Alfredo Infante, s.j. 14 de diciembre de 2022
Hay un
llamado de Dios a la humanidad que atraviesa la historia de la Salvación:
“Escucha, Israel” (Dt 6:4). El llamado viene de un Dios que escucha el clamor
de su pueblo, empatiza, se conmueve y sale al encuentro como a Moisés en la
zarza ardiente: “He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado
sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos, y
por esta razón estoy bajando, para liberarlo del poder de los egipcios” (Ex
3:7-8 a).
Dios
no actúa unilateralmente. Él escucha, se conmueve, llama, se encuentra,
dialoga, delibera y acuerda una alianza con su pueblo, alianza de vida, cuya
clave es la escucha mutua, recíproca.
Los mandamientos son esa hoja de ruta que el pueblo de Israel va discerniendo y descubriendo, de cara a Dios, en el camino de la convivencia, y se convierten en la Constitución, signo del paso de masa desarticulada y fragmentada por la opresión a pueblo articulado que va labrando su historia, sostenido y acompañado por Dios. Pero esta relación no es solo colectiva: Dios llama a una relación personal, a que este camino de vida sea ley de nuestra conciencia, y eso pasa por la escucha: “Ahora bien, si tú escuchas de verdad la voz de Yavé, tu Dios, practicando y guardando todos los mandamientos que te prescribo hoy, Yavé, tu Dios, te levantará” (Dt 28:1).
El
drama de Israel es que cierra sus oídos a la voz de Dios, quebranta la alianza,
sus líderes violan la Constitución, hacen del poder un ídolo, oprimen a su
pueblo y la convivencia social se degrada, con la injusticia y la desigualdad
de una gran mayoría.
Pero
Dios sigue hablando a través de los profetas. Y entre el pueblo hay un resto
que sigue escuchando, organizándose y buscando caminos de vida; es el resto de
Israel, también conocidos como los pobres de Yavé.
María
y su prima Isabel son ese resto que, en medio de la adversidad y contra todo
pronóstico, mantienen la esperanza y escuchan la voz de Dios. Isabel es anciana
y estéril como Israel, pero su fe la lleva abrir caminos de fecundidad y su
escucha creyente fecunda su seno y engendra al gran profeta Juan Bautista,
llamado a preparar el camino del Señor.
María,
joven, virgen, escucha la voz de Dios, a través del ángel Gabriel, quien la
acompaña, dialoga, discierne y, finalmente, se abre confiadamente a Dios con su
“Sí” y, gracias a este resto creyente de Israel, supo escuchar: “La Palabra se
hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria
que recibe del Padre el Hijo único, en él todo era don amoroso y verdad” (Jn
1:14). Después, cuando Jesús está en plena misión, María, la que escucha a
Dios, nos señalará a su Hijo en las Bodas de Caná y dirá: “Hagan lo que Él les
diga”.
En
Venezuela, hay un déficit de escucha y diálogo en todos los ámbitos: en la
familia, en el trabajo, en la comunidad, en la política; y ese déficit de
escucha fragmenta la convivencia y nos va llevando al barranco. El déficit de
escucha exalta los egos y los apetitos de poder, y termina generando una gran injusticia
y desigualdad.
En
este Adviento, tiempo de esperanza y preparación, el milagro que esperamos es
que abramos nuestros oídos y tomemos en serio nuestro destino común y oigamos
la voz de Dios que nos dice:
“Escucha, Venezuela. No cierres tus oídos”.
Alfredo
Infante, s.j.
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