Francisco Fernández-Carvajal 24 de diciembre de 2022
@hablarcondios
— En Belén no quisieron recibir a Cristo.
También hoy muchos hombres no quieren recibirlo.
— Nacimiento del Mesías. La «cátedra» de
Belén.
— Adoración de los pastores. Humildad y
sencillez para reconocer a Cristo en nuestras vidas.
I. En
aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase
todo el mundo1.
Ahora
nosotros podemos ver con claridad que fue una providencia de Dios aquel decreto
del emperador romano. Por esta razón María y José fueron a Belén y allí nació
Jesús, según había sido profetizado muchos siglos antes2.
La
Virgen sabía que estaba ya próximo el nacimiento de Jesús, y emprendió aquel
viaje con el pensamiento puesto en el Hijo que le iba a nacer en el pueblo de
David.
Llegaron a Belén, con la alegría de estar ya en el lugar de sus antepasados, y también con el cansancio de un viaje por caminos en malas condiciones, durante cuatro o cinco jornadas. La Virgen, en su estado, debió llegar muy cansada. Y en Belén no encontraron dónde instalarse. No hubo para ellos lugar en la posada, dice San Lucas3, con frase escueta. Quizá José juzgara que la posada repleta de gente no era sitio adecuado para Nuestra Señora, especialmente en aquellas circunstancias. San José debió de llamar a muchas puertas antes de llevar a María a un establo, en las afueras. Nos imaginamos bien la escena: José explicando una y otra vez, con angustia creciente, la misma historia, «que venían de...», y María a pocos metros, viendo a José y oyendo las negativas. No dejaron entrar a Cristo. Le cerraron las puertas. María siente pena por José, y por aquellas gentes. ¡Qué frío es el mundo para con su Dios!
Quizá
fue la Virgen quien propuso a José instalarse provisionalmente en alguna de
aquellas cuevas, que hacían de establo a las afueras del pueblo. Probablemente
le animó, diciéndole que no se preocupara, que ya se arreglarían... José se
sintió confortado por las palabras y la sonrisa de María. De modo que allí se
aposentaron con los enseres que habían podido traer desde Nazaret: los pañales,
alguna ropa que ella misma había preparado con la ilusión que solo saben poner
las madres en su primer hijo...
Y en
aquel lugar sucedió el acontecimiento más grande de la humanidad, con la más
absoluta sencillez: Y sucedió –nos dice San Lucas– que
estando allí se le cumplió la hora del parto4.
María envolvió a Jesús con inmenso amor en unos pañales y lo recostó en
el pesebre.
La
Virgen tenía la fe más perfecta que cualquier otra persona antes o después de
Ella. Y todos sus gestos eran expresión de su fe y de su ternura. Le besaría
los pies porque era su Señor, le besaría la cara porque era su hijo. Se
quedaría mucho tiempo quieta contemplándolo.
Después,
María puso al Niño en brazos de José, que sabe bien que es el Hijo del
Altísimo, al que debe cuidar, proteger, enseñarle un oficio. Toda su vida está
centrada en este Niño indefenso.
Jesús,
recién nacido, no habla; pero es la Palabra eterna del Padre. Se ha dicho que
el pesebre es una cátedra. Nosotros deberíamos hoy «entender las lecciones que
nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se
abrieron a esta bendita tierra de los hombres»5.
Nace
pobre, y nos enseña que la felicidad no se encuentra en la abundancia de
bienes. Viene al mundo sin ostentación alguna, y nos anima a ser humildes y a
no estar pendientes del aplauso de los hombres. «Dios se humilla para que
podamos acercarnos a Él, para que podamos corresponder a su amor con nuestro
amor, para que nuestra libertad se rinda no solo ante el espectáculo de su
poder, sino ante la maravilla de su humildad»6.
Hacemos
un propósito de desprendimiento y de humildad. Miramos a María y la vemos llena
de alegría. Ella sabe que ha comenzado para la humanidad una nueva era: la del
Mesías, su Hijo. Le pedimos no perder jamás la alegría de estar junto a Jesús.
II.
Jesús, María y José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarles a gente
sencilla, unos pastores, quizá porque, como eran humildes, no se asustarían al
encontrar al Mesías en una cueva, envuelto en pañales.
Son
los pastores de aquellos contornos a quienes se refería el profeta
Isaías: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz7.
En
esta primera noche solo en ellos se cumple la profecía. Ven una gran
luz: la gloria del Señor los envolvió de claridad8. No
temáis, les dice un ángel, pues vengo a anunciaros una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo; hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido el Salvador, que es el Cristo, el Señor9.
Esa
noche son los primeros y los únicos en saberlo. «En cambio, hoy lo saben
millones de hombres en todo el mundo. La luz de la noche de Belén ha llegado a
muchos corazones, y, sin embargo, al mismo tiempo, permanece la oscuridad. A
veces, incluso parece que más intensa (...). Los que aquella noche lo
acogieron, encontraron una gran alegría. La alegría que brota de la
luz. La oscuridad del mundo superada por la luz del nacimiento de Dios (...).
»No
importa que, en esa primera noche, la noche del nacimiento de Dios, la alegría
de este acontecimiento llegue solo a estos pocos corazones. No importa.
Está destinada a todos los corazones humanos. ¡Es la alegría del
género humano, alegría sobrehumana! ¿Acaso puede haber una alegría mayor que
esta, puede haber una Nueva mejor que esta: el hombre ha sido aceptado
por Dios para convertirse en hijo suyo en este Hijo de Dios, que se ha
hecho hombre?»10.
Dios
quiso que estos pastores fueran también los primeros mensajeros; ellos irán
contando lo que han visto y oído. Y todos los que les escucharon se
maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho11.
Igualmente a nosotros se nos revela Jesús en medio de la normalidad de nuestros
días; y también son necesarias las mismas disposiciones de sencillez y de
humildad para llegar hasta Él. Es posible que a lo largo de nuestra vida nos dé
señales que, vistas con ojos humanos, nada digan. Hemos de estar atentos para
descubrir a Jesús en la sencillez de lo ordinario, envuelto en pañales
y reclinado en un pesebre, sin manifestaciones aparatosas. Y todo el que ve
a Cristo se siente conmovido a darlo a conocer enseguida. No puede esperar.
Naturalmente
que los pastores no se pondrían en camino sin regalos para el recién nacido. En
el mundo oriental de entonces era inconcebible que alguien se presentase a una
persona elevada sin algún regalo. Llevarían lo que tenían a su alcance: algún
cordero, queso, manteca, leche, requesón...12.
Sin duda que no es demasiado desacierto figurarse la escena tal como la
representan los innumerables «belenes» de estos días y la
pregonan los «villancicos» cantados con sencillez por el
pueblo cristiano y con los que muchos de nosotros, quizá, hemos hecho nuestra
oración.
María
y José, sorprendidos y alegres, invitan a los tímidos pastores a que entren y
vean al Niño, y lo besen y le canten, y le dejen cerca del pesebre sus
presentes.
Nosotros
tampoco podemos ir a la gruta de Belén sin nuestro regalo.
Quizá
lo que nos agradecería la Virgen es un alma más entregada, más limpia, más
alegre porque es consciente de su filiación divina, mejor dispuesta a través de
una Confesión más contrita, para que el Señor habite con más plenitud en
nosotros. Esa Confesión que tal vez Dios lleva esperando hace tiempo...
María
y José nos están invitando a entrar. Y, una vez dentro, le decimos a Jesús con
la Iglesia: Rey del universo a quien los pastores encontraron envuelto
en pañales, ayúdanos a imitar siempre tu pobreza y tu sencillez13.
III. Alegrémonos
todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Hoy, desde el
Cielo, ha descendido la paz sobre nosotros14.
«Acabamos de oír un mensaje rebosante de alegría y digno de todo aprecio:
Cristo Jesús, el Hijo de Dios, ha nacido en Belén de Judá. El anuncio me
estremece, mi espíritu se enciende en mi interior y se apresura, como siempre,
a comunicaros esta alegría y este júbilo», anuncia San Bernardo15.
Y todos nos ponemos en camino para contemplar y adorar a Jesús, pues todos
tenemos necesidad de Él; es de Él de lo único que tenemos verdadera
necesidad. No hay tal andar como buscar a Cristo. // No hay tal andar
como a Cristo buscar. // Que no hay tal andar, canta un villancico popular,
diciéndonos que ningún camino que emprendamos vale la pena si no termina en el
Niño Dios.
«Hoy
ha nacido nuestro Salvador. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba
de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos
infunde la alegría de la eternidad prometida.
»Nadie
tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos
es común el motivo para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado
y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido a
liberarnos a todos. Que se alegre el santo, puesto que se acerca a la victoria.
Alégrese el gentil, ya que se le llama a la vida.
»Pues
el Hijo, al cumplirse la plenitud de los tiempos (...) asumió la naturaleza del
género humano para conciliarla con su Creador»16.
De aquí nace para todos, como un río incontenible, la alegría de estas fiestas.
Cantamos
con júbilo en estos días de Navidad porque el amor está entre nosotros hasta el
fin de los tiempos. La presencia del Niño es el amor en medio de los hombres; y
el mundo no es ya un lugar oscuro: quienes buscan amor saben donde encontrarlo.
Y es de amor de lo que esencialmente anda necesitado cada hombre; también
aquellos que pretenden estar satisfechos de todo.
Cuando
en el día de hoy nos acerquemos a besar al Niño o contemplemos un Nacimiento, o
meditemos en este gran misterio, que agradezcamos a Dios su deseo de abajarse
hasta nosotros para hacerse entender y querer, y que nos decidamos a hacernos
también como niños, para poder así entrar un día en el reino de los cielos.
Terminamos nuestra oración diciéndole a Dios Nuestro Padre: concédenos
compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre
la condición humana17.
Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
1 Lc 2,
1. —
2 Miq 5,
2 ss. —
3 Cfr. Lc 2,
7. —
4 Lc 2,
6. — 5 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 14. —
6 Ibídem.
—
7 Is 9,
2. —
8 Lc 2,
9. —
9 Lc 2,
10. —
10 Juan
Pablo II, Homilía en la Misa de Nochebuena de 1980. —
11 Lc 2,
18. —
12 Cfr. F.
M. Willian, Vida de María, p. 110. —
13 Laudes
5 de enero. Preces. —
14 Antífona
de entrada. Misa de medianoche. —
15 San
Bernardo, Sermón 6. Sobre el anuncio de la Navidad,
1. —
16 San
León Magno, Sermón en la Navidad del Señor, 1-3. —
17 Oración
colecta de Navidad.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/1/
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