Por Roberto Patiño
Al final de una reunión de
trabajo, una de nuestras compañeras anuncia que ha concluido con éxito los
preparativos para estudiar una maestría en el extranjero. Todos tenemos
sentimientos encontrados: le deseamos lo mejor en esta nueva etapa de su vida y
al mismo tiempo sentimos pesar al despedirnos de una persona a quien apreciamos
entrañablemente. Hablamos del tema de la migración, y cada quien tiene un
familiar o amigo que se ha ido o se irá del país. La inmensa mayoría son
jóvenes: profesionales, recién graduados, e incluso estudiantes que no han
terminado sus estudios superiores.
Es una muestra del fenómeno
migratorio que se ha producido en Venezuela, y que ha tenido un repunte
sustancial en los últimos años del régimen madurista. La crisis general y la
imposición de un modelo dictatorial han deteriorado profundamente las
condiciones de vida. Ante la terrible situación interna, la población joven,
profesional o estudiantil, sólo ve posibilidades de desarrollo y futuro en el
exterior.
Según datos de la UCAB, ya
para comienzos de 2016, el 53% de los jóvenes venezolanos menores de 30 años,
tenían como proyecto inmediato emigrar. Tanto las repercusiones de la crisis
como la deriva dictatorial del actual régimen, representan razones de peso para
embarcarse en un proyecto migratorio que, aunque difícil y riesgoso en algunos
casos, pueda satisfacer las aspiraciones de una vida mejor.
Venezuela vive un complejo
momento histórico. Se han profundizado problemas como la fragmentación social y
las desigualdades económicas o resurgido taras que creíamos superadas como el
militarismo. El sistema democrático ha sido violentado por un modelo dictatorial,
de confrontación y empobrecimiento, que no duda en utilizar la violencia en la
obtención y preservación del poder. En este sentido es necesario preguntarse
cuál puede ser el papel de la actual generación de venezolanos (aquellos que
aún no superan los 30 años, entre los que me cuento) en este contexto.
Es paradójico que la misma
crisis que estamos atravesando, y que conmueve todos los estratos de nuestra
sociedad, genera también las condiciones para que las nuevas generaciones
tengan un papel protagónico y significativo. Presenta un espacio necesitado de
producir cambios y transformaciones, con nuevas perspectivas y energías pero
asumiendo la historia transcurrida y las experiencias pasadas.
Creo que nos toca abordar este
tiempo crítico con la conciencia de que nuestro proyecto de vida deberá, de una
forma u otra y en la medida de nuestras posibilidades, contribuir con una gran
tarea de rescate nacional. Esto implicará recuperar el Estado democrático de
manos del régimen que lo ha secuestrado y generar un proyecto de país inclusivo
y diverso. Capaz de comprometernos a todos los venezolanos en el camino de la
reconstrucción, el desarrollo y la convivencia. Esto no desde falsos optimismos
e inmediateces, sino desde una toma de conciencia profunda y veraz de nuestras
capacidades, necesidades y aspiraciones, asumiendo un compromiso con nuestro
futuro.
Al respecto, nuestra
generación se ha manifestado en diversos ámbitos de la vida nacional. Desde
nuevas caras en el liderazgo político y social, hasta emprendedores en las
áreas económicas y productivas, pasando por nuevas figuras en el panorama
cultural. Todos vienen interviniendo en la realidad desde sus espacios
particulares, aportando en lo inmediato y generando diversas posibilidades a
futuro. Pensemos, por ejemplo, en la generación del 28, cuyos integrantes, y
las visiones de país que estos produjeron, determinaron significativamente los
procesos sociales de los años siguientes y concluyeron, en 1958, con la
instauración de la democracia en el país.
Estos aportes pueden
producirse en diversas y variadas condiciones. En el caso de nuestra compañera,
a pesar de que se va del país, expresa el compromiso de seguir trabajando con
Alimenta la Solidaridad y el Movimiento Mi Convive, colaborando desde el
exterior. Como ella, muchísimos venezolanos continúan participando en la
solución de los problemas de Venezuela, a través de actividades y proyectos o
denunciando e informando sobre nuestra situación.
Aunque la salida de capital
humano compromete la capacidad de Venezuela de renovarse, puede ser aprovechada
para ampliar nuestra presencia en el mundo, difundir la verdad sobre lo que nos
pasa, y generar vínculos y experiencias que luego pueden ser aprovechadas y
reproducidas en el país. En mi caso particular ha sido así: luego de concluir
un master en Políticas Públicas, retorné a Venezuela a continuar mi proyecto
social y político de convivencia. Muchos de los colaboradores que trabajan con
nosotros en diversas áreas, han tenido la misma experiencia.
Nuestra compañera partirá a
finales de año y, en su mirada, podemos ver la las expectativas frente a las
experiencias por venir y la preocupación por familiares y amigos que se quedan.
Una mirada como la de millares de jóvenes en el país frente a esta nueva
experiencia migratoria. Este es uno de los tantos retos que nos ha tocado vivir
en este momento histórico. Y en ese sentido, nuestra generación será definida
por las decisiones que tome y el papel que escoja tomar.
09-10-17
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