Por Fernando Pereira
Nuestros bolsillos
difícilmente están preparados para responder al listado de peticiones que
nuestros hijos, nietos o familiares realizan en esta época. Los puntos de venta
ya no aguantan más ceros para exprimir a las gastadas tarjetas que todavía
disponen de saldo.
A la hiperinflación
económica se le añade una de riesgos. Nuestros niños y adolescentes crecen en
un país donde todos los días aumentan las situaciones y hechos que deben
enfrentar o eludir. La Emergencia Humanitaria Compleja se ha fortalecido
con los efectos de la pandemia que, ante la mirada cómplice de los Herodes
del siglo XXI, arroja a los niños y sus padres al mar de aguas tormentosas o a
trochas llenas de facinerosos para tratar de alcanzar en otro país lo que el
suyo les niega.
Ya no podemos tomar
medidas para que nuestros hijos prevengan un determinado tipo de evento sino
que debemos prepararlos para una prevención primaria inespecífica, para
fortalecer su capacidad para responder ante múltiples amenazas: violencia
física, sexual, bullying, ciberacoso, retos descabellados, adicciones de todo
tipo, desórdenes de alimentación, falta de motivación para seguir estudiando,
falta de oportunidades, migración forzada como salida, ideación suicida.
Es muy fuerte y por
ello hay que comenzar desde pequeños a crear y fortalecer su “sistema
inmunológico social y emocional”. Sí, un sistema preparado para alertar y
reaccionar ante las amenazas. Para ello es fundamental fortalecer su
inteligencia emocional.
¿Cómo hacerlo?
La Guía “Abre tu mente en positivo. Promoción de la salud mental en
jóvenes”, publicada en España, me ha permitido
versionar las ideas que presento a continuación:
Darles el
modelo. Ellos aprenderán por imitación de la forma en que afrontamos la
vida y los conflictos: si actuamos con respeto, sin violencia, comunicándonos y
buscando apoyo.
Analizar con ellos sus
reacciones ante determinadas situaciones y buscar alternativas para
aprender a controlar sus emociones. Ante una discusión, cuáles fueron las
palabras y gestos utilizados, si hubo gritos, insultos, identificar las
emociones presentes y pensar cuáles serían otras formas de reaccionar para
defender nuestra posición sin agredir, qué tono de voz utilizar, pedir las
cosas por favor.
Enseñarles a escuchar
cuando otras personas hablan y respetar el turno de palabra. Una buena
forma es comenzar cuando estamos haciendo el recuento de lo hecho en el día o
en la escuela durante la hora del almuerzo o al final del día.
Invitarles a ponerse en
el lugar del otro y desarrollar un pensamiento empático. Ante una
situación o conflicto pedirles que se pongan en el lugar del compañero, a
pensar por qué pudo actuar o responder de esa forma, cómo le habrá afectado lo
que yo hice.
Utilizar el “no” más a
menudo de lo que hacemos. Desde niños debemos aprender a tolerar la
frustración, a aceptar que hay situaciones en que las cosas no son como nos
gustaría. Esas pequeñas frustraciones nos sirven de “vacuna” para aprender a
tolerar lo que no nos sale como quisiéramos. Si no aprendemos en la infancia a
enfrentar esos límites será mucho más complejo comenzar en la adolescencia.
Ir asumiendo
responsabilidades desde pequeños. Una educación para asumir las consecuencias y
responsabilidades de las acciones y omisiones va a ser determinante para marcar
el derrotero de nuestra vida. Comenzar desde las más pequeñas y velar porque se
cumplan.
Transmitirles mensajes
positivos sobre sí mismos reforzando nuestra confianza en sus capacidades,
que los aceptamos y de que podrán aprender de los errores y seguir adelante.
Ser
agradecidos con la ayuda que puedan prestarle los demás, saber valorar y
dar gracias.
Rechazo a la
discriminación de cualquier tipo. Aceptación y respeto de las diferencias y
características personales.
Aceptación y respeto de
las reglas de los juegos que practican. Así como de los acuerdos de convivencia
en la familia y escuela, poder revisar los conflictos que se hacen presentes,
analizar en qué forma se pueden solucionar los aspectos que afectan la
convivencia.
Compartir y ser
solidarios con sus compañeros, vecinos, familiares.
El fin del año es un
período que genera contrastes en el estado de ánimo. Se hace el balance de lo
logrado y de lo no alcanzado; celebrar las relaciones cercanas y también sentir
las pérdidas.
La pandemia funge como
una “coctelera” de las emociones asociadas al fin del año. Tenemos que estar
pendientes, especialmente con nuestros adolescentes, para que se sienten
escuchados y acompañados.
31-12-20
https://efectococuyo.com/opinion/el-mejor-regalo-de-fin-de-ano/
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