Fernando Mires 04 de julio de 2022
@FernandoMiresOl
Si hay un término en boga en la política internacional,
este es: punto de inflexión. Quiere decir, cambio de paradigma,
cambio de estrategia, cambio de orientación, en cualquier caso, cambio radical.
Ese punto de inflexión se ha hecho presente en las dos grandes conferencias
internacionales de junio del 2022: la de la UE y, sobre todo, la de la OTAN. No
es casualidad.
El punto de inflexión puede ser visto como una adecuación a un cambio en la estructura militar y política que ha experimentado el mundo en los dos últimos decenios del siglo XXl. En términos escuetos, las líneas estratégicas aprobadas en la cumbre de la OTAN tienen que ver con ordenamientos generados a nivel global.
En efecto, hay tres grandes potencias pero esas
potencias no son equivalentes. China, Rusia y Occidente. La primera se
define en términos económicos y militares. La segunda en términos territoriales
y militares. Y la tercera en términos económicos, políticos y militares. En el
único punto donde hay equivalencia entonces –y es lo decisivo- es en el
militar. De ahí la importancia de la OTAN y su cambio de orientación. Se trata
de crear, de acuerdo a las palabras de su presidente Jens Stoltenberg,
lineamientos para limitar a las otras dos potencias en el único espacio común a
las tres: el militar. Así se explican los objetivos principales del nuevo
paradigma de la OTAN.
Por un lado, Rusia, sobre todo a partir de la
invasión a Ucrania, es visto desde la OTAN como el peligro inmediato y por lo
tanto, como el principal. Por otro lado, China será considerada como
enemigo, solo si logra establecerse una alianza chino-rusa. Ahora, para que esa
alianza no tenga lugar, será preciso debilitar al máximo a uno de sus eslabones
y el más débil es, por ahora, la Rusia de Putin. Esas son las razones que
llevaron a la OTAN no solo a ampliar su magnitud con la incorporación de
Finlandia y Suecia sino, además, a fortalecer militarmente su flanco oriental,
al mismo tiempo que mantendrá su esfuerzo en el apoyo militar a Ucrania.
¿Significan estos cambios un debilitamiento para Putin como ha sostenido la
mayoría de las interpretaciones relativas al cambio estratégico de la OTAN?
Aparentemente, sí. Pero también hay motivos para pensar en sentido contrario.
La tesis que sostiene en tono triunfalista que el punto
de inflexión de la OTAN conlleva un duro revés para Putin, parte de la base de
que las acciones de Putin en Ucrania, como ha sostenido la “escuela realista
norteamericana”, después usada por Putin como medio de propaganda, se debe a la
ampliación de la OTAN. No obstante ha sido el mismo Putin quien la ha
contradicho. Putin ha declarado, y no solo una vez, que para él no es
ningún problema que Finlandia y Suecia sean miembros de la OTAN. No hay
ningún motivo para contradecirlo.
Como hemos advertido en otros textos, las intenciones
geopolíticas de Putin no se ven resentidas por el hecho de que la OTAN sea más
o menos grande. Su objetivo, al menos el inmediato, es reconstituir el espacio
originario de la antigua RUS, vale decir, el imperio ruso pre-soviético.
Incluso Putin parece haber renunciado, por lo menos durante la primera etapa de
su avance, a la reconquista de los países bálticos, pues esta acción demandaría
una reacción de Occidente muy superior a la que ha mostrado frente a Ucrania.
Putin –lo demostró en en el caso de Ucrania donde en meses de guerra ofensiva
solo ha logrado hacerse de algunas ciudades en el Donbás– no está en
condiciones de hacer la guerra en dos o más frentes a la vez. Su propósito por
ahora solo se puede limitar a asegurar la fase de reconsolidación del imperio
en la zona por él considerada “natural”, a la que, según su mitología,
pertenece Ucrania. Después, de acuerdo a las condiciones -parece pensar Putin-
verá lo que hace. Por el momento lo decisivo para él es reintegrar a Ucrania, y
si eso no es posible, destruirla por completo (evidentemente, lo está
haciendo). No obstante, hasta ahora su balance es magro: ha anexado a
Bielorrusia vía Lukazensko, destruyendo a la sociedad civil de ese país y la
guerra en Ucrania está lejos de ser ganada. Moldavia también podría ser anexada
aunque para él parece ser una pieza menor. En breve, Putin está
atascado en el primer escalón de su proyecto imperial. El segundo escalón, ya
lo anunció Putin en San Perterburgo, es derrotar a Occidente, entendiendo por
ello su debilitamiento político y económico.
