Luís Ugalde, SJ 30 de abril de 2022
Viví
como estudiante en Alemania de 1966 a 1970. Una Alemania próspera y exitosa
donde apenas quedaban visibles algunas cicatrices de la terrible guerra y
destrucción, que veinte años antes hubiera parecido irrecuperable. Ahora se
hablaba del “milagro alemán” gracias a la “economía social de mercado”,
dirigido por el gobierno socialcristiano. La Alemania Occidental recuperada
hacía de locomotora de toda Europa que renacía como social y liberal, donde el
trabajador vivía mucho mejor que en el “paraíso comunista” de dictadura de
partido único y de dominio soviético.
Cuando
a lo social se le engancha el “ismo” del social-ismo de la felicidad estatal
impuesta por el partido único, perpetuo y excluyente de lo liberal, las
sociedades aceleran su fracaso. Por otro lado si a lo liberal se le añade la
cresta “neo” del gallo de pelea excluyente crece la economía, pero también el
sentimiento de exclusión social de las mayorías.
Por ejemplo Chile
Hace
50 años en Chile agonizaba el gobierno socialista de Allende que terminó
trágicamente con la imposición de la bota sangrienta de Pinochet. Es llamativo
que ahora, luego de medio siglo del supuesto rotundo éxito neoliberal, vuelve
el socialismo con Gabriel Boric elegido Presidente salvador por amplia ventaja
con 55,87% del voto nacional.
La
primera década de Pinochet fue de brutal represión con muchos miles de muertos,
presos y exiliados y de fracaso económico y miseria social, algo aliviada por
ollas comunes y sopas de caridad para sobrevivir. Luego el pinochetismo guiado
por las ideas neoliberales de la Escuela de Chicago trajo un crecimiento
capitalista y en los últimos 40 años veníamos oyendo de los grandes y
sostenidos éxitos. Luego de marginar pacíficamente al dictador Pinochet y
abierto de nuevo el libre juego de los partidos democráticos, se pensó que
podía avanzar la democracia social sin poner en riesgo la dinámica económica.
Como las cifras de crecimiento económico sostenido, de reducción de la pobreza
y de disminución de las distancias sociales reveladas por el coeficiente de
Gini eran las mejores, el camino chileno debía ser imitado por el resto de
América Latina. Cuatro décadas después, de la noche a la mañana la calle se
pobló de protestas multitudinarias. Millones de jóvenes y de pobres
consideraban que la educación y los servicios de salud eran inalcanzables y las
distancias sociales insultantes; exigían desandar lo vivido como éxito y
prosperidad nacional. La protesta de la calle y sus aspiraciones fueron
acogidas por una Constituyente para cambiar de raíz toda la sociedad exigiendo
desandar lo vivido durante 40 años e implantar una sociedad sin pobres ni
desigualdades chocantes. En ese clima la mayoría chilena democráticamente
eligió un joven Presidente izquierdista, que una década antes había liderizado
protestas estudiantiles. Pero no es lo mismo el “voto protesta” que elegir para
hacer un buen gobierno.
A
juzgar por sus nombramientos, declaraciones y primeros pasos, el joven
Presidente Gabriel Boric es inteligente y trata de mantener la promesa de toda
la felicidad estatal socialista, pero sin perder los logros realistas ni
espantar la dinámica económica del capitalismo liberal. Por el camino que van,
la Constitución será idealista y maximalista, pues el papel lo aguanta todo.
Pero Boric sabe que para hacer un buen gobierno no bastan promesas, ni
discursos. Para no perder lo ganado y convertir en realidades lo que en la
Constitución refundacionista apenas son deseos y desahogos, hay que tejer las
aspiraciones con la realidad y sus posibilidades. De lo contrario, cada
frustración pasa factura y los que ayer lo aclamaron mañana pedirán su
destitución. Quien dice Chile dice Perú, Colombia, Argentina, Brasil... Solo
irán logrando libertad y prosperidad para todos si actúan como liberales sin
“neo” y sociales sin “ismo” estatista. Para ver las cenizas dictatoriales de la
utopía estatista socialista basta mirar a las tragedias de Cuba, Nicaragua y
Venezuela.
Humanos
para hacernos sociales y libres
¿Somos
millones de “yos” cada uno completo en sí y buscando su interés, pero de tal
manera constituidos que con solo buscar cada uno lo suyo logramos la armónica
felicidad de todos? ¿O esos millones de “yos” buscándose así mismos llevan a
una sociedad de lobos que se afirman agrediendo y destruyéndose unos a otros?
¿Somos
liberales o sociales? Cuando lo liberal y lo social se excluyen, las sociedades
no se humanizan. El misterio de la vida humana no es comprensible sin la
sabiduría espiritual y grandeza moral de pasar del yo al nos-otros, sin negarse
ni negar al otro: el yo lleva en sí al otro y el nos-otros acuna al yo, de
manera que salirse de si para encontrar al otro es encontrarse en él; algo muy
distinto de la suma de millones de “yos” en competencia y exclusión. El
misterio humano se expresa en la frase de Jesús: “dar la vida por otro no es
perderla sino encontrarla y encontrarse en el Amor” (Juan 12,24 y 15,13). No
son frases sino la vida e identidad de Jesús resucitado que no es una verdad
externa a lo humano, sino misterio y vivencia de toda persona, aun de los que
se consideran ateos o agnósticos...
El
animal humano en sí es individuo autónomo de otros, pero se siente llamado a
hacerse persona: un camino de humanización, haciéndonos libres y sociales. Nos
hacemos personas con el reto político de crear una sociedad con instituciones y
Estado que logra la sinergia entre lo liberal y lo social, confianza y
solidaridad, lo personal y lo comunitario. En el bien común está el bien de
cada persona. Somos libres para la sociedad y somos sociales para que florezca
la libertad personal de cada uno.
Luís
Ugalde, SJ
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