El Comercio 31 de mayo de 2023
@elcomercio_peru
Para el presidente brasileño, las críticas
al régimen dictatorial y violador de derechos humanos que lidera Nicolás Maduro
son simples “narrativas”.
“Haremos
de Brasil un país que tenga credibilidad
exterior”, le dijo Luiz Inácio Lula da
Silva a la directora del diario “El País” de España, Pepa Bueno, en una
entrevista el pasado 27 de abril. Por aquellos días, el mandatario brasileño se
encontraba de gira por Europa donde intentaba –intenta, de hecho, hasta ahora–
convertirse en un mediador autorizado en la guerra entre Rusia y Ucrania. Y en
aquel entonces no perdió la oportunidad para despacharse hablando de paz, de la
necesidad de “salvar la democracia en el mundo” y de cómo consideraba que los
derechos humanos “están por encima de todo”.
Poco más de un mes ha pasado desde entonces y Lula ha demostrado lo dúctiles que son sus convicciones. Ni es cierto que los derechos humanos, como asegura, le preocupen especialmente, ni le interesa salvaguardar la democracia. Si buscaba hacer de Brasil una voz creíble en el ámbito internacional, pues él mismo se ha encargado de sabotear ese objetivo esta semana, al hacer de valedero de un régimen dictatorial, violador de derechos humanos, corrupto hasta la médula y con vínculos con el crimen organizado y el narcotráfico como el que dirige Nicolás Maduro en Venezuela.
El
lunes, Lula celebró una conferencia de prensa con Maduro donde,
en buena cuenta, se dedicó a lavarle la cara. “Me estuve peleando mucho con los
compañeros socialdemócratas europeos, con gente de Estados Unidos, porque para
mí era absurdo que la gente que defiende la democracia te niegue a ti como
presidente de Venezuela, habiendo sido elegido por el pueblo
venezolano”, afirmó. Segundos después, además, sostuvo que la decisión de las
democracias más grandes del mundo de reconocer a Juan Guaidó como presidente
interino del país caribeño en el 2019 se debió a “un prejuicio muy grande”, porque Maduro “no
les caía bien”. “Y ese prejuicio sigue existiendo”, enfatizó.
Finalmente,
menospreció los señalamientos sobre la naturaleza autoritaria del régimen
chavista, aseverando que se trataba de meras “narrativas”. “Ustedes saben muy
bien cuál es la narrativa que han construido respecto de Venezuela:
del autoritarismo”, aseguró.
Como
sabe cualquier persona mínimamente informada sobre la situación
venezolana, Lula miente. Y lo hace descaradamente, sin
importarle quedar retratado como tal y demostrando que no puede ser una voz
autorizada en temas de derechos humanos o de democracia en ningún lado.
Maduro, vale
recordar, no ha sido elegido por el voto popular. Su administración se ha
erigido sobre la base del fraude que él y sus compinches ejecutaron en una
pantomima a la que trataron de vender como unos comicios presidenciales en el
2018. En efecto, vastas son las denuncias de irregularidades en las elecciones
de dicho año, donde la autoridad electoral venezolana, cooptada por el
chavismo, no solo sacó de carrera a los principales partidos opositores
aplicando retroactivamente una ley, sino que tuvo que contravenir su propia
legislación para organizar unos comicios exprés, sin garantías y sin
observadores electorales confiables. Estos no son prejuicios, como
asegura Lula, son hechos probados.
Pero,
además, la cúpula chavista carga con graves señalamientos de violaciones a los
derechos humanos documentados en múltiples informes. Solo para recordar uno de
ellos: en el 2020, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU denunció que desde
el 2014 se registraron en Venezuela casos de ejecuciones
extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias, tratos
crueles y torturas a presos políticos. Y apuntó directamente a Maduro y
a varios de sus altos funcionarios de haber contribuido con estos crímenes.
Esta no es una narrativa, es una realidad que, sin embargo, no ha sido
investigada en el país caribeño porque el sistema de justicia allí opera en la
práctica como un apéndice del régimen.
Como
es evidente, no se puede defender la democracia y abrazar al mismo tiempo a
quien la ha desmantelado por completo. No se pueden defender los derechos
humanos cuando se defiende en simultáneo a quien los ha pisoteado
sistemáticamente. No se puede, en fin, pretender pasar como una voz autorizada
a escala internacional cuando se habla desde los prejuicios ideológicos y
cuando se es cómplice de quienes han destruido Venezuela en
todos los aspectos posibles, como hace Lula.
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