En la cercanía de la pausa navideña, a pesar de la dura realidad para la mayoría de los venezolanos y de las vicisitudes que provoca una lucha política tan asimétrica para rescatar instituciones, Estado de derecho y de nuevo dignidad y decencia en Venezuela, en un escenario interno de tantas carencias e injusticias y un entorno internacional poco propicio para ser escuchados y sostenidos en el esfuerzo por reconstruir la democracia, es indispensable la esperanza.
No para mantenerla desde una quimera, sino con hechos concretos que hagan realizable un reencuentro desde la diversidad que somos y facilite una transición a favor del imperio de la ley y no del capricho o intereses partidistas de unos pocos que buscan perpetuarse en sus cargos, en contra del bien común. La democracia, rota sin pudor por el régimen usurpador e ilegítimo que preside Maduro, es nuestro más prioritario propósito común. La unidad es clave para construir las condiciones de un cambio estructural, que es mucho más que un gobierno distinto o un nuevo régimen.
La democracia es incluyente por definición. Además de un sistema político para organizar el ejercicio del poder, del carácter temporal y la alternancia de sus gobiernos, está estructurado para practicar la discrepancia sin violencia, el debate y la preservación de valores cívicos fundamentales como la transparencia, la rendición de cuentas y la consiguiente probidad en las funciones públicas; como modo ético de vida es igualmente universalizable; es hasta ahora la mejor forma conocida de coexistencia pacífica. Cumple el principio definido por uno de los tres imperativos categóricos de Kant, según el cual: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal».
Porque la democracia es respetuosa de la gente simplemente por su dignidad como persona, y vigilante de sus derechos sin importar preferencias políticas o inclinaciones ideológicas, transformar en obras lo que es hoy el colapso de los servicios públicos, la destrucción de la planta física de hospitales, escuelas e instituciones de educación superior, la ruina del aparato productivo de la economía nacional, los espacios urbanos y la infraestructura vial, es un deber ético sin distingos de clase ni condición; es dejar atrás las consignas pragmáticas o utilitarias del “Vale todo” o la moral pública del “sálvese quien pueda”.
El país no se puede improvisar; es preciso un plan articulado y un pacto de obligado cumplimiento entre los distintos sectores de la sociedad trabajadora, profesional e ilustrada, junto con dirigentes y militantes políticos de diversos partidos que tienen en su mano la capacidad de decidir, para trazar líneas estratégicas y definir prioridades de acción, cuando se abre el horizonte de superar electoralmente, en elecciones presidenciales y parlamentarias, libres, transparentes, universales, solo con el arma del voto, un conflicto que se ha vuelto casi irreversible.
Ya existen el objetivo de unidad, los componentes para impulsarlo con éxito y el ánimo ciudadano para romper la lógica del horror cotidiano y del círculo vicioso de la desesperanza.
Falta la voluntad política para poner en marcha las tareas indispensables para mejorar la convivencia y la vida cotidiana, sin amiguismo, sin personalismos, sin la «viveza criolla» en la mentalidad de la población, sin la «transgresión» convertida en «norma» ni la óptica de la «normalidad» en las relaciones muy desiguales entre el régimen que domina las instituciones de quienes hoy detentan las riendas del Estado y la complacencia de algunos de nuestros líderes. Preparemos juntos este regalo de Navidad, porque se trata de una decisiva batalla cultural que esperamos ganar.
https://talcualdigital.com/que-la-esperanza-no-cese-por-marta-de-la-vega/
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