Esperanza Hermida 01 de julio de 2022
Desde
febrero de 2022, la huida de la población ucraniana en cuestión de semanas,
solapó la estampida de 6 millones de venezolanos durante los últimos 5 años.
Hace días, la masacre de Melilla es una fotografía del horror ante el
desplazamiento forzoso del África subsahariana. Una terrible denuncia ante el
planeta, por la violación de derechos humano que padece la gente pobre que
emigra.
Varias veces se han pronunciado los organismos internacionales respecto a la situación de Ucrania y hasta hace poco, con relación a la ola migratoria que en varias fases se ha venido produciendo en Venezuela. Es inaceptable la masacre Melilla, ha dicho la ONU. Pero la verdad es que, desde tiempos inmemoriales, la pobreza ha tenido en la migración uno de sus rostros más brutales.
Guardando
las distancias con la situación de Melilla, de forma comparativa resulta que en
Latinoamérica y especialmente en Venezuela, el drama, en términos de la
profunda injusticia humana que padecen estas regiones es tal que, a pesar de
sus enormes riquezas, su población es de las más empobrecidas del planeta. En
muchos casos, heredera de la miseria producida por la trata de personas a
través de la esclavitud y el saqueo de sus diamantes, oro y petróleo.
Las
consecuencias de todo este caos afectan a los más débiles. La desesperación de
la gente con mayores necesidades y menores posibilidades la empuja, ante la
falta absoluta de medios vida, a buscar refugio en lugares que en apariencia
ofrecen mejores perspectivas. Para algunos grupos sociales ese destino es
América del norte, mientras que para otros es España, y por esta vía, la Unión
Europea. Esa angustia por el pan y la paz, atrapa irremediablemente, sobre
todo, a las mujeres y hombres más jóvenes, que ven en esas huidas llenas de
sinsabores, alguna esperanza para sí y sus familias.
De
allí que lo sucedido recientemente tanto en la selva del Darién, como en el Río
Grande, Ucrania y Melilla, golpee bruscamente. En especial si se pretende dar
la espalda a la trascendencia que posee la migración, como fenómeno persistente
y actual de la humanidad en el siglo XXI. Por ello, vista la violencia con la que
actúan las fuerzas de seguridad ante la migración, en videos que dan la vuelta
al mundo en redes sociales y noticieros, resulta insoslayable la denuncia de
violación de derechos humanos. Así mismo, resaltar que no hay excusa para
seguir alimentando la injusticia social y que el presupuesto público utilizado
para la represión a civiles desarmados e indefensos, bien podría usarse para
atacar las causas que provocan los desplazamientos forzosos por causa del
hambre y las guerras.
En ese
sentido, es odiosa la existencia de campañas de solidaridad con la migración
proveniente de unos pueblos, mientras se estigmatiza a otros por su condición
económica, su origen racial, sexo, edad, creencia religiosa e ideología.
Todos
estos factores representan y determinan un tratamiento discriminatorio, que
muchas veces, demasiadas, desemboca en un desenlace fatal, que agrava el dolor
de quienes se ven forzados a irse de sus países y agudiza el sufrimiento de sus
familias.
En el
caso de Venezuela, país que históricamente fue receptor de migrantes como se ha
insistido en múltiples ocasiones, la tragedia de Melilla no es ajena.
Lamentablemente, empieza a ser parte del acontecer de una generación que, en
las primeras décadas del siglo XXI, le ha correspondido vivir la ruptura de las
familias con motivo del desplazamiento forzoso, el desarraigo, la despedida
involuntaria, la distancia no deseada de las personas mayores, la estampida de
la juventud a otras latitudes y el éxodo de profesionales de todas las áreas en
búsqueda de mejores condiciones.
La
huida es la misma. La muerte, cuando acontece en medio de este pavoroso escape
colectivo, es similar. La vida de un ser humano migrante, proveniente de
Venezuela, tiene el mismo valor que la vida de un ser humano de Palestina,
Siria, Melilla, Colombia o Ucrania. En algún caso, la diferencia es el color de
la piel, de los ojos, el idioma. En términos de dolor, lo demás es
igual.
Esperanza
Hermida
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico