Por Alexis Alzuru
Ratificar a J. Guaidó
es apostar por una visión estática de Venezuela. Una visión que no evoluciona
porque está reñida con cualquier opinión razonada. Basta darse cuenta de que la
ratificación es otra decisión que va a contrapelo de argumentos,
investigaciones y recomendaciones formuladas públicamente, tanto por políticos
e instituciones nacionales y extranjeras, así como por representantes de países
comprometidos con la democracia venezolana.
Incluso, fue una acción
que se concretó a pesar de las advertencias de más de 28 diputados y dirigentes
que, hasta hace poco, apoyaban a J. Guaidó. Sobre todo, la decisión desoyó la
opinión de las mayorías que llevan varios años diciendo que prefieren
soluciones negociadas a promesas violentas que solo devorarán tiempo y
generaciones, pero no garantizan una vuelta a la vida en democracia.
El interinato responde
a una visión que desprecia la fundamentación argumentada de sus decisiones. De
allí, su incapacidad para corregirse y su afán por falsificar la realidad.
Sus defensores siguen
repitiendo, por ejemplo, que Maduro es el único problema de país. Dicen que las
soluciones fluirían expulsándolo, no cohabitando con su gobierno. Opinan que la
cuestión es simple; pues se trataría de salir de este hombre, quien no es más
que un dictador ignorante; un gobernante ilegitimo que estaría arruinado y,
además, aislado.
Sin embargo, esa
narrativa, por persuasiva que parezca, oculta lo que ha ocurrido en los últimos
años. En este sentido, desinforma, no argumenta. Por ejemplo, no dice nada de
que, influenciados por China, los chavistas y maduristas entendieron que el
totalitarismo comunista no está divorciado del desarrollo, necesariamente. De
allí que avancen hacia la dolarización, la privatización de empresas y otras
reformas.
Por supuesto, aquella
visión tampoco advierte que ese modelo que aún da sus primeros pasos también es
empujado por empresarios, banqueros e inversionistas, no solo por
Maduro. Lo peor es que no explica que está en marcha un proceso para
consensuar un modelo de sociedad. Un modelo que confiscaría libertades
políticas sin conculcar las libertades económicas. De modo que el problema
tiene una escala, dimensión y planos diferentes a los que señalan quienes
habitan desde esa burbuja llamada G4 ampliado.
Lo cierto es que
ninguno de ellos pudiera garantizar que ese proyecto sería cancelado al
expulsar a Maduro. Al contrario, lo probable es que no se le altere ni una
letra. Con revisar algunos medios nacionales e informes institucionales
cualquiera advertirá que cada día son más los que celebran que las soluciones
económicas comiencen a aparecer aun cuando se mantenga la pérdida de libertades
civiles y políticas.
En Venezuela despunta
una transición económica y muchos no dudarán en canjear bienestar económico por
libertades civiles y políticas.
Esto no debe sorprender
porque aquellos que prometieron democracia siguen atrapados en una visión que
fracasó en el pasado. Anunciar para este año una agenda similar a la de
2019 es transitar el fracaso de ayer. En especial, es decirle a la gente que
sus urgencias por el buen vivir no tienen prioridad. Después de todo, ratificar
a J. Guaidó indica que los que dirigen el G4 y sus amigos se alistan para jugar
una nueva partida de guerra mediática; porque, la verdad sea dicha, detrás del
interinato se esconde la tesis intervencionista. La que habla de arrasar al
oficialismo. Aquella que sugiere una guerra santa para desinfectar de chavismo
a la política venezolana. Por cierto, una propuesta que, quizá, por su olor a
fascismo fue diplomáticamente rechazada por los mismos países que reconocieron
a Guaidó.
Los del G4 ampliado
prometieron un cambio. Sin embargo, ellos no evolucionan. No lo hacen porque
están de espaldas al debate crítico, a la información y al conocimiento. De
allí que no se enteran de que cada año que el juego político sigue trancado
perdemos una década.
Mantener estancando el
juego político por segundo año consecutivo será arriesgar otra generación.
Para Venezuela los años
no se miden cronológicamente sino con indicadores que revelan la ruina de su
calidad de vida, la pérdida de su capital humano, su colapso económico, su
desinversión en innovación, su atraso tecnológico y, por supuesto, la masiva
confiscación de su sistema de libertades. Por eso, la decisión de prorrogar el
interinato no es ningún salto adelante, tampoco es una pírrica victoria. Es
sencillamente una regresión. Un retroceso que deja las soluciones a los
problemas que trituran la vida de los venezolanos en manos del comunismo de
nuevo cuño de Maduro.
Alexis Alzuru es Doctor en
Ciencias Políticas. Magíster y Licenciado en Filosofía. Profesor
emérito UCV.
07-01-21
https://talcualdigital.com/oposicion-y-vileza-por-alexis-alzuru/
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