San Josemaría 14 de abril de 2019
Nuestros
pecados fueron la causa de la Pasión: de aquella tortura que deformaba el
semblante amabilísimo de Jesús, perfectus Deus, perfectus homo Y son también
nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos
presentan opaca y contrahecha su figura.
Cuando
tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y
Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Ioh VIII,12), yo soy la luz del mundo. Y
añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida
(Via Crucis, VI Estación, n. 1)
Esta
semana, que tradicionalmente el pueblo cristiano llama santa, nos ofrece, una
vez más, la ocasión de considerar –de revivir– los momentos en los que se
consuma la vida de Jesús. Todo lo que a lo largo de estos días nos traen a la
memoria las diversas manifestaciones de la piedad, se encamina ciertamente
hacia la Resurrección, que es el fundamento de nuestra fe, como escribe San
Pablo (Cfr. 1 Cor XV, 14.). No recorramos, sin embargo, demasiado de prisa ese
camino; no dejemos caer en el olvido algo muy sencillo, que quizá, a veces, se
nos escapa: no podremos participar de la Resurrección del Señor, si no nos
unimos a su Pasión y a su Muerte (Cfr. Rom VIII, 17.). Para acompañar a Cristo
en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en
su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con El, muerto sobre el
Calvario (...).
Meditemos
en el Señor herido de pies a cabeza por amor nuestro. Con frase que se acerca a
la realidad, aunque no acaba de decirlo todo, podemos repetir con un autor de
hace siglos: El cuerpo de Jesús es un retablo de dolores. A la vista de Cristo
hecho un guiñapo, convertido en un cuerpo inerte bajado de la Cruz y confiado a
su Madre; a la vista de ese Jesús destrozado, se podría concluir que esa escena
es la muestra más clara de una derrota. ¿Donde están las masas que lo seguían,
y el Reino cuyo advenimiento anunciaba? Sin embargo, no es derrota, es
victoria: ahora se encuentra más cerca que nunca del momento de la
Resurrección, de la manifestación de la gloria que ha conquistado con su
obediencia (Es Cristo que pasa, 95).
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