Rafael Luciani 01 de diciembre de 2018
“La
propuesta de Jesús es la del respeto por la dignidad del ser humano, la lucha
contra las injusticias que producen más pobres y la liberación de todo sistema
religioso, político o económico que cree dependencias y convierta a las
personas en súbditos”. Así describe el teólogo venezolano Rafael Luciani la
doctrina de Jesús de Nazaret en su libro Al
estilo de Jesús: una propuesta de discernimiento para tiempos de crisis.
-¿Qué cree que diría o predicaría Jesús en
el siglo XXI? ¿Sería su mensaje diferente al de su tiempo?
-En el
siglo XXI, a pesar del desarrollo que hemos logrado en general, la gran mayoría
de la humanidad vive en pobreza y esto sigue siendo un escándalo. A esto se le
puede sumar el preocupante fenómeno de las migraciones, cuyas cifras son las
más altas que hemos tenido en la historia. El mensaje de Jesús sigue siendo
actual y su acercamiento preferencial a los pobres y marginados es la clave de
su vida y propuesta. Es algo que nos debe poner a pensar porque quien sigue a
Jesús y quiere vivir a su estilo, no puede no optar por los pobres para que no
exista más pobreza y miseria en este mundo. Tampoco puede vivir una fe aislada
de la realidad. Una fe limitada al culto y los sacramentos, mientras las
actitudes y los tratos con los demás son de exclusión y discriminación, como lo
estamos viendo tanto en nuestro país, como en los movimientos fundamentalistas
religiosos que encontramos en distintos países y culturas actualmente.
-¿Sería Jesús hoy un antisistema? ¿Qué
tipo de seguidores tendría un Jesús moderno?
-La
propuesta de Jesús no es la antipolítica o la anticultura. No es una propuesta
que pretenda destruir lo que existe, sino hacer que las personas y las
instituciones se conviertan a una vida fraterna y centren su acción en el
respeto por la dignidad del ser humano, la lucha en contra de las injusticias
que producen más pobres, y la liberación de todo sistema religioso, político o
económico que cree dependencias y convierta a las personas en súbditos. En este
sentido es que su propuesta es profética porque no busca acomodarse a la
cultura ni a las estructuras vigentes, ya que entiende que el sujeto humano es
sagrado y vale más que cualquier opción religiosa, política o económica que
podamos hacer. En fin, el sábado o el hombre, el dinero o el servicio, la rentabilidad
económica o la humanización ¿Qué viene primero? Hoy Jesús haría lo mismo: ir a
los que son marginados por diferentes causas, denunciar todo aquello que cree
inequidad e injusticia, acercarse a los nuevos rostros de migrantes, buscar la
inclusión de nuevos grupos que son aislados o segregados, moral y
culturalmente, y hacernos comprender que si queremos vivir en el reino de Dios,
debemos comenzar por vivir fraternalmente aquí y ahora, y no al morir.
-¿Qué mensajes de Jesús son aplicables
hoy?
-En el
ámbito político, es urgente entender que no existen mesianismos políticos, que
éstos sólo han servido para atornillar en el poder a personas que luego
terminan siendo dictadores. Para los cristianos el único mesías es Jesús, y
esto significa que él no quiere reyes, ni príncipes, ni señores, ni dictadores,
en fin, a nadie que actúe despóticamente. Su mensaje es un claro
cuestionamiento a los sistemas totalitarios y dictatoriales, y a todo tipo de
proyectos y relaciones que hagan de nosotros menos libres y más dependientes.
En el ámbito religioso, Jesús busca que cada persona tenga una vida propia e
íntima con Dios, una relación personal que se viva desde los problemas de cada
día, y que no se base en intermediarios. Él no funda una religión ni encuadra a
dios en un sistema lleno de prácticas rituales o devocionales. Para entender
esto necesitamos recuperar lo que él entendía por reino de Dios. Un reino sin
rey, pero con un Padre. Un Padre que no es autoritario ni castigador, pero
bondadoso y misericordioso. Unos seguidores que deben dejar de vivir para sus
propios intereses, y entender que sólo cuando el otro está bien, ellos estarán
bien también. En fin, su propuesta es la construir un mundo alternativo donde
no exista exclusión ni discriminación, donde todos quepamos y podamos sentir
que nos vamos humanizando. Es el mundo del reino de Dios que él predica
mediante las parábolas. Pero esto pasa por el involucramiento personal y la
decisión, de cada uno, de hacerlo presente, pues el Dios de Jesús nunca impone
nada. Debemos optar. Algo curioso para nuestra realidad tanto eclesial como
política, pues ambas se han caracterizado, históricamente, por ser sistemas que
se mueven bajo dinámicas de imposición jerárquica.
-En su libro habla de las “tentaciones
modernas”. ¿Cambiarían hoy los pecados capitales? ¿O sólo se adaptan?
