Miguel Méndez Rodulfo Caracas 14 de febrero de 2014
La opción por la democracia
venezolana, desde 2006, ha venido cosechando votos provenientes del descontento
chavista, de una manera lenta, pero sistemática y efectiva; desde entonces,
casi sin pausa, ha crecido, aunque no con la velocidad que quisiéramos y con
ligeros retrocesos. Cuando cambiamos la estrategia de confrontación por una de
trabajo político, las cosas pasaron de ser adversas en cada evento electoral,
al triunfo de la reforma constitucional. La conformación de la MUD y las
primarias, otorgaron a dicha estrategia la estructura necesaria y el camino a
la consolidación de la opción opositora. Pero llegar allí no fue fácil; hubo un
arduo tránsito lleno de escollos, divergencias, luchas, desencuentros y
negociaciones, hasta que pudimos construir una plataforma que nos permite hoy
soñar con cambiar políticamente a Venezuela. Todo lo anterior se puede definir
como una ruta con destino a la libertad, el desarrollo y el progreso.
Pero las visiones hay que
preservarlas, hacerles seguimiento y corregir sus desvíos, de manera de evitar
que el rumbo se pierda. Entre el objetivo que nos propusimos alcanzar y el
punto en que nos encontramos hoy, hay un trecho que debemos recorrer. Resistir
las tentaciones de tomar atajos, es un desafío. Como en el conocido juego
“Sokoban”, el camino más largo siempre conduce al éxito y los atajos al
fracaso. Por lo tanto enfocarnos en la meta es crucial para no desandar camino,
para no perder tiempo y para no alejarnos de lo que verdaderamente perseguimos.
Mucho nos ha costado llegar a este convencimiento que requiere paciencia y más
paciencia, sabiduría y sacrificio. Tampoco debemos brindarle al gobierno la
perfecta coartada para trucar videos y acusarnos de golpistas. Nuestro mensaje
de a poco ha calado en los chavistas light, pero un error en el plano de la
confrontación podría alejarnos de la simpatía de estos grupos cruciales para cambiar
el destino del país, tal como aconteció el 11 de abril.
La desesperación es mala consejera,
nos aparta de la prudencia y de la cautela. Sabemos que la situación económica
es peor que nunca, que el gobierno aprieta el torniquete sofocando la libertad,
que el futuro es cada vez más difuso y que estamos cansados de tanto soportar
esta pesadilla, pero nada de eso debe hacernos perder la visión de mediano
plazo, el objetivo que perseguimos, porque ello implicaría volver a la deriva,
no acertar en la estrategia de convencer al electorado que conecta con el
oficialismo de una manera moderada, que debe ser el objeto de nuestro mensaje y
de nuestro trabajo político. Por otra parte enfrascarnos en una lucha interna
por el liderazgo opositor no parece buena idea, porque el enemigo no está al
lado sino al frente, y no se cambia el jinete de la cabalgadura en medio
de la travesía del río. La situación de
inestabilidad política derivada de esta gran crisis económica que combina,
quizá como nunca antes, hiperinflación, con un gran desabastecimiento y con un
enorme desempleo, amén de la inseguridad más pavorosa del mundo, debe
desembocar en una gran conflictividad social que no es precisamente la clase
media venezolana quien la va a motorizar.
Lo sensato es dejar que los procesos
sociales “maduren” y sigan los cauces que la historia ha marcado en diversas
épocas. Todo tiene su momento y su tiempo justo y hay que saber interpretar los
signos que están ahí para ser debidamente apreciados. Hay un modelo agotado y
fracasado, una economía en ruinas, un pueblo que cada vez más se siente
engañado y unos estratos pobres que bajo el impacto de la crisis comienzan a
mostrar signos evidentes de desencanto. Todo esto es muy grave para el gobierno
que sabe que la conflictividad puede desatarse de una manera incontrolada en
estos próximos meses.
Caracas 14 de febrero de 2014
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