Américo Martín 21
de febrero de 2014
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
Estoy entregando este artículo en el día mismo
en que Leopoldo López, al frente de una manifestación que ha convocado, se
entregará a las fuerzas del odio que lo acosan. Más allá del resultado de las
peripecias que sacuden de un lado al otro nuestro estremecido país, lo que se
aprecia de un vistazo es el futuro, a quién pertenece.
El criterio más apropiado para
responder semejante pregunta es medir el proceso de renovación de las dos
aceras del pentagrama político. La polarización ha sido profunda. Los datos
comiciales nos hablan de una división por mitad, pero también se reconoce que
los usos electorales han perdido sinceridad porque valiéndose del ventajismo
más brutal, el gobierno los ha contaminado de sus miedos. Incapaz de aceptar la
posibilidad de salir pacíficamente del poder pero al mismo tiempo preocupado
porque si pierde su legitimidad de origen marca su destino inmediato, el
gobierno ha mantenido el mecanismo constitucional aunque pervirtiéndolo hasta
donde no sea percibido internacionalmente como una farsa inaceptable.
Esto quiere decir que si oficialmente
se habla de una división en partes iguales, de entrada se entiende que no es
así. La mitad opositora es ya una mayoría, pese a que no podamos precisar a
cuánto alcanza.
Lo que sí sabemos, está a la vista, se
puede tocar, es la parte que está sometida a incesante renovación, la que
multiplica su liderazgo en todos los niveles y en todos los rincones de
Venezuela. Con quién está la juventud, la que estudia en los niveles medio y
superior y la que trabaja en fábricas, oficinas o en el área cultural y
artística. En la medida en que se sienten más profunda y extensamente las
consecuencias de la estolidez del modelo oficialista, el deseo de cambio se ha
hecho más exigente y generalizado. Y en eso está la inquieta juventud
venezolana.
II
Todos los días aparecen nuevas
figuras, hasta ayer desconocidas, hablando con una propiedad, frescura y
conocimiento de causa impresionantes. Mientras del lado gubernamental los
nombres son los mismos, en constante rotación y cuya visibilidad se debe a las
posiciones ministeriales o de alto nivel que ocupan, el crecimiento de la
temperatura social, la ebullición de masas y masas de gente decidida a defender
su vida, su patrimonio y a cambiar la sombría realidad actual son la fuente de
renovación de liderazgo disidente
Como ha observado un intelectual tan
agudo cual el insigne historiador mexicano Enrique Krauze, lo más novedoso es
que la renovación constante de la dirigencia juvenil venezolana obra en
el marco de programas democráticos, alejados de fundamentalismos estériles.
Lo que ha provocado la gravísima
tensión que ensombrece el panorama es la conducta del presidente Maduro y de
presuntos rivales suyos en el mando, como Diosdado Cabello, Rodríguez Torres,
Vielma Mora. Algunos de ellos comprenden que el gobierno debe entenderse con la
oposición para impedir la catástrofe, pero la dinámica interna les impide
avanzar con seriedad por este camino. El presidente Maduro ha perdido el sueño.
Se nota en sus crecientes ojeras, su hablar trémulo y sus amenazas
desentonadas. Quisiera tal vez abrir la mano, ayudar a establecer un clima
respirable, respetuoso y hasta dar prendas de sinceridad con la excarcelación
de presos políticos y otras medidas impactantes, pero no tiene fuerza propia para
imponer caminos y en cambio gestos de esa naturaleza serían usados por
sus rivales para desestabilizarlo o quizá algo peor: ofrecerse como verdaderos
salvadores, legítimos herederos del comandante eterno y por lo tanto candidatos
al cetro.
En política unas cosas arrastran
otras. Atemorizado, el presidente reacciona acentuando el lenguaje amenazante y
anunciando la profundización de la revolución. No sabe, o quizá sí, que
profundizar este desastre es hundirse irremediablemente pero confía en que las amenazas
puedan contener a sus competidores internos y hacer retroceder a las masas que
han tomado las calles esgrimiendo banderas de una legitimidad, sencillez y
racionalidad absolutas. Pero los días pasan y los insultos pierden
credibilidad.
La renovación del liderazgo disidente
se expresa en su multiplicación en todos los rincones del país y en la fuerza
que adquieren los líderes nacionales del movimiento. También ellos actúan
conforme a las circunstancias. La espiral de insultos y de agresiones es respondida
con una espiral de afirmaciones y de gestos de fortaleza.
III
Inútil decir que como ya no es uno,
sino varios, los dirigentes emanados de estas intensas circunstancias
están divididos. Se divide lo que era una unidad y lo bueno de la disidencia
venezolana es la diversidad de corrientes. El pluralismo es la democracia, es
la realidad, es el futuro y cuando se unen las distintas fuerzas lo hacen para
conquistar un objetivo común, en este caso el cambio por la vía pacífica y
constitucional. Separados porque representan aspectos distintos de la vida.
Unidos porque luchan por un sistema democrático en el que esos aspectos
distintos no sean anulados por ideologías únicas o caudillos monocordes.
Leopoldo López, con audacia impar ha
multiplicado su liderazgo. Ha arriesgado su pellejo. Su suerte no puede serle
indiferente a nadie. Pero lo bueno es que se mantienen en alturas de águila,
Capriles, Ledezma, María Corina y otros que irán demostrando su sentido de
compromiso.
Son gentes valiosas en sí que para
manifestar su probidad necesitan circunstancias favorables. Y la no menos
importante es la conducta del adversario.
Sus incomprensiones, sus debilidades,
su incapacidad para saber lo que le conviene, levantan la visibilidad y
fuerza de los representantes del cambio democrático.
Dicho con Ortega y Gasset. El hombre y sus
circunstancias. –
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