Por Ramón Guillermo Aveledo
Que la democracia tiene
causantes y no meramente causas, como aseveró Samuel P. Huntington en su
clásico del estudio del tema La Tercera Ola, es algo sabido a estas alturas. No
es obra de tendencias, sino de personas. Dicho de otro modo, la democracia no
se da, como los mangos, se produce. Hay que sembrarla y cultivarla para poder
cosecharla y luego cuidarla, para que no se seque ni la devoren las plagas.
Como el citado, abundan los
libros sobre las transiciones a la democracia. Uno de los que más me gusta
compartir con mis estudiantes y con dirigentes políticos es el de Sergio Bitar
y Abraham Lowenthal Transiciones Democráticas. Bitar, político e intelectual
chileno, vivió en Venezuela buena parte de su exilio y nos conoce bien. Su
lectura sería útil tanto para políticos como para ciudadanos, sean opositores u
oficialistas.
Las transiciones exitosas
son experiencias que varían entre sí, tanto como que cada país tiene sus
especificidades. Pero siempre fueron procesos, no actos y en su logro fue tan
importante un liderazgo esclarecido que supo estar a la altura de
circunstancias naturalmente exigentes por su novedad a veces impredecible, como
una sociedad civil alerta y activa que hizo presión a favor de los cambios e
insistió en ello. A veces pudo cansarse y sentir que sus esfuerzos eran en
vano, pero fue capaz de volver a levantarse y seguir.
En el siglo XX venezolano,
por nuestra historia con predominio autoritario, hubo tres democratizaciones.
La gradual y reformista desde arriba a la muerte de Gómez, apertura liderada
por López y Medina, cada uno con su estilo que colapso a los diez años por
defecto. Luego la revolucionaria de 1945-48, de la mano de AD y la juventud
militar, cuyo colapso probablemente por exceso ocurrió en un trienio. Y la
inaugurada en 1958, con un liderazgo y una sociedad mucho más maduro que duró
cuarenta años, hasta que se agotó, acaso por las causas anotadas en la metáfora
del primer párrafo. Pensamos que el único esfuerzo requerido era recolectar los
frutos de sus árboles, cuando es más trabajo de agricultura.
En América del Sur se han
vivido transiciones a la democracia como la chilena y la brasileña. La primera
pasó a una democracia admirable desde una intensa polarización entre un
gobierno militar fuerte y opositores entre quienes había desacuerdos bastante
severos. La del gigantesco vecino tuvo un tránsito liberalizador dentro del
régimen militar hasta llegar a una democracia intensa con juicios políticos a
dos presidentes. Más al Norte, en México, la vía a la democracia fue desde la
“dictadura perfecta” que diría Vargas Llosa de la hegemonía priista hasta la
democracia pluralista que vería regresar al PRI al poder por elecciones y
perderlo del mismo modo con su disidente y archirrival López Obrador.
Se habla de España y
Sudáfrica emblemáticas por fundadas razones, pero me resulta interesantísimo el
caso polaco que desafía simplismos. Allí hubo protestas sociales, represión
dura, negociaciones y elecciones, en una difícil escena política abordada con
pragmatismo.
La verdad es que en todos
esas experiencias, tarde o temprano, actores de una y otra acera entendieron
que el cambio era inevitable y trataron de ordenarlo para que fuera lo menos
traumático posible. La historia de los agradece.
01-07-19
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