Por Arnaldo Esté
A estas alturas de la crisis
general, los actores políticos y un buen número de analistas e intérpretes
saben de las mentiras y las verdades en juego. Al gobierno se le vienen encima
las cuentas por pagar, el desastre en el país, las graves carencias en
alimentos, medicinas y suministros y el agotamiento de su ideología. A los
opositores organizados, la dificultad de mantenerse unidos sin un liderazgo claro
y un programa compartido que afronte esa crisis general.
Todo eso obliga a negociar. A
la negociación se llega no como acto de simple voluntad política, sino como
efecto de esa crisis general. Eso lo saben todos y no tiene sentido esconderlo
o ignorarlo, en una comunicación clara, más allá del juego de mentiras y cobas.
Así que rápidamente se podría ir a la concreción de acuerdos.
El gobierno tiene el poder, la
fuerza militar y el apoyo, en buena parte comprado, en cierto grado ganado, de
una porción respetable de la población. La oposición, según las verdades
enredadas por los medios, los canales digitales y los superficiales abordajes
de encuestas y cuantificadores de las complejidades sociales, no sabe a ciencia
cierta con cuánto puede contar a la hora de votar.
Todo eso habría que ponerlo,
con cartas abiertas, en las mesas de negociar, aceptando, de entrada, que no
hay inocencia.
El gobierno ha glosado y
variado sus recursos de poder, usando fraudes tratando de mantener
visajes border line, asumiendo una represión medida y seleccionando
enemigos y situaciones que buscan un tardío terror (la gente no le tiene miedo
al gobierno) delatando la existencia de un “estado mayor” internacional con
asesores o cuentadantes cubanos, rusos o de la asalariada aristocracia de
sobreviviente pretensión revolucionaria.
Los opositores se abren como
un abanico con más actitudes que programas sin lograr estabilizar su dirección.
En opciones, búsquedas o repeticiones que bien podrían cultivar nuevos
liderazgos.
Como una opción de consulta
democrática se presenta la selección del candidato a presidente en primarias.
El gobierno pedirá en la mesa
respeto al presidente y a su maquinaria jurídica y cuasi parlamentaria y el
desbloqueo a refinanciamientos, recursos frescos y reducción de sanciones o
presiones internacionales (que, por cierto, fueron un logro claro de las
jornadas de calle).
Los opositores pedirán, como
otras veces, constitucionalidad institucional, libertad de presos políticos,
atención a la emergencia alimenticia y de medicina y elecciones sin fraudes,
dirigidas por un CNE fiable. Cosas estas que, si el gobierno las sabe manejar,
se podrían traducir en ganancias políticas y, especialmente, electorales.
Pero en ambos campos hay
jugadores y jugadas no propiamente turbios, sino más bien muy claros en la
necesidad de preservar sus intereses o ganar espacios dejados por el
agotamiento de otros. Se sabe del poder de la corrupción incidental u
organizada. Se sabe de los virreinatos fronterizos y los trajines con la gasolina,
el oro y los diamantes. Se sabe que el gobierno lo sabe y los deja actuar
porque son cuotas de poder que le son sensibles y necesarias.
Más o menos así se irá a las
necesarias negociaciones, apremiadas tanto por esas urgencias financieras como
por la proximidades electorales y los imprevisibles afloramientos violentos de
las muy tristes y dolorosas, tragedias familiares.
18-11-17
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