DANIEL LOZANO 19 febrero de 2014
· Juan Manuel Carrasco y Jorge Luis León reviven su película de terror en Venezuela
- Los dos jóvenes permanecieron entre 55 y 60 horas antes de comparecer ante el juez
"Tranquilo, que te vamos a matar.
Esto es rapidito. Ustedes no son nadie". Juan Manuel Carrasco (21 años) y
Jorge Luis León (25) reviven para EL MUNDO su propia película de terror,
salpicada de golpes, malos tratos e incluso tortura. Fueron detenidos en la
ciudad venezolana de Valencia por la Guardia Nacional un día después del 12-F y
permanecieron entre 55 y 60 horas antes de comparecer ante el juez.
La crueldad del relato de las palizas
comienza con la misma detención. Carrasco, León, un amigo y una chica se
refugiaron en su vehículo y fueron sacados a perdigonazo limpio. Los guardias,
más tarde, incendiaron el coche con absoluta impunidad.
La lluvia de golpes era tan
desproporcionada "que me hice el muerto, para que me llevaran a la morgue.
Para comprobar que no lo estaba acercaron una bayoneta al ano. Al moverme, me
dieron otra patada", recuerda León.
Desde el primer momento, Carrasco se
encaró con los guardias nacionales. Juan Manuel es ciudadano español, nacido en
Venezuela e hijo de un malagueño. Dejó los estudios y trabajaba en la
carpintería de su padre, hasta que quebró por la crisis. Un tipo arrecho
(valiente), que se enfrentó a los guardias para defender a una chica y a sus
amigos. "Reclamé por nuestros derechos. Me golpearon muy feo, en las
costillas, en la cabeza, con patadas, cachazos (con la culata) de los fusiles.
También con los cascos", explica.
"Al llegar al Comando de la
Guardia Nacional de Tocuyito (junto a una de las cárceles más violentas del
país) nos pasaron un perro y le gritaban ¡muérdeles en el cuello! Incluso nos
lamió las heridas. Después nos arrodillaron y tres de ellos empezaron a jugar
al fútbol con nosotros. Nos patearon en la espalda, mientras gritaban
gol", recuerda León, que también es músico y que ni siquiera milita en las
filas opositoras, lo que en Venezuela llaman ni-ni o independiente.
En un momento de la pesadilla de 48 horas,
a Juan Manuel, que practica artes marciales, le apartaron del grupo. Sus
compañeros pensaron que le iban a matar. "Me bajaron los pantalones y me
metieron por el ano el cañón del fusil", recuerda el joven, a quien no se
le quiebra el ánimo. Carrasco perdió tres veces el conocimiento desde la
detención hasta que fue liberado, "hasta cachazos en la frente me
daban".
Cuando este ciudadano español fue
llevado a la Corte, que decretó su libertad con cargos, le narró las torturas a
la fiscal del Gobierno. "Póngase la mano en el corazón si tiene
hijos", le dijo. La mujer respondió con lágrimas. El juez, más tarde, le
decretó arresto domiciliario.
El chaval insiste que en el cuartel de
la Guardia venezolana había varios cubanos. "Se lo noté en el acento, igual
que distingo el tuyo", señaló a este periódico.
Al menos dos de los guardias sí
protegieron a los chavales. "Nos daban comida y en algún momento nos
quitaron las esposas", revela León. Los jóvenes coinciden en que los
militares estaban rabiosos porque "llevaban 25 días sin dormir". Una
de las primeras amenazas giraba en torno al capitán, "quien decía estaba
muy enfadado porque se iba a casar y le estábamos fastidiando la boda".
Cuando este oficial llegó comenzó a golpearles con su casco, que incluso se
rompió.
Ambos tienen sus cuerpos muy
magullados. León sufre una fisura en el cráneo, costillas muy golpeadas, un
oído reventado por un perdigón y los ojos con vasos rotos. A Carrasco ayer una
comisión policial tenía previsto llevarle al hospital, para que evaluaran sus
lesiones. "Tengo hematomas en las costillas, abdomen, nuca y una herida en
la cabeza. Hasta me cuesta abrir los brazos", resumió.
"Nuestro sistema de justicia
criminal es una porquería", denuncia Alfredo Romero, abogado, activista de
derechos humanos y presidente del Foro Penal Venezolano. Ésta y otras
organizaciones han denunciado más vejaciones, desde la aplicación de
electricidad en las axilas hasta el uso de trapos manchados con gasolina para
limpiar las heridas.
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