Trino Márquez 07 de enero de 2021
@trinomarquezc
Durante la instalación de la Asamblea Nacional, los
líderes del madurismo hablaban como si hubiesen obtenido un triunfo apoteósico
en unas elecciones concurridas, competitivas y transparentes. Hay que
recordarles que la obtención anduvo en las cercanías de 80%; los principales
partidos de la oposición y sus líderes fueron inhabilitados; y, debido a la
Covid-19, la campaña tuvo más restricciones que las impuestas normalmente por
el oficialismo.
El madurismo fracasó en la convocatoria. No logró
movilizar al electorado, a pesar de las enormes presiones que desató sobre los
sectores más humildes para que acudieran a los centros de votación. También
encalló en su intento de construir una ‘oposición oficial’. El sector que
participó de la opereta obtuvo menos de 10% de los miembros de la Asamblea. De
277 diputados, apenas se quedó con veinte. Una cifra marginal. Tanto, que
Nicolás Maduro no tuvo la gentileza de considerarlos para integrar la
directiva del parlamento, después de haber intentado lavarle el rostro a unas
elecciones concebidas para tapar todas las rendijas del Estado autoritario. La
mesita de noche quedó convertida en una minúscula linterna de bolsillo.
Resulta interesante apreciar cómo Maduro sigue
atornillándose en el poder y desbrozando el terreno que le permitirá repetir
como candidato presidencial en las elecciones de 2024, evento del cual habló en
días recientes con euforia. Designó a su pupilo Jorge Rodríguez presidente del
foro, relegando a Diosdado Cabello a ser el jefe de una fracción parlamentaria
que tendrá su epicentro no el Palacio Federal, sino en Miraflores. A Cabello,
Maduro le concedió un cargo mucho más formal que real. Los principales
proyectos de ley no serán cocinados a fuego lento en la AN, sino en palacio.
Desde luego que Cabello no está liquidado. En política afirmar tal cosa puede
resultar muy apresurado, pero, por ahora, recibió su buen mazazo. Quédate
tranquilo con tu cargo y tu programa de televisión, le dijeron.
Maduro y su régimen completaron el cerco alrededor del
Estado y la sociedad a pesar de carecer de popularidad, legitimidad y
representatividad. Como buen alumno de los cubanos, no las necesita. Más de 80%
de la población lo responsabiliza de la crisis nacional. Su elección en 2018 no
es reconocida por sesenta países democráticos, además de que en esa consulta la
abstención fue muy elevada. La elección del 6 de diciembre fue un adefesio a la
que concurrió una escuálida minoría. Esos no son problemas que le preocupen. La
legitimidad –ya lo decía Mao Zedong- se encuentra en la boca de un fusil.
Maduro se ha ocupado de montar una sociedad militarizada en la cual el elemento
dominante no son las fuerzas armadas oficiales, sino los cuerpos paramilitares,
que se confunden con la delincuencia.
El Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV),
dirigido por Roberto Briceño-León, señala en su último informe que la mayoría
de los crímenes cometidos en el país, el segundo más violento del mundo, son
extrajudiciales. En ellos participan los cuerpos de seguridad creados para
reprimir y atemorizar a la gente de las barriadas populares y a los opositores
que se atreven a incursionar en los sectores pobres para promover la
organización ciudadana. La popularidad tampoco es obstáculo que Maduro no sepa
cómo eludir. Convoca las elecciones previstas en las Constitución, previamente
inhabilita a partidos y dirigentes adversos, les quita las tarjetas a las
organizaciones opositoras, les corta los suministros financieros a los grupos
que lo critican, y, a la vez, les concede todas las ventajas a sus partidarios.
Las cifras de abstención y participación las maquilla con el CNE designado a su
conveniencia. Finalmente, gestiona el apoyo de los países autoritarios con los
que mantiene alianzas. Todo resuelto.
Hay
que esperar a ver cómo será el comportamiento del gobierno de Joe Biden con
Maduro para tener el panorama más claro. De acuerdo con lo poco que se sabe, la
nueva administración norteamericana desarrollará una iniciativa diplomática más
envolvente que incluirá a China y a Rusia como factores clave. El objetivo
primordial será lograr elecciones presidenciales justas y supervisadas por la
comunidad internacional en el menor plazo posible. La diplomacia tendrá que
agudizar todos los sentidos si aspira alcanzar esta meta. El madurismo ha
resultado un hueso duro de roer.
La oposición agrupada en torno a Juan Guaidó, junto a las
facciones dirigidas por Capriles, María Corina y algunos líderes que viven en
el exilio, deberán esforzarse por hallar zonas de encuentro que les permitan
llegar a acuerdos mínimos. Nos encontramos en un punto en el cual la oposición
democrática puede cubanizarse. Es decir, puede pasar a ser insignificante por
su incapacidad de tramar acciones y desarrollar iniciativas que pongan en
peligro la estabilidad del régimen. El entendimiento resulta más urgente ahora
que el Estado volvió a ser rojo, rojito.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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