Humberto García Larralde 17 de octubre de 2023
El sorpresivo ataque de las milicias fundamentalistas de Hamás, dirigido deliberadamente a masacrar a centenas de jóvenes que se entretenían en un festival de música, a familias enteras de kibutzim –adultos viejos, niños– y a cuanto civil tuviese inadvertidamente la desdicha de estar a su alcance, desafía toda comprensión racional. Sus atrocidades contra la población civil suscitan el más absoluto horror. Más de 1.200 muertes inocentes en escasas horas, según las noticias, cuya única explicación es el odio visceral de fanáticos islamistas en guerra santa contra quienes, por el sólo hecho de existir como israelíes, deben ser exterminados o sufrir los más terribles tormentos. Es una guerra de aniquilación, reminiscente del horror nazi. Israel y los judíos deben desaparecer.
Lamentablemente,
bajo los gobiernos más conservadores y de derecha, el Estado israelí ha
contribuido a incubar estos odios enfermizos. Al aupar la colonización de
tierras conquistadas e imponerse por la fuerza a sus residentes palestinos,
ofrece pretextos para la venganza fundamentalista. Toda acción discriminatoria,
en un imaginario en que los judíos son proyectados como invasores que se
apoderaron de territorio árabe para crear el Estado de Israel en 1948, alimenta
la inquina de islamismo radical. Ello puede explicar la virulencia y ferocidad
de estos fanáticos asesinos, pero jamás su justificación.
No es
éste el lugar para profundizar en las dimensiones políticas detrás de esta
monstruosidad. Mucho se ha dicho sobre las responsabilidades de la coalición
ultraconservadora de Netanyahu en crear condiciones propicias para la ofensiva
terrorista. Ahora surge la angustia por la suerte de población civil en Gaza,
tan vulnerable ante la inminente invasión de las Fuerzas de Defensa Israelí.
Las esperanzas de que priven consideraciones humanitarias en esta operación,
hasta donde sea factible, se estrellan contra posturas fanáticas también del
lado israelí, exacerbadas ahora por las masacres sufridas. Hamás se aprovecha
escudándose en la población civil para incitar represalias indiscriminadas por
no ubicar a tan escurridizo enemigo. Muchos analistas señalan que esto es,
precisamente, el propósito buscado por los terroristas: llevar a la FDI a
cometer salvajadas contra la población palestina para infligirle una derrota
política a Israel, desatando el oprobio en su contra y minar la solidaridad que
se manifestó desde el comienzo. Hace impensable, además, toda posibilidad
de rapproachement con Arabia Saudita y con otros Estados
islámicos. Algunos perciben un peligro aún mayor, en referencia a los intereses
de la teocracia iraní, enemiga a muerte de Israel, dispuesta a alimentar esta
conflagración para precipitar su aniquilación. El derecho del Estado de Israel
a defenderse, que nadie debería objetar, enfrenta el desafío supremo de
ejecutarse en forma tal que no comprometa su existencia futura.
Más
allá de esta senda de reflexión interesa destacar las terribles consecuencias
del fanatismo, del sectarismo y de la intolerancia del otro, que alimentan
atrocidades como la comentada. Suele enraizarse en una verdad revelada,
trascendental, que demanda ser impuesta, cueste lo que cueste y contra quien
sea, para acabar con todos los males. Obvio que encuentra un sustrato nutritivo
en fundamentalismos religiosos, tan propensos a la edificación de visiones
maniqueas de lucha entre el bien y el mal, de Dios contra el diablo, o de la
virtud contra el vicio. Imbuido de semejantes y absolutos moralismos, se
libraron las Cruzadas contra los infieles en la alta Edad Media y se instaló el
Daesh (ISIS) en territorios de Irak y Siria a comienzos del siglo XXI. El
antiguo testamento recoge el celo extremo de una tribu semita por imponer la
voluntad de un Dios único a través de numerosas batallas contra quienes se
oponían.
