Opus Dei 06 de agosto de 2022
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Comentario del 19.º domingo del tiempo
ordinario (Ciclo C). "Porque donde está vuestro tesoro, allí estará
vuestro corazón". Levantemos la mirada más allá de lo momentáneo y
asomemos la vista al tesoro que nos espera. Así, obraremos de modo justo y
misericordioso.
Evangelio
(Lc 12,32-48)
No
temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no envejecen, un tesoro
que no se agota en el cielo, donde el ladrón no llega ni la polilla corroe.
Porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.
Tened
ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, y estad como quienes
aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle al instante en
cuanto venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los
encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará
sentar a la mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la segunda vigilia
o en la tercera, y los encontrase así, dichosos ellos. Sabed esto: si el dueño
de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se
horadase su casa. Vosotros estad también preparados, porque a la hora que menos
penséis vendrá el Hijo del Hombre.
Y le
preguntó Pedro:
—
Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
El
Señor respondió:
—
¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el amo pondrá al
frente de la casa para dar la ración adecuada a la hora debida? Dichoso aquel
siervo a quien su amo cuando vuelva encuentre obrando así. En verdad os digo
que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si ese siervo dijera en sus
adentros: «Mi amo tarda en venir», y comenzase a golpear a los criados y
criadas, a comer, a beber y a emborracharse, llegará el amo de aquel siervo el
día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el
pago de los que no son fieles. El siervo que, conociendo la voluntad de su amo,
no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos
azotes; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá
pocos azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que
le encomendaron mucho, mucho le pedirán.
Comentario
Jesús
se dirige a sus discípulos enseñándoles a cuidar del pueblo de Dios a ellos
encomendado. Valiéndose de algunas parábolas y comparaciones, marca el estilo
de vida que ha de caracterizar a los pastores de la Iglesia.
De
entrada, puesto que han de vivir intensamente, con la grandeza de quien tiene
el corazón lleno de ideales, los llama a ser sobrios y estar desprendidos de
riquezas. Dios es Padre, y cuidará de ellos y de sus necesidades, así que no
necesitan atesorar para sí mismos. Jesús los invita a vivir con una lógica de amor
que se manifieste de modo preferente en la atención de los demás.
Eleva
sus pensamientos hacia lo alto, para que ponderen los valores a los que ajustar
su existencia, teniendo en cuenta que habrán de dar cuenta de sus actos delante
de Dios. Las dos parábolas del Evangelio de este domingo sirven como una amable
exhortación a la vigilancia. Con ejemplos tomados de la vida ordinaria de su
tiempo, el Señor los llama a estar despiertos y permanecer vigilantes.
Dice
Benedicto XVI que “esta vigilancia significa, de un lado, que el hombre no se
encierre en el momento presente, abandonándose a las cosas tangibles, sino que
levante la mirada más allá de lo momentáneo y sus urgencias. De lo que se trata
es de tener la mirada puesta en Dios para recibir de Él el criterio y la
capacidad de obrar de manera justa. Por otro lado, vigilancia significa sobre
todo apertura al bien, a la verdad, a Dios, en medio de un mundo a menudo
inexplicable y acosado por el poder del mal. Significa que el hombre busque con
todas las fuerzas y con gran sobriedad hacer lo que es justo, no viviendo según
sus propios deseos, sino según la orientación de la fe”[1].
Todo
eso lo ejemplifica Jesús con las parábolas de los siervos vigilantes (Lc
12,35-40) y del administrador fiel y prudente (Lc 12,42-48). Tanto la palabra
“siervo” (doulos, en griego) como “administrador” (oikonomos),
son términos que en la Iglesia primitiva designan a aquellos que han de poner
especial empeño en el cuidado de los demás hermanos en la fe. Así, por ejemplo,
San Pablo mismo se presenta como “Pablo, siervo de Jesucristo” al inicio de la
carta a los Romanos (Rm 1,1), al que le gustaría ser considerado por los fieles
como “administrador de los misterios de Dios” (1 Co 4,1), y, en continuidad con
lo que Jesús había enseñado en esta parábola, señala que “lo que se busca en
los administradores es que sean fieles” (1Co 4,2).
Entre
las tareas del “administrador” fiel, Jesús señala en primer lugar la de “dar la
ración adecuada a la hora debida” (v.42). Muy posiblemente, no se refiere sólo
a las cuestiones alimentarias, sino que, apunta delicadamente a la Eucaristía.
La principal tarea de los sucesores de los Apóstoles y sus colaboradores en el
sacerdocio consiste, sin duda, en poner a disposición del pueblo cristiano el
alimento del alma.
La
venida gloriosa de Cristo, para juzgar a vivos y muertos, no ha de ser
contemplada con temor por aquellos que han sido siervos fieles, pues él mismo
se pondrá a servirlos en aquel momento: “en verdad os digo que se ceñirá la
cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá” (v. 37). “Esto
implica -comenta también Benedicto XVI- la certeza en la esperanza de que Dios
enjugará toda lágrima, que nada quedará sin sentido, que toda injusticia
quedará superada y establecida la justicia. La victoria del amor será la última
palabra de la historia del mundo”[2].
[1] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret II. Desde la entrada en Jerusalén hasta la
Resurrección (Madrid: Encuentro, 2011), p. 333-334.
[2] Ibidem, p.
333.
Tomado de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-08-07/
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