Editorial
Por Elvia Gómez
Si algo pueden atestiguar las
hemerotecas de Venezuela –país inclinado a la memoria corta– es que en la
campaña electoral de 1998 Hugo Chávez no mintió, dijo todo lo que aspiraba a
destruir. Y lo que no dijo era deducible de sus antecedentes: un fracasado
militar felón.
El 4 de septiembre de su
primer año electoral, Chávez anunció, en un acto con uno de los pequeños
partidos que lo promovió, que modificaría la Constitución para extender el
período presidencial a su conveniencia. “Hugo Chávez entregará el poder algún
día” (El Universal 5/9/1998), dijo en su característico estilo de hablar de sí
mismo en tercera persona.
Antes de que los venezolanos
le dieran sus votos por primera vez, Chávez se había revelado ya como un
aspirante a monarca, decidido a arrollar a quienes no pensaran como él y a
dejar de lado la tradición de alternancia en el poder, inaugurada en Venezuela
en 1963. Pero, de manera pueril, contraria al discernimiento que se espera de
los mayores de edad facultados para votar, millones prefirieron oír a conveniencia,
suponer que sus amenazas eran exageraciones discursivas y elevaron a Hugo
Chávez Frías a la primera magistratura.
Conocidas las resultantes de
semejante extravío colectivo, necesario es reflexionar, a las puertas de otras
votaciones –esta vez el súmmum del ventajismo y la trampa–, sobre la enorme
corresponsabilidad que implica cómo sufragar o dejar de hacerlo. La tragedia
experimentada por el país en los últimos tres lustros hace patente que la
emisión de un voto no sólo compromete al individuo sino a toda la sociedad y,
lo que es peor, a las generaciones futuras.
Hugo Chávez no llegó por sí
solo al poder, fue el ciego –si nos apegamos al refrán– al que un pueblo
irreflexivo le dio el garrote para demoler instituciones y estado de derecho. Y
lo empoderaron, no una sino varias veces. Los herederos han perfeccionado las
malas artes inauguradas por Chávez en el ejercicio del poder y hoy Venezuela es
un país sumido en la bancarrota, el sufrimiento y la desesperanza.
Descubierto el peligro que
implicaba para la convivencia un gobierno basado en la opresión y el odio –y
que apenas satisfizo de manera temporal algunas necesidades materiales–, vino
el desencanto, proceso natural en cualquier sistema democrático, pero que en la
Venezuela del chavismo se volvió anatema: había llegado para quedarse. Pero esa
aspiración de perpetuidad, encarnada desde hace cinco años por Nicolás Maduro,
se enfrenta nuevamente a los números.
Según las encuestas
confiables, al menos el 60% de los electores de oposición ha dicho que definitivamente
está decidido a votar en las elecciones de gobernadores del próximo domingo 15.
Luego de la extraordinaria y aleccionadora jornada del plebiscito del 16 de
julio, la mayoría de venezolanos que quiere una salida pacífica a la crisis se
recompuso y ha enfilado sus energías a otro episodio para producir el cambio
político en 20 de las 23 gobernaciones en liza. Los intentos del Gobierno y sus
aliados institucionales evidencian la convicción que tienen de que son minoría
y las maniobras para desalentar el voto opositor le han ganado mayor
reprobación de la comunidad internacional. Ante esa realidad, la abstención de
los que se oponen, o ya no acompañan al oficialismo, sería el mejor aliado de
los que se aferran al poder y, además, una evasión de la enorme
corresponsabilidad que se tiene con Venezuela.
El trance que se vive pone de
relieve la obligación ciudadana de meditar rigurosamente sobre el futuro
colectivo, en lugar de negarlo e ignorar las evidencias, como hizo la mayoría
en 1998. La lucha para poner fin a este modelo ha alcanzado importantísimos
logros que han abierto los ojos de los gobiernos democráticos de la región y de
todo el mundo. Pero para consolidar la victoria, la lucha debe asumirse de
forma sostenida. Eso exige temple, compromiso y participación, en lugar de
remilgos por la actuación de una dirigencia que, pese a sus fallas, sufre y
resiste los embates, como el resto del país, de un régimen sin escrúpulos.
El pasado 5 de octubre, a
propósito del inicio de un nuevo año académico, el rector de la UCAB, el padre
José Virtuoso S.J, reflexionó sobre la necesidad de generar “esperanza
movilizadora” para “construir ilusión”. “Venezuela requiere ciudadanos
activados, conscientes, responsables y movilizados”, dijo en un auditorio
repleto de jóvenes estudiantes que aspiran a hacer su vida en esta tierra. El
próximo domingo, todos los electores convocados para los comicios regionales
tendrán la posibilidad de aportar una pieza para pavimentar una ruta, que sea
para empujar al régimen hacia su fin estará en sus manos.
09-10-17
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