-Este
nuevo libro, “Al estilo de Jesús” es, como lo dice el subtítulo, “una propuesta
de discernimiento para tiempos de crisis”. Nos ayuda a redescubrir la praxis de
Jesús, tal y como la transmitieron los primeros seguidores y comunidades
cristianas, y desde ella, queremos leer los problemas actuales, como el peso de
la realidad, la indolencia que nos consume día a día, la falta de un compromiso
real por los pobres y sus problemas, la corrupción y los intentos por imponer
pensamientos únicos. En fin, son realidades a las que Jesús se enfrentó en el
siglo I y, por ello, lo mataron, porque predicar a un Dios como el que creía
Jesús, era peligroso y subersivo. Se puede decir que estas nuevas tentaciones
actualizan indirectamente algo de los pecados capitales, aunque esa no es la
pretensión del texto. Sin embargo, como lo ha dicho el Papa Francisco, hay una
actitud eclesial que resume muchos de estos males que la Iglesia vive, y es la
clericalización de la institución eclesiástica. En torno a ella se desarrolla
toda una patología del poder, como explicaba en un escrito que publiqué al
respecto. Y, en la sociedad en general, vivimos la gran tentación de la
indolencia, de dejar que las cosas sigan sucediendo hasta que, algún día, me
toquen a mi, y ahí sí reacciono. Mientras tanto no me preocupo y vivo como en
una burbuja. Es algo que nos debe cuestionar porque revela cómo aún nos falta
un largo camino por recorrer para hacer posible la fraternidad, la igualdad y
la libertad. Ya que éstas no se dan sin incluir al otro en mi vida y luchar por
su dignidad, más allá de mi comodidad y seguridad.
-El papa Francisco insiste en que la
Iglesia católica debe ser más humilde y más cercana al pobre y al que sufre. ¿Coincide
esta posición papal con la del Jesús bíblico?
-Sí,
claro. De hecho el Papa viene insistiendo en que el poder se ha convertido en
una patología gravísima dentro de la Iglesia. Una que no sólo la aleja de la
realidad social, sino que también hace mucho daño a la vida de tantas personas,
como lo hemos visto en innumerables testimonios de estos años recientes con
tantos escándalos que han salido a la luz pública. Es triste porque incluso los
que así viven, absolutizando el poder, no lo reconocen ni lo aceptan. Ser
humilde no es hablar bonito o con un tono agradable. Tiene que ver con niveles
humanos de dolencia por el otro. El hecho de que sólo los ministros ordenados
puedan acceder a ciertos cargos eclesiásticos, y no los laicos varones o
mujeres, es uno de esos muchos signos de una institución clericalizada y
excluyente que no entiende el poder como servicio vivido desde una estructura
fraterna, sino desde la potestas, o la autoridad jerárquica y no igualitaria.
Recordemos, por ejemplo, que en los primeros meses de Francisco, él redujo el
personal de la curia, despidiendo a muchos curas y dejando a laicos. Cuando los
curas le protestaron él insistió en que los laicos necesitaban el trabajo para
vivir mientras que los curas podían ir a trabajar a una parroquia, que es
propio de su ministerio. Este cambio que debe dar la Iglesia implica, como dice
Francisco, volver a Jesús, a su praxis, leer los evangelios y tomarlos en
serio. Seguir a Jesús no significa que me debo meter a católico, sino que en
Jesús encuentro un modo de vida, un estilo de vida, que humaniza y me hace un
sujeto fraterno con una vida íntima y personal con ese Dios que es un Padre
bueno y me ama con el corazón misericordioso de una madre. El otro día me
escribió un teólogo de Ukrania y me decía que sólo hace tres años ellos
comenzaron a escuchar que Dios es amor. Uno se puede sorprender de algo así en
nuestros días. Sin embargo, son muchos los que han esuchado esto por años y que
han crecido bajo la imagen de un Dios amor, y aún siguen actuando de forma
despótica y autoritaria, separando la fe de la vida, o privatizando la
religión. La Iglesia está llamada a contribuir con el cambio de esta mentalidad
y eso pasa por un discernimiento de los valores sociales y culturales que,
muchas veces, permiten este tipo de actitudes y parecen normales.
-¿Cuáles son las diferencias (si es que
las hay) entre el Jesús histórico y el Jesús bíblico?
-El
Jesús histórico es un concepto para referirnos a la praxis y el mensaje del
propio Jesús que, muchas veces, no coincide con el que escuchamos en las
homilías. Se trata, por eso, de recuperar la lectura personal de los
evangelios, del Jesús que nos narran las primeras comunidades. Ciertamente
Jesús es más de lo que se nos transmitió, pero eso que se nos comunicó y
escribió es el criterio para nuestro propio seguimiento de Jesús y el
crecimiento como seres humanos. Si tomásemos en serio a los evangelios, nos
haríamos muchas preguntas incómodas: ¿cómo podemos aceptar que a los cardenales
se les llame príncipes de la Iglesia, cuando el reino que Jesús predicó no es
una monarquía, de hecho no tiene rey, sino un Padre bueno y compasivo? ¿o cómo
podemos aceptar una vida que no tome en cuenta al pobre y al marginado, y opte
por esta causa, si el mismo Jesús se entregó día a día, hasta el cansancio, a
ellos, para cuidarlos, devolverles la estima y su lugar en la sociedad y en la
religión? ¿cómo podemos tolerar actitudes totalitarias y dictatoriales, desde
la familia hasta la política, cuando el mismo Jesús murió por enfrentarse a
regímenes religiosos y políticos así, y nunca dejó de luchar por un mundo de
justicia y fraternidad, sin discriminados ni excluidos? Por eso, debemos
preguntarnos qué imagen tenemos de Jesús y si esta coincide con el Jesús que
nos transmiten los relatos evangélicos.
