Heisy Mejías 06 de octubre de 2018
Al
principio me resistía. Sabía que todo iba empeorando paulatinamente pero algo
me decía que aún se podía, que pronto saldríamos de ese atolladero. Así pasaron
3 años hasta que la cosa ya estaba fea; en Venezuela no se podía comer, vestir,
calzar ni vivir. La razón por la cual huí, fue el hecho de que a mi hija la
hicieran colorear a un Chávez como personaje histórico en el colegio y al
reclamar me dijeran: “mientras estudie en un colegio público, seguirá pintando
al comandante Chávez”. Ahí entendí que debía criar a mi hija en otro ambiente,
lejos de esa insensatez que daña a cualquier sociedad.
No
tenía para los pasajes, el sueldo mensual en Venezuela para ese entonces era de
un dólar y medio, ni para llegar a frontera con Brasil o Colombia me servía.
Pedí prestado a unos familiares que están afuera (sí, mi familia como la de
muchos compatriotas está regada), mientras preparaba mis documentos para estar
al día. El pasaporte lo saqué en 2014 (Gracias a Dios porque tres años después
el gobierno minimizó la impresión de pasaportes), los títulos académicos me los
llevé sin apostillar ya que debía esperar y tuve que irme de carrera, pues se
rumoraba que Iván Duque cerraría frontera al hacer toma de posesión. No fue en
avión, mi dinero sólo me alcanzaba para el viaje, el primer mes de arriendo,
más dos semanas de comida.
A
principios de agosto del año en curso, me dirijo a Cúcuta tras cinco días
amaneciendo en el terminal de pasajeros. Muchos se iban por los rumores del
cierre fronterizo, estaban colapsadas las líneas y mientras pasaba las más de
50 vallas de propaganda de Maduro (tiene más propaganda que cualquier empresa
del país).
Pensaba
en mi hija, en mi familia y en las pésimas condiciones que nos hallábamos como
sociedad. Me decía, cómo no vamos a estar tan mal si no hay empresas, no hay
producción, sólo propaganda, pura propaganda, pan y circo
Llegué
a Cúcuta y el miedo se apoderó de mí. Los “asesores de viaje” están pendientes
de quién tiene dinero o no, y el día se hizo corto para sellar la salida de
Venezuela. Hubo que dormir en la calle, los hoteles eran caros y yo iba con el
dinero contado. En esa zona la tierra es de nadie, no hay leyes, no hay reglas,
no hay jefes. Pero alguien emite las órdenes y “ofrece” seguridad. “Quien roba
muere, quien pelea muere, quien desordena muere” y así vi cómo a unos metros
desaparecían a una chica mientras sus gritos se desvanecían en la oscuridad.
Allí entendí que en efecto, el totalitarismo está consolidado, en mayor o menor
grado según el lugar pero allí está, creciendo con el miedo, el odio y el
resentimiento creado por el régimen.
De
camino a Bogotá vi a muchos “caminantes”, hablé con “traidores a la patria”,
gente injustamente acusada tras alguna protesta y muchos decían lo mismo, “yo
no quería irme, pues estoy forzado porque debo ayudar a mi familia, porque mi
calidad de vida está por el piso, porque moriré con diabetes en Venezuela,
entre otros”.
Hablé
con gente como yo, con metas y sueños y que trabajan duro, incluso fuera de
nuestro país para volver y hacer de nuestra tierra un lugar digno para nuestro
futuro
Heisy
Mejías
Secretaria
Juvenil de Unidad Visión Venezuela
@HeisyVisionaria
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