Como
plantearía un sociólogo, estas visiones blanco-negro sobre lo que es justo se
alimentan de la ignorancia respecto al otro, de la incapacidad –e
indisposición—de meterse en su piel, es decir, de borrar, absolutamente, la
legitimidad de cualquier noción de otredad. Lo que es insólito es que este tipo
de conductas, que uno pensaría constreñidas a prejuicios de colectividades
primitivas, superadas en buena medida en el mundo moderno, hoy son alimentadas
y asumidas deliberadamente por corrientes de pensamiento que proclaman conducir
a la humanidad a estadios superiores de dicha y prosperidad. El Nacional
Socialismo les prometió a los alemanes un Reich milenario en el que florecerían
los frutos de la supremacía aria. A pesar de haber sido repudiado por el mundo
al desvelarse los horrores de su gestión, sus postulados parecen asomarse de
nuevo en las banderas del Hamás y de otras agrupaciones fanáticas. Luego está
la prédica socialista que, inspirada en los escritos de Carlos Marx, derivó en
estados totalitarios en nombre de un glorioso futuro comunista. Como señaló
Jean-François Revel, adoptó la forma de una religión de Estado, con sus dogmas
inmutables y herejías que debían ser aplastadas. Ante tal poder nadie podía
escurrirse ni alegar neutralidad. O te sometías a las fuerzas que garantizaban
el progreso de la humanidad o eras apartado por no aportar a que tan venturoso
destino se plasmara. Y no ocurrió solo bajo el terror de Stalin. Luego de su
muerte, el poder soviético se valió de los hospitales psiquiátricos para
recluir ahí a intelectuales disidentes. Tenían que estar locos al oponerse al
paraíso socialista que se estaba construyendo.
Distorsiones
tan perversas continúan vertebrando entre muchos que se autoproclaman ser de
“izquierda”. Por antonomasia, defienden los mejores intereses de la humanidad.
Su enemigo es, desde luego, el imperialismo norteamericano y los resabios del
colonialismo europeo, todavía muy presentes, y causa de las desgracias de
muchos países pobres. La llamada civilización occidental, cuyo bienestar se
cobija detrás de valores liberales basados en la convivencia y el respeto entre
quienes profesan creencias disímiles sería, en realidad, una impostura
hipócrita y falsa, pues le niega tal dicha a los necesitados. La solidaridad de
cierta “izquierda” lleva, por tanto, a aliarse con toda fuerza enfrentada a
occidente. Para ello se absuelven las barbaridades y la cruel opresión contra
las mujeres y los sexo-diversos de teocracias primitivas como la de Irán y se
apoya cuanta dictadura tercermundista que insulte a los gringos. Desde esta
óptica, las milicias del Hamas no son terroristas, pues luchan por el sufrido
pueblo palestino. No se condena la masacre que perpetraron de manera
indiscriminada contra israelíes inocentes, porque lo justo y “progresista” es
manifestar apoyo a los palestinos en las calles.
Desde
Venezuela el fascismo gobernante condena a Israel por acto reflejo, sin medrar
en el sentido del ridículo puesto en escena. Maduro proyecta su ignorancia
afirmando que Jesús era un palestino “antiimperialista” –nunca escuchó aquello
de “al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”—y que había sido
crucificado por el Imperio español (¡!). Opacó a López Obrador en esta
culpabilización. De paso, estos disparates dejan muy mal a la Escuela de
Cuadros del PC cubano, en el que se dice fue formado Maduro. Y luego vemos en
un video al gobernador del Táchira, Freddy Bernal, disfrazado con un
pañuelo-turbán palestino, despotricando contra Israel por cerrarle el agua y la
luz a Gaza, es decir, lo que viene haciendo el (des)gobierno chavo-madurista al
pueblo venezolano por años.
Las
posturas de odio, como bien sabemos los venezolanos, siempre han estado en el
centro de la prédica chavo-madurista. Precisan de un enemigo –los que no somos
chavistas–, responsable de las desdichas del pueblo, para enfilar en su contra
resentimientos y frustraciones exacerbados usando un lenguaje de odio que
allana el camino a su discriminación y a acciones terroristas desde el Estado
para someterlos. Se incorporan, así, a ese entramado de fuerzas represivas a
nivel mundial alimentadas por sectarismos y verdades fundamentalistas, que se
erigen hoy como las mayores amenazas de la humanidad: Hamás, la teocracia
iraní, el carnicero Assad, el imperialista Putin, entre muchos otros.
Ahora
la angustia está en la destrucción y las muertes de inocentes en Gaza por las
represalias de Israel, así como por la posibilidad de que el conflicto escale,
cobrando más víctimas de lado y lado. Esto es lo que busca Hamás, colocar al
Estado de Israel como agresor para cercarlo internacionalmente. Los demonios de
la guerra desatados por odios fundamentalistas suelen escapar de todo control.
Y pensar que se aúpa a esta barbarie en nombre del antiimperialismo y de la
defensa de la humanidad.
Humberto
García Larralde
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