Félix Palazzi 01 de diciembre de 2018
Tolerancia,
resignación, perdón, olvido, indiferencia, resistencia… son, todas ellas,
palabras que se entrecruzan fácilmente en el reino de la arbitrariedad. Cuando
no pensamos los conceptos que usamos, corremos el riesgo de extraviarnos en la
relatividad de sus significados. Una de nuestras grandes dificultades radica en
aceptar que todo pensamiento implica repensarnos a nosotros mismos y a la
realidad que nos circunda. Sin embargo, pareciera que la salida más fácil fuese
una ideología, con su proliferación de ideas o consignas repetidas, más no
pensadas ni asumidas, imposibilitando el encuentro, relativizando la realidad y
lo verdadero. En fin, desvirtuando lo real.
La
tolerancia es, para muchos, una palabra tan repudiada como la resignación ¿Qué
sentido puede tener hablar de tolerancia a una madre o a un padre que han
perdido a su hijo por la violencia? ¿podemos tolerar el hecho de vivir con
violencia? ¿no será esto la forma más clara de resignación y claudicación? Si
las madres de los hijos asesinados salieran a una plaza, sencillamente no
hubiese plaza que pudiese albergarlas. Si comparamos la nefasta cifra de los
asesinados en un año en nuestro país, casi alcanza a los asesinados o
desaparecidos en los siete años que duró la dictadura argentina. Aquí no hay
plaza ni mes de mayo, porque no hay lugar ni fecha en la que la violencia
termine.
Tolerar
no es olvidar o ignorar. Mucho menos es reducir a una persona a una cifra.
Tampoco es resignarse. Antes bien, es sacar del olvido y de las sombras a los
rostros concretos sin los cuales no podemos reconocer nuestra propia realidad.
Es luchar por la justicia y hacer que ella sea una realidad para todos. Ello se
traduce en que la vida sea posible, y tenga espacio en todos los niveles y a
cada momento.
La
justicia debe custodiar y proteger la vida, porque sin vida no hay justicia. La
tolerancia se ha de dar en el marco de la justicia o no es tolerancia sino
resignación, engaño, indiferencia o ignorancia. Primero se debe reconocer la
existencia del otro porque la verdadera tolerancia protege la vida y la hace
posible. Este sentido concreto de la tolerancia es el que debemos construir
como discurso paralelo al de la violencia, el odio y la exclusión. Sólo así
podremos recrear activamente todos los espacios que compartimos.
Ante
los hechos de violencia cada vez más crecientes y evidentes, la reacción no
puede ser la indolencia o el acostumbrarnos a la muerte. Al contrario, ha de ser
la indignación, el espanto, el horror frente a lo que sucede, para poder
reencontrarnos con los rostros de tantos que son sometidos a la injusticia.
Cuando la tolerancia nace de la indignación nos impulsa a apostar y apoyar los
esfuerzos en pro de la justicia y la reconciliación. Si la voz de la violencia
pretende recluirnos en nosotros mismos, la voz de la paz y la justicia ha de
impulsarnos a salir al encuentro del otro.
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