Por Marino J. González R.
La hiperinflación se apodera
de todos los espacios de la sociedad. Cualquier actividad de las personas o
familias está condicionada por el aumento de los precios. De eso depende lo que
se compra, si se va o no al trabajo, lo que se comenta en el mercado. Prácticamente
las conversaciones de los venezolanos giran alrededor de esta situación. De
nada ha servido la negación. El poder de la hiperinflación está
trastocando las costuras económicas, sociales, y también las políticas.
Tal es la magnitud de este
descalabro, que el FMI anunció a finales del mes pasado una nueva estimación de
la tasa de inflación de Venezuela en 2018. El pasado mes de octubre el FMI
indicó que la tasa de inflación podría alcanzar 2.300% en este año. Ante los
acontecimientos de las últimas semanas, el organismo indica que la tasa de
inflación podría alcanzar más bien 13.000%. Es muy poco lo que habría que
comentar si esto se acompaña, como también lo señala el FMI, con una caída de
la actividad económica de 15%. Es decir, de cumplirse el pronóstico del
FMI, Venezuela tendría en 2018 el penoso récord de la mayor tasa de todas las
hiperinflaciones de América Latina, con la excepción de Nicaragua en 1987.
Lo que determina que un
problema se pueda resolver, en primer lugar, es la disposición a resolverlo. Si
no existe esa voluntad, en muy poco probable que se pueda avanzar. Ese es
justamente el caso de Venezuela. El actual gobierno no ha mostrado ningún
signo de aceptación de que la hiperinflación es un problema relacionado con las
políticas implementadas. Ya está bastante demostrado que la hiperinflación
es causada fundamentalmente por desajustes monetarios y fiscales que pueden ser
controlados rápidamente, siempre y cuando exista conciencia de esa situación. Y
en esas circunstancias, la sobrevivencia del gobierno concentra todos los
recursos en la próxima elección para conservar el poder. Mientras tanto, las
acciones del gobierno, cuyo único propósito es aumentar la fuerza electoral,
agravan la hiperinflación porque aumentan las fallas de las políticas
implementadas, esto es, los desajustes señalados. Todo ello porque existe la
creencia de que las opciones de políticas requerirán costos de todo tipo, es
más fácil en estos momentos seguir el curso. De tal manera que no se puede
esperar que el gobierno cambie de políticas antes de la elección presidencial.
Para el gobierno es claro
que luego de la elección tendría que analizar la hiperinflación con otra
perspectiva. Y ahí entonces aparecería otra gran restricción que ha sido
crónica en el actual gobierno: la dificultad para tomar decisiones oportunas y
complejas, fundamentalmente porque existen muchos grupos y actores en su
interior. Cada una de las opciones de política tendría críticos y adversarios
con grados variables de influencia, lo cual hace muy intrincado el proceso de
decisión. Por el lado de la alternativa al actual gobierno, esto es, los
potenciales nuevos gobernantes, habría que preguntar si existe el consenso para
implementar un programa de estabilización que resuelva de raíz la hiperinflación.
Vale recordar que el gobierno de Violeta Chamorro, conformado por una amplia
alianza de partidos, solo pudo implementar el programa anti-inflacionario casi
año y medio después de la toma de posesión.
Por lo señalado, se puede
decir que en estos momentos la hiperinflación en Venezuela no tiene límites.
Los venezolanos lo saben y están actuando en consecuencia.
07-02-18
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