Cuando llegué a las 10 y media de la mañana a la Plaza de La República, ya la marcha y el abrasador sol marabino me habían tomado la delantera. Unas tres cuadras adelante iba la blanca multitud en su caminata hacia el centro de la ciudad y el astro rey se encontraba en pleno apogeo aportando los frecuentes 40 grados a la sombra a los que nos hemos acostumbrado.
Aceleré el paso lo más que pude para tratar de alcanzar la masa blanca. Inmediatamente el sudor empezó a brotar en mi cabeza tocada con la gorra tricolor y el cuerpo experimentó un sofocón. “No traje el cooler con agua” fue lo que pensé cuando el ardor en la piel empezó a escaldar la piel.
No me importó. Unas horas de sed y calor no significan nada frente a un futuro de sequía y represión. Pensé en la primavera árabe. Con la intención de alcanzar la multitud, aceleré aún más mi andar. Sentía que iba demasiado rezagado, demasiado a la cola de la marcha y se sabe que no es una posición recomendada y segura en este tipo de manifestaciones que se pueden ver atacadas por sorpresa por los cuerpos represivos del régimen o por los colectivos violentos y armados que en muchos casos hacen el trabajo sucio.
El motor de algunas motos tras de mí me hizo sobresaltar. Es que la valentía no es precisamente una de mis características distintivas y sabemos que un alto porcentaje de los muchos delitos que se cometen en Venezuela se producen en este tipo de vehículos. Volteé con cierto temor para descubrir que tras de mí venían motorizados de oposición y, un poco más atrás, un mar blanco casi tan extenso como el que iba frente a mí se distinguía con claridad. Resultó que no estaba al final de la marcha. Me encontraba, efectivamente, a la mitad de la misma. La piel se erizó al verificar la multitud congregada solo con mensajes de las redes sociales y en menos de dos días.
Yo, que he perdido la cuenta de los años que llevo marchando contra el régimen y se me hace virtualmente imposible calcular a cuantas concentraciones he asistido, puedo dar fe de que esta del 18 de febrero ha sido la más monumental de las manifestaciones en Maracaibo. Y lo más asombroso es que esta inmensa masa de gente acudió al llamado de los estudiantes y con una dirigencia opositora aparentemente dividida.
Es decir, quienes allí estábamos no seguíamos a un líder en específico, seguíamos a un pueblo, a un ideal de libertad y justicia. Estábamos allí para protestar por la pérdida de calidad de vida, por la inseguridad, por la escasez, por las interminables colas a los que nos vemos obligados a someternos para tener acceso a los productos más básicos. Estábamos allí porque estamos convencidos de que nos merecemos un futuro mejor que este caótico e incierto presente que estamos viviendo. Estábamos allí no para protestar por un gobierno de un año, sino contra un régimen que lleva 15 largos años destruyendo el país.
La adrenalina desatada en mi cuerpo, cumplió su cometido y me ayudó a vencer mi agorafobia y mi vértigo. Al rato de andar ya me encontraba sumergido en la multitud blanca y sin siquiera pensarlo, ascendía por el elevado de Delicias haciendo caso omiso a los metros de caída libre bajo mis pies. La emoción de ver la avenida repleta de gente por los cuatro costados fue tal, que en un arrebato de valentía me subí a la baranda de defensa de la avenida para desde un punto más alto, capturar una mejor imagen de la multitud.
Allí estuvimos un buen rato. Parados, gritando consignas y ondeando banderas. El sol no nos abandonó en ningún momento y la sed hizo que venciera mi resistencia a consumir productos callejeros y me zampé un frío y cítrico cepillado de limón. Estaba realmente ardido y deshidratado. Una chica se sacó su bolsita de agua de la boca y me la obsequió. ¡Ah, qué alivio recorrió mi cuerpo al entrar el frío liquido!
Empecé a desandar el camino. Unos nos íbamos de regreso pero otros venían llegando. Como es habitual, conversábamos con quienes nos pasaban al lado. De la situación del país, de la represión de los últimos días, de la necesidad de un cambio…
Un señor de aspecto humilde me dijo:
-Tenemos que pelear por esta vaina. Este país no es de ellos. ¡Y se lo dice un hombre que fue 15 años revolucionario! Nos dijeron que en cinco años íbamos a vivir mejor y ya tenemos 15 años y los pobres somos más pobres. Nos engañaron. ¿Qué pueden ofrecernos los cubanos a nosotros?
-¿Y usted en qué trabaja?
-Yo soy empleado de mantenimiento de la Coca-cola. Y fui chavista pero esto no se puede aguantar más.
-¿Le puedo hacer una foto?
-Hágala. Y le repito. Tenemos que pelear. Este país no es de ellos.
Durante todo el recorrido, se observaban apostados en las esquinas muchos efectivos policiales. Más de cuatro o cinco en cada intersección. En algunos lugares incluso más. “¡Qué diferente fuera este país si esos policías estuvieran en cada esquina para protegernos diariamente de la inseguridad que nos diezma!”, pensé. Dos policías en cada esquina, sin molestar a los ciudadanos, sin matraquearlos, serían suficientes para sentirnos seguros en nuestras ciudades.
Llegué a mi punto de partida, La Plaza de La República. Ya había una pequeña multitud allí congregada y continuó llegando gente. Al poco rato, parado en la isla de la avenida, vimos una multitud blanca que se acercaba. Un chico, delante de mí dijo en tono irónico:
-Ahí viene el mollejero de fascistas de Maracaibo.
Con la misma ironía le respondí:
-Esos son los escuálidos multimillonarios de nuestra ciudad.
Otro joven, con una cicatriz en el brazo, terció en el mismo tono irónico y sonriendo:
-Coño, sí, aquí estamos puros ricos. Por eso fue que yo me vine en un Ruta 6 para poder llegar a marchar.
Me acerqué a la concha acústica de la plaza donde estaba un grupo de gente reunida y una señora en tono compungido me dijo:
-Ya agarraron a Leopoldo. Ya se entregó.
-Bueno, era lo que se esperaba –dije tratando de ser razonable-. Afortunadamente, a él no lo maltratarán, no lo torturarán, no le pondrán electricidad en los testículos ni lo violarán como dicen que ha sucedido con algunos jóvenes detenidos. Tampoco lo sobornarán con 10 mil dólares para liberarlo como también dicen que les han hecho a los familiares de otros.
Un baño reparador en casa, hizo que mi cansancio físico desapareciera. Moral y espiritualmente me sentí fortalecido. Repasé en mis fotos lo que acababa de vivir y, emocionado, me senté a escribir esta crónica.
http://golcarr.wordpress.com/2014/02/18/18f-primavera-venezolana-bajo-el-sol-zuliano/
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