Julio Castillo Sagarzazu 13 de mayo de 2022
Millán
Astray, el hombre que se llevaba la mano a la pistola cuando escuchaba la
palabra cultura y que interrumpió un discurso rectoral al grito de “Muera la
inteligencia, Viva la Muerte” y Carujo, pidiendo la renuncia Vargas, alegando
que “el mundo es de los valientes, se enfrentaron a dos respuestas igualmente
icónicas: Unamuno, diciéndole al general “vencerán, pero no convencerán” y la
del sabio, respondiendo, “el mundo es del hombre justo”.
Ambos diálogos han sido presentados y se han constituido en un tópico que refleja la tradicional y ancestral lucha de la civilización contra la barbarie. Esta lucha es tan vieja como la especie humana misma. Es la lucha por el cambio y el progreso contra el statu quo. Estas luchas, que siempre tienen como motor la mejora de las condiciones materiales y espirituales de los pueblos, no comienzan normalmente con el enfrentamiento brutal de las posiciones antagónicas.
Como
hemos comentado en notas anteriores, una clase política hegemónica o dominante,
no se hace de la noche a la mañana. Los momentos explosivos (los que registra
la historia como fiestas patrias) son los días en que los vencedores lograron
su objetivo político. Las fechas suelen ser caprichosas o arbitrarias y
coinciden con el culmen de alguna gran movilización o con los intereses de los
vencedores. De ello son ejemplos, la Toma de la Bastilla y la del Palacio de
Invierno. (Venezuela, por cierto, es uno de los pocos países en las que una
derrota militar, la del 4F, se celebra como una victoria).
A
decir verdad, las grandes transformaciones, las que implican un cambio de
régimen son, en la práctica, el resultado de un largo periodo de acumulación de
fuerzas de quienes se proponen el cambio, En ocasiones lo logran solos, en
ocasiones en alianzas con otros sectores. Por lo general, primero ponen en
jaque a las alianzas dominantes y cuando acumulan la suficiente fuerza,
proceden al jaque mate.
En ese
proceso, es muy importante (quizás ese sea uno de los grandes aportes de
Antonio Gramsci a la teoría política) tener el control de un campo de batalla
particular que es el cultural. No el cultural referido a las Bellas Artes (que
también) sino el cultural referido a los modos de pensar, interactuar, percibir
y relacionarnos entre todos.
En
esta batalla, como en todas, debilitar la vanguardia del adversario y destruir
su columna vertebral es clave. Esa es la razón por la cual en Venezuela, desde
que Chávez llego al poder (lo cual ha continuado Maduro) se propuso emprender
una cruzada para debilitar a las Universidades. Instituciones en las que nunca
pudo hacer crecer su oferta política.
Es
cierto que muchos sectores de la clase media venezolana y profesional, cayendo
en la trampa de la anti política, votaron por Chávez, pero las universidades,
como instituciones, nunca pudieron ser controladas. Ni siquiera en el
movimiento estudiantil, pudieron construir una fuerza homogénea y ganadora.
La
agresión a la que hoy vemos sometidas a las universidades, la ruindad de sus
campus y plantas físicas y, en particular, el carro de guerra desplegado contra
los condiciones de vida y de trabajo de profesores y estudiantes no es ni
casual, ni el resultado de torpezas administrativas o crisis financieras. Es,
como hemos dicho, un plan de desmantelamiento de la vanguardia intelectual del
país.
El
caso de los profesores universitarios y trabajadores universitarios es patente.
Contra ellos se ha puesto en marcha (desde hace años) un plan de humillación y
exterminio. Hace caer en un ingreso que rondaba los dos mil quinientos o tres
mil dólares por mes, hasta menos de 30 dólares (aumentados a menos de 300 hace
apenas unos días) es un plan deliberado para hacerlos desaparecer.
Hace
20 años, una familia de profesores universitarios, no solamente podía vivir
decorosamente con su salario sino que, con la ayuda de sus cajas de ahorros,
podían garantizar planes de salud y acceso a viviendas y recreación a los
niveles de cualquier país latinoamericano.
Por
poner un solo ejemplo: este mes hemos sido notificados que las primas de seguro
básicas (aquellas que solo cubren 4,000$ en siniestros) tendrán una prima de
más de 1.200$ al año. Estamos casi seguros que, a partir del mes de junio, más
del 95% de los profesores quedaremos sin cobertura de salud. Sencillamente los
números de las familias no cuadran.
Es
cierto que, frente a esta situación, hay sectores e individualidades que se
plantean planes alternativos para hacer frente a esta tragedia anunciada. Eso
esta bien y es plausible. Sin embargo, es necesario comprender que esta
agresión, del régimen no es un hecho aislado y que se inscribe en su estrategia
de aniquilación de la academia venezolana y los líderes que pueden generar
pensamientos alternativos. Nuestro caso es parecido al de un preso de
conciencia inocente. Su lucha no es para que le mejoren sus condiciones de
reclusión, sino para que le den la libertad, injustamente arrebatada.
Esta
semana, hemos regresado algunos a las aulas y a las clases presenciales. Se
trata de una buena noticia. Quizás sea el momento para que autoridades,
gremios, profesores y estudiantes, se replanteen la reorganización, para luchar
contra estos siniestros planes.
Esa
debería ser la verdadera preocupación y el verdadero contenido del debate. Es
algo más trascendente o importante que la pintura de los autobuses o el gasoil
para sus tanques. Es una lucha por la supervivencia de la vanguardia productora
de las ideas y de quienes pueden encabezar la batalla cultural por el rescate
de la democracia en Venezuela.
En
Venezuela esto es particularmente importante, desde el 19 de abril de 1810,
pasando por las generaciones del 28, la del 58, la del 68 y la del 2008, la
academia universitaria ha jugado tradicionalmente un rol de vanguardia. A la
democracia venezolana, le interesa mucho que no nos derroten. Que Millán Astray
y Carujo, no se salgan con la suya.
Todos, deberíamos estar pensando en como evitarlo.
Julio
Castillo Sagarzazu
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