La guerra a Ucrania es vista por Putin como un factor
decisivo para debilitar militar, política e incluso moralmente, si no a
Occidente, por lo menos a su parte europea. Cuenta para ello, así como también
contó Stalin, con potenciales aliados inter-europeos, entre ellos la Hungría de
Orban, la Turquía de Erdogan, la Serbia de Vučic. Cuenta con las ultraderechas
neo-fascistas que emergen en todos los países de Europa. Cuenta con la
posibilidad de una crisis económica inducida por la guerra que, según sus
cálculos podría derrumbar a las economías europeas, desatando descontentos
sociales y debilitando gobiernos. Cuenta con los efectos del hambre mundial
provocada por sus bloqueos militares y por la crisis energética la que
multiplicará a las masas migratorias, sobre todo a las provenientes de Africa.
Y, no hay que olvidar, cuenta con la posibilidad de que en el 2024 triunfe en
los EE UU la alternativa nacional-populista de Trump, quien en aras de la
recuperación económica de su nación podría ofrecer a Putin todo el espacio
euroasiático para que haga allí lo que más le convenga. En pocas palabras,
Putin cuenta con un tiempo cuyos vientos, según sus meteorólogos políticos,
soplan a favor.
Putin ya declaró en el congreso internacional de
dictaduras que tuvo lugar en San Petersburgo que la guerra en Ucrania es solo
el comienzo de una cruzada en contra de Occidente. En el marco de esa guerra Putin intentaría –de hecho lo
está intentando– convertirse en la vanguardia político-militar de todas las
naciones autocráticas, dictatoriales y por lo mismo, antioccidentales de la
tierra. El antiguo sueño de Stalin, la capitulación de la Europa democrática,
quiere convertirlo en realidad, pero bajo otras formas y mediante otros
métodos.
Reconstituir a la antigua Rusia significaría en su
afiebrada pero no imposible utopía, convertir a Rusia en el eje central de un
nuevo continente llamado Eurasia. Y bien,
para cumplir ese objetivo, ya ha dado los primeros pasos. Justamente en los
días en que tenían lugar las conferencias de la UE y de la OTAN, Putin
emprendió un viaje hacia naciones en vías de ser dominadas por Rusia. A algunos
observadores pareció solo un intento para demostrar a Occidente la extensión y
solidez de su zona de influencia territorial. Pero a Putin no interesan los
espectáculos mediales. Todo lo que hace, lo hace de acuerdo a un fin, muchas
veces oculto. Y en este caso, más que una demostración de fuerza lo que más
interesaba al dictador era asegurar su frente interior en aras de una expansión
que escapa al área de competencia militar occidental: hacia la región caucásica
y en Asia Central.
Veamos los países que Putin visitó: en primer lugar Tayikistán,
donde posee fuertes conexiones económicas y diversas bases militares.
Tayikistán además mantiene relaciones económicas y religiosas con los talibanes
de Afganistán quienes, necesitados de asistencia material no dudarían en
vincularse al imperio ruso bajo la condición de que le sean respetadas su
soberanía, sus tradiciones y su orden religioso. No deja de ser sintomático que
después del terremoto, Afganistán pidiera ayuda a Occidente, y luego del viaje
de Putin, la rechazara sin dar explicaciones.
