Fernando Mires 31 de
enero de 2018
El
poder de las palabras –dicen los semiólogos- es configurar la realidad a través
de sus signos. Más aún: crean realidades pues las cosas existen solo cuando
tienen nombre o denominación. Las palabras son significantes de significados.
Pero -he aquí la trama- no es el significado lo que crea al significante sino
el significante al significado. Poder tan poderoso que nos obliga a ajustar
constantemente al significante con lo que desea significar. Y eso, al fin,
significa pensar.
Pensar
es restituir el orden de las cosas a fin de establecer una nueva relación entre
significante y significado. Esa es la razón por la cual pienso que ha llegado
el momento de re-pensar un concepto que ocupa un papel dominante en el discurso
de la política venezolana. Ese concepto es, “comunidad internacional”.
1. ¿Qué es la comunidad internacional?
“Comunidad
internacional”, tópico recurrente en cada discusión sobre Venezuela. Para
muchos, un golpe de autoridad irrefutable al que no cabe sino acatar. No
obstante hay un problema: ¿estamos seguros de que cuando aludimos a ese
significante estamos pensando exactamente lo mismo? Si no es así, ha llegado la
hora de de-construir el contexto internacional donde está situada Venezuela
¿Qué
es la llamada “comunidad internacional”? Evidentemente, un conjunto de naciones
unidas. Con razón la comunidad internacional por excelencia son las Naciones
Unidas. Frente a ella todas las otras son simples sub-comunidades. En ese
sentido todo el globo está poblado por sub-comunidades, desde asociaciones
económicas, pasando por tratados comerciales, hasta llegar a instituciones
regionales (como la EU y la OEA) o comunidades subregionales como son las
africanas y las asiáticas.
Al
lado de las sub-comunidades institucionalizadas, existen también
sub-comunidades informales. Se trata de agrupaciones –o si se prefiere,
alianzas políticas- de gobiernos que persiguen un fin común, las que carecen de
una institucionalidad perdurable y que por lo mismo están destinadas a
disolverse si es alcanzado -o en su defecto, si no es alcanzado- el objetivo
que transitoriamente las unifica. A esas comunidades informales pertenece el
llamado Grupo de Lima
2. El Grupo de Lima
El
Grupo de Lima, visto desde esa perspectiva, es una típica asociación informal
de gobiernos democráticos. Su objetivo ha sido y es buscar una solución a la
profunda crisis política que vive Venezuela bajo el régimen encabezado por
Nicolás Maduro.
El
Grupo de Líma, recordemos, surgió frente a la imposibilidad de la OEA para
lograr la mayoría necesaria requerida a fin de condenar la política dictatorial
en Venezuela. Eso no significa que el Grupo de Lima sea una ramificación o un sustituto
de la OEA. Por el contrario, se trata de una asociación de naciones que desde
el momento de su formación (septiembre del 2017) fijó como tarea principal
convocar a un diálogo entre los principales actores políticos en contraposición
a los términos planteados por el secretario general de la OEA, Luis Almagro.
Como es de conocimiento público, Almagro, haciéndose eco del sector más extremo
de la oposición, se pronunció en contra de cualquiera posibilidad de diálogo.
El Grupo de Lima, en cambio, contradijo la posición de Almagro.
Dicho
en términos taxativos: el diálogo que tiene lugar en la República Dominicana
entre la oposición y la dictadura no habría sido posible sin la mediación y sin
la presión del Grupo de Lima. Si no hubiera sido por el Grupo de Lima nunca
habría habido diálogo. Quien quiera criticar al diálogo, debe criticar, en
primera línea, al Grupo de Lima.
Pero
el Grupo de Lima no es la comunidad internacional. Es, cuando más, una parte, o
si se prefiere, una alianza internacional muy importante y numerosa orientada a
crear condiciones democráticas en Venezuela, sobre todo las que tienen que ver
con las futuras elecciones
presidenciales en donde se decidirá el destino del país.
En
conjunto con los EE UU y la Unión Europea el Grupo de Lima es parte de un
bloque contrario a las pretensiones dictatoriales de Maduro y su grupo. Pero si
el Grupo de Lima junto con la UE y el gobierno de los EE UU conforman una
comunidad, está por verse. Debe tomarse en cuenta que el actual gobierno de los
EEUU privilegia las relaciones bilaterales por sobre las internacionales. Más
complejo se vuelve el panorama si consideramos que la dictadura de Maduro no es
una entidad aislada dentro del contexto internacional.
En
América Latina, Maduro cuenta con el apoyo de Cuba, Nicaragua, Bolivia y con la
neutralidad de Ecuador y de Uruguay. A nivel mundial es parte de un bloque
internacional –“legado” de Chávez- que bajo la hegemonía de Rusia integra
autocracias como las de Turquía y
dictaduras como las de Bielorusia y algunos países caucásicos, Siria e Irán, más el mal llamado bloque de los “no
alineados”. Dicho en breve: la dictadura venezolana se encuentra inserta en
“otra” comunidad internacional, en una asociación de dictaduras radicalmente
anti-occidentales. En ese contexto, el
Grupo de Lima opera para que Venezuela no abandone del todo el ámbito político
occidental y se someta a mínimos requisitos, sino democráticos, por lo menos
republicanos. De ahí su interés por negociar con el chavismo madurista.
