MILAGROS SOCORRO 17 de agosto de 2023
@MilagrosSocorro
“Es la época en que cambiar de bando
porque te han dado la planta, la empresa, la finca, que le arrebataron a otro,
es chévere. Acomodarse, pactar con el verdugo, es muestra de flexibilidad, de
capacidad de adaptación. ¿Que han matado, torturado, perseguido, saqueado al
país…? Ay, chica, tú sí eres radical. Viví para ver que un presidente terminaba
su periodo y abandonaba La Casona para que la ocupara el siguiente, elegido en
comicios confiables. Y, gracias a Chávez y su banda, vi amustiarse lo que había
visto florecer”.
En reciente video de propia elaboración, la periodista y exploradora Valentina Quintero expuso el atraco a mano armada del que fue víctima en las inmediaciones de su casa, en Los Palos Grandes, este de Caracas. Con su conocida capacidad para narrar con detalle y vivacidad, nuestra segunda Humboldt expuso la progresión del ataque, puntuado por el grito de “¡Vieja!”, proferido por los delincuentes que, como estribillo, sazonó la agresión.
-Es
evidente que se trata de “malandros nuevos”-observó un experto en Seguridad-,
que vociferan más para darse ánimos a sí mismos que para intimidar a la
víctima. Desde luego, mientras más constatan que la persona a la que amenazan y
apuntan con armas es una persona mayor, más cobardes deben verse a sí mismos.
La víctima es siempre espejo del victimario, cuanto más vulnerable y desvalida
sea aquella, más cagón es este.
La
categoría de mujer vieja, a la que en las sociedades atrasadas se
llega a partir de los cuarenta años, es de las condiciones más abyectas en
estos tiempos en Venezuela. Mucho peor, desde luego, que hombre viejo,
casta a la que se incorporan mucho más tarde.
“Tan
fluctuantes son las consideraciones acerca de personas y actitudes que ahora
llamarte ‘digno’ es otra forma de descalificación”
Ya se
sabe que los caracteres van cambiando de valoración a través del tiempo.
Si en el pasado el anciano era valorado como guardián de la memoria, versado en
mil materias en las aulas de la experiencia y justo o juicioso, por haberse
desprendido ya de toda ambición y vanidad, ahora los viejos somos trastos mal
puestos, ocupantes negligentes de una vivienda en cuya puerta aguarda, como
zamuros cargados de maletas, la joven familia que taconea con impaciencia a que
la naturaleza precipite el desahucio. En Venezuela, templo del culto a la
juventud y la belleza, la vieja es, además, apóstata a la que debería
apedrearse por (o en) sus flácidas tetas, icono de herejía.
Asimismo,
si en el pasado ser ladrón o socio de fuerzas extranjeras que saquean el propio
país y oprimen a los nacionales, era motivo de salir de casa solo por las
noches y caminar pegado a los muros y con paso de fieltro. Ahora es blasón. Más
aún, quien no lo sea bien tonto es. Es la época en que cambiar de bando porque
te han dado la planta, la empresa, la finca, que le arrebataron a otro, es
chévere. Acomodarse, pactar con el verdugo, es muestra de flexibilidad, de
capacidad de adaptación. ¿Que han matado, torturado, perseguido, saqueado al
país…? Ay, chica, tú sí eres radical.
Tan
fluctuantes son las consideraciones acerca de personas y actitudes que ahora
llamarte “digno” es otra forma de descalificación. Ahora se lleva la
modulación, te vas acomodando, vas diciendo una cosa hoy y otra mañana, te le
vas sumando al coro de las hienas con tus risitas entre cautelosas y sobreactuadas.
Ya todo eso lo hemos visto. Vimos cuando ser gomecista era lo máximo, para
pasar a ser un oprobio y en estos tiempos devenir curiosidad vintage.
