grupal. Estamos como cuando apareció el virus del sida. Esta
enfermedad agarró desprevenida a la humanidad y cambió, de manera radical, el
modo de vivir del ser humano.
Así nos está pasando. Viejos y
jóvenes luchamos contra una maldad inédita que, aunque ya tiene 18 años, sigue
tomándonos por sorpresa. Es como un virus que muta cada vez que se le consigue
la cura.
Esta maraña de perversidades
con las que a diario el diablo nos bombardea, atormenta y confunde nos hace
infames con quienes deberíamos ser afectuosos. Logra que desconfiemos de
aquellos en quienes deberíamos confiar.
Es fácil ver la solución
cuando estamos fuera de los problemas. Así ocurre cuando una pareja entra en
crisis: todos, menos los perjudicados, ven la solución.
Tengo amigos muy católicos
como la hermanita Rosalía Cordero de la Congregación de los Pobres de
Maiquetía, el pragmático beato José Gregorio Díaz, el santurrón Laureano
Márquez y, por supuesto, mi cardenal in pectore Germán Flores. A ellos acudí
buscando luz. A pesar de su santidad y sabiduría, tampoco ellos saben cuál es
la manera de combatir a Satanás. Y es que el diablo tiene un arma secreta: la
desesperanza, la cual desalienta, deprime, produce odio, enajenación, división
y, lo peor, resignación.
Lo bueno de la maldad es que
es finita. Lo malo, que la vida es muy corta y por eso la maldad parece
infinita.
La bondad no la valoramos
cuando la tenemos. Debería ser el estado natural de la humanidad, pero es
frágil y si no la cuidamos podemos perderla tal y como nos está ocurriendo.
Nicolás Maduro sugirió una
solución: “…Lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas”. Yo no
estoy de acuerdo.
Soy cocinero, comediante y
escribo. Sin embargo, se me ocurre que, para lograr la paz, la única solución
que nos queda es votar, aunque nos amenacen con matarnos por ello.
21-08-17
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico