Venezuela produjo, entre los años finales del siglo XVIII y los iniciales del XIX una generación extraordinaria de combatientes del pensamiento y de acción, que cabalgando en las circunstancia de esos tiempos en Europa y América crearon la soberanía de Suramérica.
Poetas, intelectuales, sacerdotes, abogados, ingenieros, militares, estudiantes, peones, amas de casa, todos llenaron llanuras, cultivos, montañas y ciudades del espíritu, la exigencia y el compromiso de la libertad de hombre y del ciudadano.
Salieron espada en mano y a pecho descubierto, cruzaron varias veces los Andes por el norte y los escalaron por el sur, difundieron la democracia como sistema, enseñaron la libertad y la república como conceptos de vida y de compromiso a los pueblos.
Cuando Bolívar, Sucre, San Martín y otros líderes habían muerto, América era un continente libre, con escasas excepciones. Pero pasaría otro siglo antes de que surgiera una nueva generación en Venezuela una generación pensadora, con comprensión y pensamiento ideológicos. Salió a la calle un siglo después, en 1928, y planteó al pueblo venezolano un cambio que no era de caudillos sino de actitudes. Fueron encarcelados, torturados, exiliados, pero fundamentaron la democracia. Derrotaron al militarismo, enfrentaron al comunismo, ejercieron la democracia y también decayeron.
El problema es que, desde 1999, no hemos tenido una generación capaz de tomar su lugar. Sólo militares sumisos, políticos de corta visión y una población desesperanzada, enredados entre la corrupción y el descuido, que no terminan de entender que solo unidos lograremos el sueño de reconstruir Venezuela.
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