Lo mismo con ser perezjimenistas, si no lo eras, existías solo como carne de
prisión…
Yo,
que tengo 63 años, me convertí en vieja cuando llegó Hugo Chávez al poder y
empecé a denunciar sus abusos. Desde el primer día. Y claro que lo era (ahora
soy la momia Lucy). Yo escribía que Chávez y sus cómplices violaban la
Constitución, que le abrían la puerta a Fidel Castro y su vetusta dictadura
para que mancharan de estiércol con sus pezuñas las alfombras de Miraflores, y
la respuesta de sus hordas era que yo era una vieja, aquella obviedad. Cuando
los acusé de destruir la economía y la infraestructura nacional, la equivalencia
era que yo era una vieja. (Ahora deploro las maneras histriónicas de argentino
Milei, sus excesos circenses, y ha vuelto de correo: ¡Vieja!). En otros textos
me ocupaba de dejar claro que no es que yo era una vieja, era viejísima, una
auténtica anciana, puesto que había vivido para ver crecer mi país desde el año
1960, en que nací, en Maracaibo. Había vivido para ver la instalación de
desagües y alcantarillado en Machiques, hasta entonces librado a pozos. Yo
tenía doce años cuando CANTV extendió la telefonía hasta mi pueblo, al pie de
la Sierra de Perijá. Fui testigo, en carne propia, del incremento de la
plantilla estudiantil en todo el país. Vi proliferar escuelas, liceos, medios
de comunicación, museos… y, gracias a Chávez y su banda, vi amustiarse lo
que había visto florecer; vi gente que creía decente, acolitar arrebatones,
crímenes, horrores, así como gente que consideraba responsable, hacerse la
loca, mirar a otro lado, ver cómo se meneaba para sacar ventaja. Estuve allí
cuando los censos documentaban el aumento de la población y auguraban un
flamante bono demográfico hasta 2040 (periodo en que las personas en edad de
trabajar superan a los jubilados). Viví para ver que un presidente terminaba su
periodo y abandonaba La Casona para que la ocupara el siguiente, elegido en
comicios confiables. Viví para ver el desfile de artistas, músicos, escritores
que pasaban por Venezuela…
Y he
vivido para ver mi país convertido en un erial; más de siete millones de
venezolanos en la emigración; ríos de jóvenes lanzados al Darién, infierno
de abusos, violaciones y muerte; una pandilla enquistada en el poder; el
territorio humillado, dividido entre mafias conchabadas con las fuerzas
armadas; las universidades arrasadas; promociones completas retirando el
título, como en una carrera de obstáculos, para correr al aeropuerto; yo misma
estuve en una fila en el Aeropuerto de Maiquetía, para ingresar a la zona de
embarque, donde los jóvenes que me precedían se veían sacudidos por los
sollozos (acababan de soltarse del abrazo de sus llorosos padres), semejando
una coreografía gimiente; vi los museos desperfilados, desvalijados y
desolados; la CANTV acabada; los medios acallados, con sus equipos robados;
entrevisté a los hijos de los torturados y a los asesinados mientras estaban en
poder del Estado; escuché acento cubano en las instalaciones del SAIME; vi
la democracia venezolana pisoteada…
Para
haber vivido todo esto hay que ser un anciano. Muy pero muy añejo. Yo lo soy,
sin duda. Y me siento más, mucho más de lo que soy, que es lo que cuenta. Soy
una especie de samán forzado a extender sus ramas sobre el amado terreno donde
acampan los bárbaros para hollarlo, pervertirlo y rociarlo de escupitajos.
Pero,
eso sí, ni Valentina Quintero ni yo somos tan viejas como para no ver el
amanecer de Venezuela y a quienes nos han robado e insultado, despojados de sus
riquezas mal habidas y entregados a la justicia.
Eso
también lo vamos a ver, lo pueden jurar. Y estaremos allí para hacer lo que
siempre hemos hecho, defender la verdad en nuestras cuartillitas y
ver la caravana pasar.
MILAGROS
SOCORRO
@MilagrosSocorro
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