La segunda estación del periplo de Putin fue su visita a
los gobiernos de Kazajstán, Kirguistán,Turkmenistán,
Uzbekistán, la mayoría de ellos de orientación islamista. Acercamiento
interesante: en la histórica asamblea de la ONU donde Rusia fuera condenado por
141 votos, ninguno de esos gobiernos votó a favor de Rusia. La mayoría se
abstuvo. Fue un aviso a Putin de que ninguno de esos países quiere correr la
suerte de Chechenia y Ucrania. Pero a Putin tampoco interesa por el momento
anexar a esas naciones. Lo importante para él es incorporarlas a una línea
estratégica común: la lucha en contra de ese Occidente poblado por infieles
anti-islámicos. Su objetivo ya declarado es ir formando un frente de
naciones anti-occidentales, sean ortodoxas o musulmanas. Ya ejerce control
sobre Siria, a la que ha convertido en colonia, del mismo modo como busca con
denuedo una alianza más estrecha con Irán, vale decir una alianza de la
civilización ortodoxa con la civilización islámica en contra de la “obscena”
civilización occidental, algo que ni siquiera pasó por la cabeza de Samuel
Hungtinton. Ahora bien, en el cumplimiento de ese proyecto, la OTAN quedaría
totalmente fuera del juego. Al fin, no es su espacio de guerra. La divisa de la
OTAN, en términos elementales, parece ser la siguiente: "A Rusia no
pertenece ningún país europeo. Si quiere aumentar su territorio, que vaya a
otras partes".
Por cierto, conformar esa enorme alianza anti-occidental
exigiría un alto precio: la incorporación de China como potencia económica.
Rusia pondría a disposición del proyecto chino de dominación económica mundial,
sus fuentes energéticas, gas, petróleo y sus ejércitos. China, su capital y sus
mercados. En esa proyección, el mundo, según Putin, quedaría sometido a
la dominación económica de China y a la militar de Rusia. ¿Un nuevo orden
mundial? Si es que queremos, usemos ese nombre.
Pero todo ese, para Occidente tenebroso proyecto, puede
ser realizado solo bajo una condición, y es la siguiente: que Occidente
permaneciera impávido e inmóvil. No obstante, ese tampoco será el caso.
Es cierto que la nueva estrategia de la OTAN
tiene por el momento un objetivo estrictamente defensivo. Mediante la
incorporación de Finlandia y Suecia, más otras naciones que vendrán, se trata
de tender una línea demarcatoria vedada a la expansión rusa. Un “no pasarán”
teritorial y militar.
Probablemente el Kremlin computa que en Occidente habrá
deserciones, vacilaciones y caída de gobiernos democráticos. Y claro,
seguramente habrá un poco de todo eso. No hay nada más inestable que una
democracia en tiempos de crisis económica o guerra, y más todavía si estas dos
catástrofes aparecen al unísono. Pero, a la vez, Occidente también confía en
que las alianzas internacionales de Putin, sobre todo con una Rusia empobrecida
por la guerra, no sean tan estables como a primera vista aparecen. Mientras la
gran mayoría de los habitantes sometidos al imperio ruso o chino anhelan vivir
como en Occidente, muy pocos en Occidente, aunque se declaren
anti-norteamericanos, quieren vivir como rusos o como chinos.
Competir económicamente con China en los mercados
mundiales y a la vez guerrear con Rusia en espacios territoriales sería por
cierto una tarea titánica. No
obstante, la democracia política tiene una ventaja que no poseen los ordenes
autocráticos anti-occidentales. La democracia no solo es una forma de
gobierno ni solo un modo de vida, es también, aunque a muchos parezca extraño,
una fuerza económica.
La democracia, para serlo, supone la valoración del ser
humano, y esa valoración supone a su vez aumentar el capital de todos los
capitales habidos y por haber: la inteligencia de la inventiva. Inteligencia
que no solo lleva a pensar filosóficamente sino también a recorrer el mundo de
las ciencias. En otras palabras, Occidente dispone de una capacidad de creación
que no puede desarrollarse plenamente bajo el peso de los estados
dictatoriales.
La gran capacidad económica china tiene como fundamento
los bajos precios salariales y una tecnología imitativa de la originaria, que
es predominantemente occidental. Rusia, bajo Putin ha llegado a convertirse en
un gigante militar, pero económicamente está condenado a subordinarse a China o
a Occidente. Tanto China como Rusia podrían tener, sin duda, las mismas o
mejores capacidades creadoras. Pero para que eso ocurra deberían ser liberadas
fuerzas productivas de las que el capital humano es su fuente originaria. Eso supondría
liberar al ser humano de yugos estatales, autocráticos y dictatoriales. En
otras palabras, ambas naciones deberían negarse a sí mismas como dictaduras o
autocracias. Algo que por el momento está muy lejos de ser posible.
Quizás pensando así fue que, en un día de rara
inspiración, Joe Biden declaró que la gran contradicción de nuestro
tiempo es la que se da entre democracias y autocracias. No sabemos si
Biden se dio cuenta de la tremenda verdad que dijo. Pues esa verdad implica,
entre otras cosas, situar a la guerra y a la economía bajo la hegemonía de la
política (autocracias y democracias son ordenes políticos, no económicos ni
militares) Una verdad en fin que no solo deberá realizarse al exterior sino al
interior de cada nación.
Occidente saldrá lesionado de la guerra de Ucrania, no
hay dudas. Pero también podría suceder que Rusia tampoco salga fortalecida y su
alianza con China sea dificultada, entre otras razones, por la decisión de la
OTAN de no solo invertir esfuerzos en el espacio Atlántico Norte, sino también
en dirección del Pacífico Sur. Por eso fue muy importante que por
primera vez hubieran asistido a la cumbre de la OTAN países cooperantes que no
forman parte del tratado originario cono son Corea del Sur, Japón, Nueva
Zelandia y Australia. De esa nueva orientación tiene que haber tomado nota
Xi Jinping y su comité central.
La OTAN ha entrado definitivamente en la tercera fase de
su historia. En la primera sirvió de
protección en contra del avance de la URSS. En la segunda fue embarcada en una
guerra difusa y sórdida en contra de un terrorismo internacional que no conoce
patrias. En la tercera, la que recién comienza, ya ha decidido a servir de muro
de contención en contra de la Rusia imperial de Putin para luego convertirse en
la organización militar de todas las democracias occidentales.
Si Occidente lograra convencer a China que una guerra
comercial y financiera pero no militar puede ser más rentable que una guerra
militar a la que sería arrastrada por Rusia, sería un gran éxito político.
Naturalmente, en ese caso Occidente, particularmente los EE UU, deberán hacer
concesiones económicas a China. Pero así y todo ese sería un precio módico a
pagar si se trata de evitar una maligna alianza anti-occidental de carácter
militar entre Rusia y China. Si esa alianza fracasó entre la URSS y la China de
Mao, no hay motivos para que esta vez tenga éxito. La tarea de
Occidente no debe ser en ningún caso provocar a, sino negociar con China. Rusia,
sin China, sería solo un gigante militar subdesarrollado, destinado a sucumbir
por tercera vez bajo el peso de su propia historia.
En fin, el tan cacareado nuevo orden mundial no
esta todavía constituido. Como todo en esta vida, será configurado en el
cada día, allí donde las contingencias suelen primar más que pronósticos
basados en lógicas deterministas. Hay que prever y priorizar, claro está. Pero
más no se puede. Por el momento solo sabemos que Rusia es el enemigo
principal y China el enemigo posible. De ahí que el próximo encuentro que
tendrá lugar entre Xi Jinping y Biden será de importancia fundamental para el
curso de la historia del siglo XXl.
El mundo no depende solo de los misiles sino también de
las palabras. Eso lo supieron en su tiempo Churchill y Stalin (podríamos decir
también Kissinger y Mao Zedong) cuando, amenazados por un mismo peligro,
abandonaron por un instante sus miedos y sus odios, y se dispusieron a
conversar.
Tomado de: https://polisfmires.blogspot.com/2022/07/fernando-mires-el-nuevo-orden-mundial.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico