MIBELIS ACEVEDO DONÍS 14 de octubre de 2018
Los
resultados de la encuesta Ratio-UCAB sobre percepción de las medidas económicas
caen como un latigazo de ásperas certezas. Junto al sorpresivo aumento de los
niveles de satisfacción respecto al gobierno (36,5%, su mejor registro desde
mayo-2015), hay allí avisos premiosos para un liderazgo opositor que en el
cotejo aparece muy debilitado. “Un porcentaje importante de venezolanos sólo
recibe, ve y oye la propaganda del gobierno. Nadie más le está hablando. Hay un
solo actor en escena. El gobierno está ganando la batalla de la opinión
pública”. La conclusión no podría ser más inquietante. Frente a la de un
adversario que debería estar pagando los platos rotos de una debacle mantenida
a punta de torpeza y cerrazón ideológica, la narrativa de la oposición se ha
borrado. Menudo giro: ahora el truhán se adueña del patio, ensaya rumbosas
maromas, capitaliza la escucha… ¿qué clase de pecados alentaron tal desvío?
Claro
que competir contra el aparato comunicacional del gobierno no es, nunca ha sido
una menudencia. Lestrigón hábil para adaptarse y crecer a merced de la
restricción, la propaganda oficial no pierde ocasión de alargar sus brazos:
así, en la medida en que la penuria hace más vulnerable a la gente, el control
social se recompone y expande. Sabemos cuán eficaz puede ser una operación
destinada a desfigurar la evidencia si se tiene la posibilidad de invisibilizar
a quien ofrece contraste, de suprimir su presencia, de borrarlo real y
simbólicamente del mapa. Pero también es cierto que tal aspiración no es
imbatible. Atajada por la arremetida de la verdad factual, su vida se acorta.
Más aún: al lidiar con un contradiscurso capaz de trascender la denuncia y
dibujar una alternativa nítida, dispuesta a retar la calamidad y los arrestos
de la mentira organizada, hasta la más blindada posverdad tiende a desarmarse.
Todo indica que ese contradiscurso -uno que
sin duda existió, marcando picos memorables en momentos en los que la oposición
logró remontar la incertidumbre y neutralizar al extremismo; y articularse,
inspirar, movilizar- hoy luce anémico, prácticamente inexistente, según indica
el estudio de marras. La ausencia de contendores en la cancha ha dejado al
mediocre jugador marcando goles en solitario, libre para decidir si sigue o no
las reglas, si bailotea o se entrega a la gambeta de rigor, sabiendo que en tal
circunstancia incluso la fullería es innecesaria. El paisaje no puede ser más
gentil para el mandón. La autoinvalidación del oponente le ha regalado un
respiro.
Renunciar
a la política y lo que ella implica en términos de movimiento, pulsación,
visibilidad, quizás alimenta esa percepción de que, junto con la palabra, un
agonista clave se ha esfumado. Penoso, en especial si consideramos que la
actividad política, como dice Jacques Rancière, “hace ver lo que no tenía razón
para ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar;
hace escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido”. En ese
sentido conviene detenerse no sólo en el abandono de plazas que,
inevitablemente, serán ocupadas por otros competidores; sino en la precariedad
de otras narrativas que atiborradas de “digna” negación sólo generan coartadas
para la petrificación recurrente.
El
despolitizador “NO” retumba en ellas, acorazado, reacio al ablandamiento. En el
caso de algunos que consistentemente rehúyen la dinámica de la polis, el plan
se reduce a demonizar toda iniciativa tendiente a la organización con fines
estratégicos: no al voto, no al diálogo, no a las alianzas. Seducidos por la
creencia de que el mero enunciado devendrá en milagrosa realización, apelan a
la frase hecha, al sofisma que no admite interpelación. La duda persiste:
¿cuántos se están dando por aludidos? ¿A quién afecta ese mensaje? ¿Interesa acá
cultivar lazos entre un discurso y un ethos mayoritario -para lo cual es vital
reconocer a un interlocutor de carne y hueso; construir esos colectivos de
identificación- o sólo se asalta una tribuna sin mayor afán que el de
escucharse a sí mismo?
Lo cierto es que los efectos de la dislocación
de los vínculos de representación -esos basados en una comunicación que junta,
redime, avista la oportunidad en medio de la inopia- no se han hecho esperar.
Algo que desconcierta más cuando se comprueba que aún abatida por la
frustración y la desafección política, hay una población que no se entrega a la
pulsión de muerte, que sigue apostando a “que el país mejore”.
El
diagnóstico de la relación entre líderes y sociedad da pistas para conjurar la
tensión que insiste en rebrotar. Estando la escucha tan comprometida por el
entorno, es justo prescindir del silencio y la gritería, y más bien recurrir a
una léxis que atada a la posibilidad tangible de acceder a espacios de poder,
prometa ser praxis. Con nuevas elecciones en puerta, el chance de ocupar el
cortijo abandonado se reinaugura. Preparémonos para hablar con verdad,
entonces: el eterno rifirrafe entre política y antipolítica no da tregua.
MIBELIS
ACEVEDO DONÍS
@Mibelis
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