San Josemaría 31 de diciembre de 2022
@sJosemaria
¡Qué humildad, la de mi Madre Santa María!
–No la veréis entre las palmas de Jerusalén, ni –fuera de las primicias de
Caná– a la hora de los grandes milagros. Pero no huye del desprecio del
Gólgota: allí está, “juxta crucem Jesé” —junto a la cruz de Jesús, su Madre.
(Camino, 507)
Esa ha sido siempre la fe segura. Contra los que la negaron, el Concilio de Éfeso proclamó que si alguno no confiesa que el Emmanuel es verdaderamente Dios, y que por eso la Santísima Virgen es Madre de Dios, puesto que engendró según la carne al Verbo de Dios encarnado, sea anatema (...).
La
Trinidad Santísima, al haber elegido a María como Madre de Cristo, Hombre como
nosotros, nos ha puesto a cada uno bajo su manto maternal. Es Madre de Dios y
Madre nuestra.
La
Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios
que la adornan. Por ese título, fue concebida inmaculada y está llena de
gracia, es siempre virgen, subió en cuerpo y alma a los cielos, ha sido
coronada como Reina de la creación entera, por encima de los ángeles y de los
santos. Más que Ella, sólo Dios. La Santísima Virgen, por ser Madre de
Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien infinito que es Dios.
No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio
inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta
familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima.
Éramos
pecadores y enemigos de Dios. La Redención no sólo nos libra del pecado y nos
reconcilia con el Señor: nos convierte en hijos, nos entrega una Madre, la
misma que engendró al Verbo, según la Humanidad. ¿Cabe más derroche, más exceso
de amor? (Amigos de Dios, nn. 275-276)
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/dailytext/madre-de-dios-y-madre-nuestra/
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