Américo Martín 28 de noviembre de 2018
Se
cumplió otro aniversario del Día del Estudiante Universitario. Teníamos
–tenemos- el 12 de febrero, referido al heroísmo juvenil de los estudiantes
tridentinos llamados por Ribas a contener la inclemente arremetida de Boves.
Pero el 21-11-57 conmemora la huelga universitaria que contribuyó notablemente
a derrocar la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Del 21 de noviembre
1957 al 23 de enero 1958 corrieron algo menos de dos meses, precedidos por la
quiebra de la unidad de las Fuerzas Armadas y la definitiva huelga general.
Precedieron
al pronunciamiento universitario la huelga del Liceo Fermín Toro (febrero 1957)
y de manera especial la Pastoral de Monseñor Arias Blanco. Entendamos que el
paro de un liceo, el documento de un obispo valiente y la huelga de los
universitarios no habrían despertado tantas emociones si el país no hubiera
estado aletargado entre el silencio y el miedo.
Los
universitarios recogieron la sorda resistencia y la pusieron en clave de
manifestación, reto y grito. Semejante estallido fue organizado por el FU
clandestino, del cual tuve el honor de ser integrante junto con Germán Lairet,
Héctor Pérez Marcano, Héctor Rodríguez Bauza y José de la Cruz Fuentes
No
pude menos que recordar las raíces hemisféricas de nuestra osadía. La matriz
fue la reforma universitaria de Córdoba, Argentina, que sacudió a
hispanoamérica en 1918. El primer manifiesto de Córdoba, con la arrogancia y
temple de los movimientos americanos, asume en frases emblemáticas la
representación continental: “Vivimos una hora americana”, “La juventud vive en
trance de heroísmo”. Que una modesta universidad hable con ese desparpajo se
explica por la autenticidad del hecho. Un estallido del alma corriendo sobre
Latinoamérica cual río de azogue encendido.
Con
análogo desparpajo diré que la venezolana huelga de 1957 arrojó enseñanzas que,
bajo las sombras que nos abruman, deben ser recordadas en tiempos continentales
de cambio. Líderes y activistas aprendieron la ciencia-arte de la política.
Primero,
unidad es confluencia de cuerpo y alma frente a la común tarea que puede ser
cumplida posponiendo legítimas aspiraciones banderizas, nunca inventando
enemigos
Segundo,
la unidad suma fuerzas plurales. Su espíritu pide no empujar gente al campo opuesto
y tenderle la mano a la disidencia de esa acera. Hay excepciones: que no sean
el odio y la venganza los encargados del escrutinio.
Tercero,
no creerse dueño de la verdad ni juez supremo que confunde acusación con
sentencia condenatoria y justicia con venganza
Cuarto,
la flexibilidad acerca el objetivo en lugar de arruinarlo con pueriles
amenazas. Cerrar puertas dificulta el cambio democrático. No basta con prometer
la vida por una causa, hay que tratar de que la causa venza.
El 23
enero recupero mi libertad. Con días de retardo leemos una nota de Carlos
Alvarez, seudónimo del extraordinario Rómulo Betancourt. Sugiere rematar la
dictadura con una salida “a lo Odría”, el general que persiguió a Haya de la
Torre y después negoció con él.
– No
fue necesario, compañero, MPJ huyó… pero ciertamente pudo serlo.
Erasmo,
el sabio humanista holandés, escribió: Dulce bellum inexpertis: La guerra solo
es dulce para quien no la ha probado.
Américo
Martín
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