DW 06 de octubre de 2018
ENTREVISTA
A GENARO ARRIAGADA QUIEN FUERA SECRETARIO EJECUTIVO DEL COMANDO DEL
"NO"
Los
dictadores suelen ganar sus plebiscitos. Los ejemplos abundan en la historia.
Muy escasos son, en cambio, casos como el de Chile, donde el 5 de octubre de
1988 la ciudadanía dio un rotundo NO a los planes de Augusto Pinochet de
permanecer 8 años más en el poder. Un resultado que se impuso en las urnas,
contra toda la maquinaria de la dictadura, y que fue fruto de un trabajo
político y organizativo sin precedentes. Conversamos con Genaro Arrigada, uno
de sus principales artífices como secretario ejecutivo del Comando del NO.
¿Sr.
Arriagada, no era un poco iluso participar en un plebiscito en plena
dictadura?
En
Chile, allá por el año 1986, 87, había llegado a lo que Gramsci llamaba un
equilibrio catastrófico, en el que Pinochet era suficientemente fuerte para
permanecer en el poder, pero no eran tan fuerte como para destruir a la
oposición… En ese cuadro, el país se desangraba en una especie de situación sin
salida. Fue en ese momento en que se dio la posibilidad de crear un movimiento
a favor de elecciones libres. Se hizo una movilización por las elecciones
libres. En definitiva no tuvimos éxito, pero la presión se tradujo en utilizar
un mecanismo que la Constitución del 80 establecía, que era que Pinochet,
después de 16 años en el poder, podía ser ratificado por 8 años más a través de
un plebiscito.
En ese
momento, una parte de la oposición tomó la decisión de aceptar el plebiscito en
una posición, yo diría, provisoria. Es decir, si no se daban las
condiciones mínimas se denunciaría el plebiscito como falso.
¿Cuáles
eran esas condiciones mínimas?
La
existencia de registros electorales (hay que recordar que Pinochet había
quemado los registros electorales); que existieran partidos políticos
registrados; que existiera la posibilidad de tener apoderados en las mesas de
votación para controlar el resultado; que se levantara el estado de
sitio… Y, finalmente, en un acuerdo insólito, se acudió al Tribunal
Constitucional, que nos garantizó 15 minutos diarios en la televisión, en los
últimos 28 días de la campaña.
Pero
eso no significaba igualdad de oportunidades…
Nunca
hubo igualdad de oportunidades… Pero nosotros teníamos la idea de que si
lográbamos movilizar a la gente, íbamos a ganar.
Esa
noche pasaron varias horas hasta que el gobierno reconoció el resultado, y se
temió que Pinochet diera una autogolpe. ¿Qué escenario manejaban ustedes?
Esa
siempre fue una posibilidad. Pero, por otro lado, si ante la sola posibilidad
del fraude nos hubiéramos retirado, eso habría sido aceptar una derrota.
Nuestra campaña se estructuró en torno a tres grandes objetivos. El primero fue
inscribir a por lo menos 7 millones y medio de personas… Al principio contamos
con la desconfianza de muchos, que decían: "inscripción es traición”.
Bueno, finalmente terminaron todos llamando a inscribirse, incluido el Partido
Comunista.
Hubo
también un enorme despliegue para evitar un fraude. ¿Cómo se organizaron?
El
segundo objetivo era convencer a la gente de votar por el NO, y el tercero era
el control electoral. Disponíamos de estudios sobre cómo se hacen los
fraudes electorales en el mundo. La experiencia en general, casi sin excepción,
es que el que comete el fraude, el gobierno, entrega resultados totales, o
provinciales. Resultados muy agregados. Y eso es muy difícil de controlar. En
consecuencia, organizamos un sistema mesa por mesa. Había más o menos 14 mil
mesas. Y de acuerdo con las normas que se fueron acordando, los partidos
políticos que se inscribieran (fueron 4) tenían derecho a tener un apoderado en
cada mesa. Esa gente recibió capacitación y se le asignó una mesa con semanas
de anticipación. En consecuencia, tuvimos un resultado mesa por mesa. Y eso
es imposible de adulterar. Las actas son irrebatibles. Fue un gran esfuerzo de
organización. Hay que pensar que eso significó tener en las mesas a casi unas
80 mil personas. Y después había que tener personas que trasladaran las copias
de las actas hasta lugares de acopio.
¿Qué
papel desempeñaron los observadores extranjeros?
El rol
del exterior fue muy importante. Se calcula que habría unas 1.000 personas
aquí. Pero había un grupo selecto de unos 150 a 200, entre lo cuales había
líderes de talla mundial. Esa gente cumplía una función muy importante. Para el
gobierno era muy difícil agarrar a unos cientos de líderes mundiales de opinión
y echarlos a patadas del país. Era imposible. Habría tenido un costo
monumental.
¿Tenían
entonces cierta certeza de que el resultado se iba a respetar?
Certeza
de que se iba a respetar no la tenía nadie. Lo que creíamos es que el costo de
no respetarlo iba a ser abrumador.
La
instrucción nuestra era que nadie saliera de su casa. Porque teníamos la
sospecha de que si había manifestaciones, grupos ultras, o los propios
militares, los carabineros, podían disparar sobre la gente. Y si eso pasaba,
tendríamos no solo muertos, sino también una falsa justificación para declarar
el estado de sitio y suspender el proceso.
Pero
al día siguiente se produjo una manifestación espontánea de gente que copó la
Alameda. Debe haber habido cerca de un millón de personas en las calles. Y no
hubo ni un solo vidrio que se quebrara. A las 8 de la noche, cuando empezó a
oscurecer, de nuevo pedimos que la gente se retirara tranquilamente a sus casas
y que no aceptara provocaciones. Cosa que la gente hizo. Fue un modelo de
acción cívica muy notable.
¿Qué
queda de eso 30 años después?
El
país cambió muchísimo. En todo país habrá alguna cárcel donde se violan los
derechos humanos de un preso o de varios, pero en Chile no volvió a haber
tortura, no volvió a haber censura… Yo personalmente, y lo he dicho en estos
días, no quiero seguir celebrado el NO. Me parece que ya 30 años después hay
que dejar esto entregado a los historiadores. Pero fue un momento muy grande,
Pero
también hoy en día hay que defender la democracia… En distintas partes del
mundo cunden los movimientos populistas, autoritarios…
Yo
creo que hay que buscar una fórmula de parar esta nueva amenaza, que es muy
distinta de la de hace 30 años atrás, pero que tiene la misma raigambre. Al
final, todos los movimientos autoritarios y las dictaduras se parecen.
Emilia
Rojas (CP)
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