Vista
así las cosas, el compromiso primario del Grupo de Lima no es con la oposición,
tampoco con las luchas democráticas del pueblo venezolano, sino, antes que
nada, con los propósitos fijados en el diálogo de Santo Domingo. Como ha sido
ya dicho, la centralidad de las negociaciones está situada en las próximas
elecciones presidenciales. Por eso, cuando Diosdado Cabello, contraviniendo al
Grupo de Lima llamó a elecciones presidenciales adelantadas, lo hizo con el
propósito deliberado de patear la mesa del diálogo. Pues ese diálogo, tan
denostado por los divisionistas venezolanos, estaba en condiciones de poner en
jaque a la dictadura. Y, desde su punto de vista dictatorial, Cabello tenía
razón. Todas las demandas del grupo opositor en Santo Domingo son
constitucionales.
El
anuncio de Cabello relativo a adelantar las elecciones sin otorgar ninguna
garantía constitucional es precisamente lo que el Grupo de Lima no podía
aceptar. Por eso el Grupo de Lima reaccionó como correspondía: si la dictadura
desconocía al diálogo, el Gupo de Lima desconocería a las elecciones llamadas
por Cabello. Tenía que hacerlo. No había otra alternativa. El capitán Cabello
–no sabemos si por encargo de Maduro o de su Jefe, el general Padrino- intentó
destruir el diálogo y con ello, a las elecciones, y de remate, al propio Grupo
de Lima.
No
obstante, la decisión del Grupo de Lima relativa a no reconocer a las
elecciones es solo vinculante para el Grupo de Lima. En ningún momento el Grupo
de Lima pretendió erigirse en vanguardia
política de la oposición venezolana. Esta última tampoco pretendió erigirse en
la conductora del Grupo de Lima. Ambas son entidades autónomas y diferentes. El
Grupo de Lima hizo en ese sentido lo que tenía que hacer. Si Cabello puso en
juego todo al adelantar las elecciones sin otorgar garantías, el Grupo de Lima
también puso en juego todo, anunciando que desconocería a las elecciones si
estas tenían lugar. Probablemente la dictadura no esperaba esa jugada.
La
dictadura evaluó el monto de la oferta final y aceptó continuar el póquer. En
parte, reculó. Los únicos que no entendieron la jugada del Grupo de Lima
destinada a presionar a Maduro para que llevara a cabo elecciones libres,
fueron, como siempre, los sectores extremistas de la oposición venezolana. En
sus mentes imaginaron que “la comunidad internacional” llamaba a la abstención
en contra de Maduro y comenzaron a delirar acusando de “traición” tanto a
quienes participaban en el diálogo como a los que se preparaban para afrontar a
las futuras elecciones presidenciales.
3. La negociación
Mientras
escribo estas líneas (31.01.2018) el diálogo de Santo Domingo fue nuevamente
suspendido. Según el “dialogante” Jorge Rodriguez, todo estaba resuelto con
excepción de un par de puntos. Lo que no dijo fue que ese par de puntos son
justamente las razones que impiden toda negociación: la fecha de las elecciones
y la fraudulenta Asamblea Constituyente elevada a categoría de principal
instancia electoral.
Con
máxima presión, la dictadura podría, eventualmente, ceder en la programación de
la fecha electoral. En lo que no puede
ceder, pues en eso se le va la vida, es en el retiro de la Asamblea
Constituyente.
Esa
AC, llamada con tanta razón la Prostituyente, es el arma letal que dispone la
dictadura para dividir a la oposición en dos frentes irreconciliables. A un
lado los que pese a la existencia de la AC anticonstitucional deciden ir a las
elecciones a enfrentar a la dictadura en las calles. Al otro los que señalan
que ir a las elecciones supone convertirse en cómplices de la dictadura. Los
unos, los que afirman que no hay peor batalla que la que no se da. Los otros,
los que aseguran que no vale la pena participar en simulacros para que la
oposición sea derrotada. Los primeros ofrecen al menos una alternativa. Los segundos no ofrecen ninguna.
Esa es la realidad. Por ahora.
El
Grupo de Lima, los EE UU y la EU, es decir lo que algunos llaman “comunidad
internacional”, extremarán sanciones a la dictadura. Eso está programado. Si
esas sanciones logran nuevas negociaciones destinadas a generar elecciones
presidenciales más democráticas, no está escrito. Lo único que parece estar
claro por el momento es que ninguna “comunidad internacional” puede
democratizar por sí sola a una nación cuando los demócratas de esa nación no
están en condiciones de lograr entre sí, si no una unidad, por lo menos una
mínima coordinación política.
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