-Aunque en muchos países hay división
entre Estado e Iglesia, ¿cómo cree que debe actuar un mandatario practicante?
-Debe
actuar como su ser humano, es decir, como alguien que está claro que la vida
humana es sagrada y que no existe razón alguna que justifique la discriminación
política, la exclusión social o la persecución y represión de quien piensa
distinto y así lo expresa. Como decía anteriormente, seguir a Jesús no
significa participar de una religión, pero sí significa vivir tan humanamente
como él vivió, actuar con el mismo espíritu fraterno con el que él actuó.
Podemos hablar de una fraternidad sociopolítica. La relación entre Estado e
Iglesia debe estar regida por la separación y la autonomía. La misión de la
Iglesia está de cara a la sociedad, salvaguardando la dignidad humana y
presionando para que lo público sea una realidad de todos, que exprese el bien
común. Una Iglesia que se alinea con un Estado, seal cual sea, pierde su
libertad y, con ello, su dimensión profética.
-¿Cómo puede hacer la Iglesia (o cualquier
credo) para atraer o recuperar a sus fieles en una sociedad que cada día tiene
menos tiempo para la religiosidad?
-El
mensaje no debe ser el de regresar a la Iglesia y su práctica sacramental, sino
el de regresar a Jesús, el dejarnos enamorar por la praxis y el mensaje de
Jesús, porque una vida así humaniza, nos hace mejores personas. Muchas veces la
predicación de la Iglesia es autoreferencial. Suele hablar de sí misma y de lo
que ella ofrece, y cómo los que no están en ella quedan excluidos de una vida
plena, y por tanto deben regresar a la Iglesia. Al decir todo esto, ella olvida
lo fundamental que es Jesús, su mensaje, su vida y su praxis, que humaniza a
todos sin mirar la condición moral del sujeto humano. Una Iglesia que corre el
peligro de olvidar hablar acerca de Jesús. Jesús ofrece algo que supera toda
pertenencia a una familia, cultura, religión o ideología, como es el
encontrarnos con nosotros mismos y vivir una vida plena en la entrega
desinteresada al otro. Su oferta es para todos, para hacernos sujetos que
dejemos atrás la indolencia propia de los grupos cerrados y vivamos la apertura
de la solidaridad fraterna.
-En su libro habla de ser “honestos con la
realidad? ¿Qué significa ese ser honesto?
-A
veces tenemos una cierta ilusión que estamos haciendo todo bien y no
reconocemos, porque no discernimos, que hay muchas cosas en el camino que no
están bien y necesitan ser cambiadas. Incluso, muchas personas prefieren
destruir proyectos por los cuales lucharon por años, sólo por el hecho de no
aceptar los propios errores. Algo vivimos en el país a todo nivel. Incluso en
la Iglesia. A cuántos cristianos no les gusta estar detrás de un obispo o de
alguien con un buen cargo eclesiástico porque se sienten mejores creyentes,
pero no se acercan a los necesitados y a los que viven su fe diariamente en
medio de sus comunidades. O cuántos políticos se apegan tanto a una ideología
que terminan perdiendo aquél impulso genuino que alguna vez los llevó a asumir
esa vocación pública, y no aceptan el hecho de reconocer que las cosas están
mal y que no pueden seguir así. Y cuántos empresarios sólo ven en el dinero
algo rentable y a corto plazo, y no apuestan a proyectos trascendentes que
vayan más allá de la mera ganancia inmediata de capital. No podemos actuar sólo
cuando la realidad me afecta a mi o a mi grupo, cuando ya no puedo pagar el
mercado porque no me alcanza el dinero, o cuando meten preso a un familiar o
conocido, o cuando alguien de la familia es moralmente excluido y discriminado,
o cuando me quedé sin trabajo. No puedo esperar que las cosas me pasen a mi
para poder comprender lo que viven los otros. Hay que reconocer que, como
sociedad, hemos vivido muchas veces en una especie de burbuja. En grupos,
familias, sectores, intereses. Así no podemos ser honestos con la realidad y
reconocer que tenemos grandes problemas. Que cada vez hay más pobres, que las
condiciones de vida se hacen cada día más pesadas, que la economía va mal, que
el modo como nos estamos tratando nos está acabando como sociedad. En fin, ser
honestos con el entorno, con lo cotidiano, con uno y con los demás. Un modo de
serlo, o de darnos cuenta, es comparar la praxis y el mensaje de Jesús con el
modo como nos tratamos y como hablamos diariamente entre nosotros. Ese simple
ejercicio nos revelará muchas cosas de nosotros mismos y de los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico