Laureano Márquez P. 17 de agosto de 2023
Entre
todos los asuntos que destacan esta semana, hay uno que invita a una reflexión
profunda sobre el ser humano. Tiene que ver con Ötzi, un hombre que falleció
hace más de 5300 de años. Fue descubierto en los Alpes italianos en 1991 por unos
turistas de esos que les gusta la aventura.
Es la momia más antigua preservada en hielo. Hasta ahora se creía que se trataba de un hombre de color blanco y larga cabellera, pero las investigaciones del Instituto Max Planck de antropología evolutiva de Alemania, ha ofrecido nuevas luces sobre el ancestral congénere. Parece que su piel era de color oscuro, similar a la que presenta el cuerpo momificado, también se determinó que era calvo y que procedía de Anatolia (en la actual Turquía). Es decir, el fenómeno de las migraciones humanas es tan antiguo como el hombre mismo. Parece, pues que todo lo que se dijo en un principio de este misterioso «hombre de hielo» no tiene que ver con los recientes descubrimientos.
Es
inevitable que, ante un descubrimiento antropológico de tal magnitud, le vuele
a uno la imaginación: ¿qué pensaría Ötzi al momento de su muerte? Evidentemente
no pudo haber imaginado su fama y trascendencia. Probablemente ni siquiera en
su cabeza estaba ese concepto.
Un
campesino de Anatolia que llegó hasta los Alpes, uno más, convertido en
testimonio de nuestros orígenes. Hemos escudriñado su ADN y no extrañaría
que My heritaje le haya encontrado ya parientes vivos. Es increíble,
él está en nosotros tanto como nosotros en él.
En
definitiva y, a fin de cuentas, somos, de los animales que pueblan este
planeta, el único con capacidades intelectuales, somos sapiens,
aunque ciertos especímenes se empeñen en convencernos de lo contrario.
Un
hombre de hace 5300 años. Para el tiempo del universo, es una insignificancia,
pero para nosotros una eternidad. Ötzi murió asesinado. En todo este tiempo
transcurrido, ese animal que somos, en el fondo, no ha cambiado tanto. En
muchos lugares del planeta sigue siendo la misma bestia primitiva sin piedad ni
compasión por sus semejantes. Inevitable, frente al camarada Ötzi, preguntarse:
¿Qué seremos dentro de 5300 años? Es decir, en el nanosegundo que sigue, para
los estándares del universo.
Laureano
Márquez P.
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