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jueves, 29 de noviembre de 2018

Guerra y paz, por @AmericoMartin




Américo Martín 28 de noviembre de 2018

Se cumplió otro aniversario del Día del Estudiante Universitario. Teníamos –tenemos- el 12 de febrero, referido al heroísmo juvenil de los estudiantes tridentinos llamados por Ribas a contener la inclemente arremetida de Boves. Pero el 21-11-57 conmemora la huelga universitaria que contribuyó notablemente a derrocar la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Del 21 de noviembre 1957 al 23 de enero 1958 corrieron algo menos de dos meses, precedidos por la quiebra de la unidad de las Fuerzas Armadas y la definitiva huelga general.

Precedieron al pronunciamiento universitario la huelga del Liceo Fermín Toro (febrero 1957) y de manera especial la Pastoral de Monseñor Arias Blanco. Entendamos que el paro de un liceo, el documento de un obispo valiente y la huelga de los universitarios no habrían despertado tantas emociones si el país no hubiera estado aletargado entre el silencio y el miedo.

Los universitarios recogieron la sorda resistencia y la pusieron en clave de manifestación, reto y grito. Semejante estallido fue organizado por el FU clandestino, del cual tuve el honor de ser integrante junto con Germán Lairet, Héctor Pérez Marcano, Héctor Rodríguez Bauza y José de la Cruz Fuentes

No pude menos que recordar las raíces hemisféricas de nuestra osadía. La matriz fue la reforma universitaria de Córdoba, Argentina, que sacudió a hispanoamérica en 1918. El primer manifiesto de Córdoba, con la arrogancia y temple de los movimientos americanos, asume en frases emblemáticas la representación continental: “Vivimos una hora americana”, “La juventud vive en trance de heroísmo”. Que una modesta universidad hable con ese desparpajo se explica por la autenticidad del hecho. Un estallido del alma corriendo sobre Latinoamérica cual río de azogue encendido.

Con análogo desparpajo diré que la venezolana huelga de 1957 arrojó enseñanzas que, bajo las sombras que nos abruman, deben ser recordadas en tiempos continentales de cambio. Líderes y activistas aprendieron la ciencia-arte de la política.

Primero, unidad es confluencia de cuerpo y alma frente a la común tarea que puede ser cumplida posponiendo legítimas aspiraciones banderizas, nunca inventando enemigos

Segundo, la unidad suma fuerzas plurales. Su espíritu pide no empujar gente al campo opuesto y tenderle la mano a la disidencia de esa acera. Hay excepciones: que no sean el odio y la venganza los encargados del escrutinio.

Tercero, no creerse dueño de la verdad ni juez supremo que confunde acusación con sentencia condenatoria y justicia con venganza

Cuarto, la flexibilidad acerca el objetivo en lugar de arruinarlo con pueriles amenazas. Cerrar puertas dificulta el cambio democrático. No basta con prometer la vida por una causa, hay que tratar de que la causa venza.

El 23 enero recupero mi libertad. Con días de retardo leemos una nota de Carlos Alvarez, seudónimo del extraordinario Rómulo Betancourt. Sugiere rematar la dictadura con una salida “a lo Odría”, el general que persiguió a Haya de la Torre y después negoció con él.

– No fue necesario, compañero, MPJ huyó… pero ciertamente pudo serlo.

Erasmo, el sabio humanista holandés, escribió: Dulce bellum inexpertis: La guerra solo es dulce para quien no la ha probado.

Américo Martín

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