Américo Martín 18 de marzo de 2018
El
policía interno –del que alguna vez escuché decir a los hermanos Héctor y Ludovico
Silva- nos impone desde la inconciencia censuras y conductas reprimidas. El
enemigo interno de que hablaré ahora se parece en algo pero más que del
inconsciente viene de la frontera entre ella y la conciencia. Sus efectos son
parecidos.
Si
conforme a la lógica y la reiterada prueba de los hechos, la unidad nacional es
clave para el cambio pacífico y constitucional hacia la democracia, la insólita
campaña que desde la propia oposición se libra contra ella no puede explicarse
en el marco de la lógica ni invocando lecciones de la historia. Como es difícil
sostenerla contra los poderosos jueces de la razón y de los hechos, la
resistencia anti unitaria apela a la emoción desatada, mientras más
apocalíptica y agresiva, mejor. De ahí vienen el lenguaje chocarrero el
epíteto, la descalificación despiadada, el juego desconsiderado con las
reputación de los demás, la suspicacia, el sé lo que digo y nadie me convencerá
de lo contrario.
Y en
efecto, en el mundo de las pasiones desbordadas es imposible convencer a nadie
de nada. Se puede suponer la incidencia de agentes oficialistas travestidos de
opositores. No los critico. Están en su juego, defienden sus colores. Pero el
problema es que gente honesta, de grandes ideales y principios pueda creer que
“dividir es ubicarse”, como en los años 1930 declarara alguna vez el gran
luchador venezolano Valmore Rodríguez. La de Valmore era una razón discutible
que al final devendría indiscutible. Pero en la actualidad lo indiscutible es
la sinceridad y buena fe de sus autores, pues es inconcebible que crean
racional la descalificación del que piense distinto, más cuando el país
comienza a exigir que trabajen unidos por el objetivo común.
Frente
al reto del 20 de mayo se ponen a prueba las políticas de las tres corrientes
más notorias de la oposición, una de ellas participando en el proceso y dos
insistiendo en elecciones con las condiciones del Acta de Santo Domingo
postulada por el Presidente Danilo Medina y cuatro cancilleres facilitadores.
Que cada una imagine tener la razón no tendría por qué impedir la unidad
nacional.
El 20
de mayo pasa y el objetivo de democratizar este país mediante un cambio
pacífico y constitucional sigue en pie, tanto más si el señor Maduro pierde la
legitimidad de origen, que le había servido bien.
El 23
de enero de 1958 nos enseñó dos cosas ojalá inolvidables:
1) La unidad verdadera agrupa la diversidad de
pensamientos alrededor de un objetivo supremo.
2) La eficacia de la unidad supone un espíritu
capaz de fortalecerla. Lo que Sartre llamó: la fraternidad de las trincheras.
Vale decir: considerar al aliado un compañero, no un enemigo del cual debamos
cuidarnos. La parte material de la unidad es la suma, no la resta. La parte
espiritual es el respeto a quien está obligado a luchar contigo, no contra ti. Odios
y antipatías ceden ante el supremo objetivo, que en el fondo es la libertad del
ser humano.
La
unidad no es completa si se limita a la suma de factores. Es espíritu además de
materia. Materia y Alma.
Eso
fue el espíritu del 23 de enero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico