Francisco Fernández-Carvajal 05 de enero de 2021
@hablarcondios
— Correspondencia a la gracia.
— Los caminos que conducen a Cristo.
— Renovar el espíritu apostólico.
I. Hemos
visto salir la estrella del Señor y venimos con regalos a adorarlo1.
La luz de Belén brilla para todos los hombres y su
fulgor se divisa en toda la tierra. Jesús, apenas nacido, «comenzó a comunicar
su luz y sus riquezas al mundo, trayendo tras sí con su estrella a hombres de
tan lejanas tierras»2. Epifanía significa
precisamente manifestación. En esta fiesta –una de las más antiguas– celebramos
la universalidad de la Redención, Los habitantes de Jerusalén que aquel día
vieron llegar a estos personajes por la ruta del Oriente bien podrían haber
entendido el anuncio del Profeta Isaías, que hoy leemos en la Primera
lectura de la Misa: Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu
luz, la gloria del Señor amanece sobre ti. Mira: las tinieblas cubren la
tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria
aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes, al resplandor
de tu aurora. Levanta la vista en torno, mira: todos esos se han reunido,
vienen a ti: tus hijos llegan de lejos...3.
Los Magos, en quienes están representadas todas las
razas y naciones, han llegado al final de su largo camino. Son hombres
con sed de Dios que dejaron a un lado comodidad, bienes
terrenos y satisfacciones personales para adorar al Señor Dios. Se
dejaron guiar por un signo externo, una estrella que quizá brillaba con
distinto fulgor, «más clara y más brillante que las demás, y tal, que atraía
los ojos y los corazones de cuantos la contemplaban, para mostrar que no podía
carecer de significado una cosa tan maravillosa»4.
Eran hombres dedicados al estudio del cielo, acostumbrados a buscar en él
signos. Hemos visto su estrella, dicen, y venimos a buscar
al rey de los judíos. Quizá había llegado hasta ellos la esperanza
mesiánica de los judíos de la diáspora, pero debemos pensar que fueron
iluminados a la vez por una gracia interior que les puso en camino. El que los
guió -comenta San Bernardo también los ha instruido, y el mismo que les
advirtió externamente mediante una estrella, los iluminó en lo íntimo del
corazón5. La fiesta de estos Santos, que correspondieron a las gracias
que el Señor les otorgó, es una buena oportunidad para que consideremos si
realmente la vida es para nosotros un camino que se dirige derechamente hacia
Jesús, y para que examinemos si correspondemos a las gracias que en cada
situación recibimos del Espíritu Santo, de modo particular al don inmenso de la
vocación cristiana.
Miramos al Niño en brazos de María y le decimos:
«Señor mío Jesús: haz que sienta, que secunde de tal modo tu gracia, que vacíe
mi corazón... para que lo llenes Tú, mi Amigo, mi Hermano, mi Rey, mi Dios, ¡mi
Amor!»6.
II. Llegaron estos
hombres sabios a Jerusalén; tal vez pensaban que aquel era el término de su
viaje, pero allí, en la gran ciudad, no encuentran al nacido rey de los
judíos. Quizá –parece humanamente lo más lógico, si se trata de buscar a un
rey– se dirigieron directamente al palacio de Herodes; pero los caminos de los
hombres no son, frecuentemente, los caminos de Dios. Indagan, ponen los medios
a su alcance: ¿dónde está?, preguntan. Y Dios, cuando de verdad se
le quiere encontrar, sale al paso, nos señala la ruta, incluso a través de los
medios que podrían parecer menos aptos.
«¿Dónde está el nacido rey de los judíos? (Mt 2, 2).
»Yo también, urgido por esa pregunta, contemplo ahora
a Jesús, reclinado en un pesebre (Lc 2, 12), en un
lugar que es sitio adecuado solo para las bestias. ¿Dónde está, Señor, tu
realeza: la diadema, la espada, el cetro? Le pertenecen, y no los quiere; reina
envuelto en pañales. Es un Rey inerme, que se nos muestra indefenso: es un niño
pequeño (...).
»¿Dónde está el Rey? ¿No será que Jesús desea reinar,
antes que nada en el corazón, en tu corazón? Por eso se hace Niño, porque
¿quién no ama a una criatura pequeña? ¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el
Cristo, que el Espíritu Santo procura formar en nuestra alma?»7.
Y nosotros, que, como los Magos, nos hemos puesto en
camino muchas veces en busca de Cristo, al preguntarnos dónde está, nos damos
cuenta de que «no puede estar en la soberbia que nos separa de Dios, no puede
estar en la falta de caridad que nos aísla. Ahí no puede estar Cristo; ahí el
hombre se queda solo»8.
Hemos de encontrar las verdaderas señales que llevan
hasta el Niño-Dios. En estos hombres llamados a adorar a Dios reconocemos a
toda la humanidad: la del pasado, la de nuestros días y la que vendrá. En estos
Magos nos reconocemos a nosotros mismos, que nos encaminamos a Cristo a través
de nuestros quehaceres familiares, sociales y profesionales, de la fidelidad en
lo pequeño de cada día... Comenta San Buenaventura que la estrella que nos guía
es triple: la Sagrada Escritura, que hemos de conocer bien; una estrella, que
está siempre arriba para que la miremos y encontremos la justa dirección, que
es María Madre; y una estrella interior, personal, que son las gracias del
Espíritu Santo9.
Con estas ayudas encontraremos en todo momento el sendero que conduce a Belén,
hasta Jesús.
Es el Señor el que ha puesto en nuestro corazón el
deseo de buscarlo: No sois vosotros quienes me habéis elegido, sino que
Yo os elegí a vosotros10.
Su llamada continua es la que nos hace encontrarlo en el Santo Evangelio, en el
recurso filial a Santa María, en la oración, en los sacramentos, y de modo muy
particular en la Sagrada Eucaristía, donde nos espera siempre. Nuestra Madre
del Cielo nos anima a apresurar el paso, porque su Hijo nos aguarda.
Dentro de un tiempo, quizá no mucho, la estrella que
hemos ido siguiendo a lo largo de esta vida terrena brillará perpetuamente
sobre nuestras cabezas; y volveremos a encontrar a Jesús sentado en un trono, a
la diestra de Dios Padre y envuelto en la plenitud de su poder y de su gloria,
y, muy cerca, su Madre. Entonces será la perfecta epifanía, la
radiante manifestación del Hijo de Dios.
III. La
Solemnidad de la Epifanía nos mueve a renovar el espíritu apostólico que el
Señor ha puesto en nuestro corazón. Desde los comienzos fue considerada esta
fiesta como la primera manifestación de Cristo a todos los pueblos. «Con el
nacimiento de Jesús se ha encendido una estrella en el mundo, se ha encendido
una vocación luminosa; caravanas de pueblos se ponen en camino (cfr. Is 60,
1 ss.); se abren nuevos senderos sobre la tierra; caminos que llegan, y, por lo
mismo, caminos que parten. Cristo es el centro. Más aún, Cristo es el corazón:
ha comenzado una nueva circulación que ya no terminará nunca. Está destinada a
constituir un programa, una necesidad, una urgencia, un esfuerzo continuo, que
tiene su razón de ser en el hecho de que Cristo es el Salvador. Cristo es
necesario (...). Cristo quiere ser anunciado, predicado, difundido...»11.
La fiesta de hoy nos recuerda una vez más que hemos de llevar a Cristo y darlo
a conocer en la entraña de la sociedad, a través del ejemplo y de la palabra:
en la familia, en los hospitales, en la Universidad, en la oficina donde
trabajamos...
Levanta la vista en torno a ti, mira: tus hijos llegan
de lejos... De lejos, de todos los lugares
y de todas las situaciones en las que se puedan encontrar, por muy distantes
que parezcan estar de Dios. En nuestro corazón resuena la invitación que años
más tarde dirigirá el Señor a quienes le siguen: Id, pues, enseñad a
todas las gentes...12.
No importa que nuestros familiares, amigos o compañeros se encuentren lejos.
La gracia de Dios es más poderosa y, con su ayuda, podemos lograr que se unan a
nosotros para adorar a Jesús.
No nos acerquemos hoy a Jesús con las manos vacías. Él
no tiene necesidad de nuestros dones, pues es el Dueño de todo cuanto existe,
pero desea la generosidad de nuestro corazón para que así se agrande y pueda
recibir más gracias y bienes. Hoy ponemos a su disposición el oro puro
de la caridad: al menos, el deseo de quererle más, de tratar mejor a
todos; el incienso de las oraciones y de las buenas obras
convertidas en oración; la mirra de nuestros sacrificios que,
unidos al Sacrificio de la Cruz, renovado en la Santa Misa, nos convierte en
corredentores con Él.
Y a la hora de pedir algo a los Reyes –porque son
santos, que pueden interceder por nosotros en el Cielo– no les pediremos oro,
incienso y mirra para nosotros; pidámosles más bien que nos enseñen el camino
para encontrar a Jesús, cerca de su Madre, y fuerzas y humildad para no desfallecer
en esta empresa, que es la que más importa.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y
he aquí que la estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta
pararse sobre el sitio donde estaba el Niño. Al ver la estrella se llenaron de
una inmensa alegría13.
Es la alegría incomparable de encontrar a Dios, al que se ha buscado por todos
los medios, con todas las fuerzas del alma.
Y entrando en la casa, vieron al Niño con María, su
Madre, y postrándose le adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes:
oro, incienso y mirra14.
Eran dones muy apreciados en Oriente. «Y ese mismo Niño que ha aceptado los
regalos de los Magos sigue siendo siempre Aquel ante el cual todos los hombres
y pueblos “abren sus cofres”, es decir, sus tesoros.
»En este acto de apertura ante el Dios encarnado, los
dones del espíritu humano adquieren un valor especial»15.
Todo adquiere un valor nuevo cuando se ofrece a Dios.
*Epifanía quiere
decir manifestación. En la Solemnidad de hoy la Iglesia conmemora la
primera manifestación del Hijo de Dios hecho Hombre al mundo pagano, que tuvo
lugar con la adoración de los Magos. La fiesta proclama el alcance universal de
la misión de Cristo, que viene al mundo para cumplir las promesas hechas a
Israel y llevar a cabo la salvación de todos los hombres.
*La Solemnidad
de la Epifanía, llamada también en la antigüedad Teofanía o fiesta de la
Iluminación, nació en los primeros siglos del Cristianismo, en Oriente, y llegó
a ser universal ya en el siglo iv. Desde sus orígenes se celebró el 6 de
enero.
1 Antífona
de comunión. Cfr. Mt 2, 2. —
2 Fray
Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Rialp, 2ª ed., Madrid
1975, VI, p. 54. —
3 Is 60,
1-6. —
4 San
León Magno, Homilías sobre la Epifanía, I, 1. —
5 Cfr. San
Bernardo, En la Epifanía del Señor, I, 5. —
6 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 913. —
7 ídem, Es
Cristo que pasa, Rialp, 1ª ed., Madrid 1973, 31. —
8 Ibídem.
—
9 Cfr. San
Buenaventura, En la Epifanía del Señor, en Obras
completas, II, pp. 460-466. —
10 Jn 15,
16. —
11 Pablo
VI, Homilía 6-I-1973. —
12 Mt 28,
19. —
13 Mt 2,
9-10. —
14 Mt 2,
11. —
15 Juan
Pablo II, Audiencia general 24-I-1979.
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