Guadalupe Bécares 18 de diciembre de 2019
La
brecha infranqueable entre los que aplauden algo hasta el extremo y los que lo
ridiculizan hasta ese mismo punto ha encontrado su máxima expresión en el mundo
virtual. Películas, series, política… ¿Estamos condenados a la polarización y
el ‘hooliganismo’?
«El #Joker lo tiene todo. Solo vean este inicio, con
este instante sabes que la película será una obra maestra. No es la mejor
película de superhéroes, es la mejor película y punto, funciona con o sin
Batman». «#Joker me pareció muy mala, no por no basarse en los cómics, sino
porque no explica nada. Es una película vacía que pretende dar cuenta de la
locura inexplicable de un personaje. No funciona». «¡Buenos días! ¿Ya le
agradecieron a Joaquín Phoenix y a DC el habernos regalado tan hermosa obra
maestra? #Joker». «#Joker es la película más sobrevalorada de 2019. Es
horrible».
A algunos de estos tuits los separan horas. A otros,
minutos. El estreno de la esperada cinta protagonizada por Joaquin Phoenix ha
levantado polvareda entre la crítica y también entre los usuarios de las redes
sociales, divididos una vez más entre los que elevan la cinta a la categoría de
obra maestra y los que la critican al máximo o, tímidamente, dicen que no era
para tanto. Exactamente igual que sucedía no hace tantas semanas con Érase
una vez en Hollywood de Tarantino. Interpretaciones, teorías
psicológicas y acusaciones paralelas aparte –la red también se ha llenado de
cuentas escandalizadas porque una de las canciones de la cinta es obra de un artista
condenado por pederastia que se va a llevar una suma cuantiosa en concepto de
derechos de autor–, el Joker ha vuelto a poner de relieve
algo cada vez más patente en la esfera virtual: donde todo es blanco o
negro, el gris brilla por su ausencia.
«Vemos cómo se construyen certidumbres que determinan
una identidad imaginaria (referencias por ejemplo a las tradiciones, a la
historia), una armadura, una forma de ser y, por tanto, todo aquello que lo
ponga en cuestión es percibido como una amenaza: ser de izquierda o de derecha,
ateo o religioso, independentista o unionista, feminista o machista, nos
muestran que cuando alguien duda o matiza es percibido como un tibio y
se lo excluye», escribe en un artículo Mario Izcovich, autor del
libro Ser padres, ser hijos. Los desafíos de la adolescencia.
Esa percepción ha hecho surgir una brecha
infranqueable entre haters y lovers sublimada
en las redes, cada vez más polarizadas entre los que aplauden algo hasta el
extremo y los que lo ridiculizan hasta el mismo punto o un poco más allá. El
anonimato que las pantallas permiten hacen que los comentarios que se
vierten en la red sean, muchas veces, algo que quien los escribe nunca se
atrevería a decir a la cara. Uno de los últimos ejemplos más
representativos de ello sea Greta Thunberg. Tras su discurso ante la Cumbre Climática de Naciones Unidas, el
nombre de la joven activista se convirtió en uno de los temas más populares en
Twitter y en un arma arrojadiza entre los usuarios: mártir y voz de la
emergencia climática del planeta para unos, niña enferma y vendida al poder de
Soros y las multinacionales para otros. Los escasos análisis moderados y
reposados de las consecuencias de la exposición mediática de Greta para su
salud o sobre su poder de concienciación entre los jóvenes quedaron sepultados
entre el ruido de las redes. ¿Serían los trolls capaces de
decirle eso si se la encontraran por la calle? Seguramente no.
«La polarización social y el extremismo son el caldo
de cultivo detonante del discurso de odio y lo que lo legitima. El ciberodio presente
en las redes sociales, foros de noticias e Internet en general es cada vez más
preocupante debido a su carácter extremo. Los mensajes agresivos son más
notables cuando hay picos mediáticos a raíz de hechos concretos que generan
debate y alarma social», escriben desde Injuve en su informe Save a hater: Ideas para actuar contra la polarización y el
discurso de odio en las redes sociales. En él, desde la organización
juvenil también alertan de que esta situación «lleva a la generación de grupos
herméticos, que no se comunican entre sí, y en los que sus miembros temen
abrirse a personas externas por temor a ser juzgados».
El abismo (político) entre las redes y la vida real
Aunque en el caso de los estrenos de cine, las series
o la música sea muy evidente, nada queda al margen de la polarización virtual
de los extremos. Tampoco la política, donde quizá se hace aún más patente esa
peligrosa diferencia entre el ellos y el nosotros que
a menudo puede distorsionar nuestra percepción del mundo real. Muchos estudios
sostienen que, entre nuestras elecciones y las de los algoritmos, tendemos a
leer únicamente a aquellos hacia los que sentimos mayor afinidad. «Las
plataformas desarrollan algoritmos para privilegiar el principio
de homofilia que nos hace juntarnos con aquellos que se
parecen a nosotros. La reverberación de opiniones y las comunidades como
burbujas ofrecen un entorno de seguridad y reducen la complejidad al sesgo
confortable. Añadamos la robotización de buena parte de las conversaciones,
los haters (los odiadores digitales) y la rentable industria
de la desinformación y tendremos un entorno vulnerable al reduccionismo», explica por su parte el politólogo y experto en comunicación
Antoni Gutiérrez-Rubí.
En medio de un clima electoral
acelerado –y de tensión– permanente, la polarización entre
esas dos burbujas separadas entra en una colisión constante que
salpica a todos los partidos y líderes políticos sin distinciones: nadie se
libra de los insultos y las críticas… Ni tampoco de las muestras de apoyo
incondicional de sus seguidores más acérrimos. Por ejemplo, los calificativos
que ha recibido Errejón –al que estos días le han caído piropos que
van desde el «traidor» o «sucia rata» al «candidato necesario» o «esperanza
para todos»– no distan mucho de los que suelen recibir también a diario
Santiago Abascal, Pablo Iglesias, Albert Rivera, Pablo Casado o Almeida, que,
tras sus polémicas declaraciones sobre el Amazonas ante unos niños en
Telemadrid, reconoció que «nunca había recibido tantos insultos».
«Hoy, los partidos tienen que gestionar no solo las
relaciones con sus simpatizantes y ciudadanos interesados en sus propuestas,
sino también con aquellos más críticos con sus tesis que, además, se pueden
escudar en el anonimato o en perfiles falsos. La posverdad, la
industria de las fake news y la robotización de la interacción
están reduciendo la comunicación política a los algoritmos, los bots,
y la programación o profesionalización de la comunicación personalizada», escribía en Ethic el propio Gutiérrez-Rubí.
De hecho, es habitual ver cómo los partidarios de uno se cuelan en las
menciones del adversario para criticarlo entre los que lo ensalzan y al
contrario e incluso se enzarzan entre ellos. Así, el ruido aumenta y la
polarización política se hace cada vez mayor. Lo mismo que sucede con las
opiniones de las películas o con los hooligans de un equipo de
fútbol.
«Insisto: no puede ser que, de un tiempo a esta parte,
solo existan JOYAS Y OBRAS MAESTRAS por un lado y PUTAS MIERDAS por otro»,
sentenciaba el cómico Julián López en Twitter en medio de la
tormenta polémica Joker. Paradójicamente, el antagonista de Batman
es un personaje que –entre otras muchas cosas– se caracteriza por asomarse al
abismo de la locura con un peligroso baile entre los extremos… ¿Como
nuestros alter egos virtuales?
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