MARÍA DENISSE FANIANOS DE CAPRILES miércoles 19 de
febrero de 2014
mariadenissecapriles@gmail.com
@VzlaEntrelineas
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"Nos han quitado tanto, que
acabaron quitándonos el miedo". Eso se podía leer en una de las pancartas
que usaron nuestros jóvenes, en una de las tantas manifestaciones que se han
venido realizando en estos días en nuestra amada Venezuela.
Yo nunca pensé vivir lo que estoy viviendo en estos momentos. Cuando era estudiante de periodismo quería ser reportera de guerra, y nunca le he tenido miedo a la muerte. Hoy quisiera cambiarme por mis hijos y no sufrir la angustia que me puedan matar a alguno de ellos en las calles. Pero eso no se puede, lo que estamos viviendo es casi como lo que uno ha visto en películas, cosas que uno nunca imaginó vivir.
Todas las madres venezolanas sabemos que desde hace años se nos encoje el corazón, y nos ponemos a rezar, cada vez que despedimos a nuestros hijos para que Dios los proteja de la delincuencia. Hemos pasado noches desveladas esperando verlos entrar por la puerta. Y hasta que no la cierran, y pasan el cerrojo, no podemos descansar. Cuando eran chiquitos era muy fácil, los metías en la cuna o en la cama y ¡santa paz!, pero cuando pasan los 16 la cosa es muy distinta.
Uno se acostumbra a muchas cosas. Nos hemos ido acostumbrando a pasar mucho trabajo, a sufrir, a llorar de impotencia, a ser desprendidos hasta de lo indispensable, a tener mucha paciencia... Eso nos ha hecho fuertes ¡muy fuertes! Y hoy me doy cuenta que todo eso lo han absorbido nuestros hijos. Nuestros jóvenes están demostrando una fortaleza tan impresionante que nunca creí que fuera a ver algo igual. Pero pienso que a lo que uno nunca podrá acostumbrase es a que nos maten a un hijo. Uno lo puede llevar con fortaleza pero ¡qué duro es eso Dios Mío!
Lo que sí estoy entendiendo ahora es que mis hijos, y muchos hijos de Venezuela, no tienen tampoco miedo a la muerte. Porque ellos saben que esto aquí es un paso, y que luego les llegará su gran recompensa, porque han vivido de cara a Dios y han dejado sembradas buenas cosas en esta tierra.
El 12 de febrero, cuando se fueron mis muchachos solos a la concentración, estaban particularmente emocionados. Con sus dos botellitas de agua, un celular para comunicarnos y tomar fotos, la cédula en el bolsillo y la gracia de Dios. Era todo lo que llevaban. Yo los abracé con fuerza y me despedí de ellos (nuevamente) como si fuera la última vez. Pero esta vez fue distinto porque salían a defender a su Venezuela. Como a las dos de la tarde llegaron directo a la cocina a almorzar porque venían muertos de hambre. Minutos más tarde, cuando estábamos viendo el reportaje de RTN Noticias y nos enteramos que un muchacho había muerto en el mismo sitio donde ellos habían estado minutos antes, a mí me dio un terrible dolor de cabeza. Luego nos quitaron la señal de ese canal. Me fui a la cama temprano porque estaba agotada y me puse a rezar.
El 13 en la madrugada cuando me levanté a revisar el Twitter porque ¡es lo único que nos queda! para informarnos, lo primero que vi fue la foto de Roberto Redman que decía: "Amaba al Ávila y a su país, y murió por él". Me puse a llorar desconsolada porque lo sentí mi hijo, porque ahora todos los hijos de Venezuela los siento míos. Y es que de tanto sufrir el corazón se nos pone gigante. Y como me decía una amiga a quien le conté lo que sentí en ese momento: "Llora amiga, que las lágrimas son la oración de los ojos".
A quienes hoy nos pueden leer desde todos los rincones del mundo, por este maravilloso medio, yo les digo que no es nada fácil estar en nuestro pellejo. Que estamos sufriendo mucho, pero a la vez estamos felices porque sabemos que si no luchamos por nuestro país y "gritamos que es de todos" (como decía mi amiga cubana) lo vamos a perder definitivamente.
Lo que me impresiona sobre manera es la valentía que han mostrado nuestros muchachos. Mi esposo y yo nos hemos sentado varias veces con ellos a explicarles que la protesta es buena siempre que sea pacífica; y que hay que ser muy prudentes porque los colectivos armados tienen armas hasta en los dientes y disparan a quien sea, cómo sea y dónde sea.
En un principio, como madre que soy, traté que mis muchachos no salieran, pero eso es imposible. Una amiga me contaba que su hijo le gritaba: "Yo salgo, quieras o no quieras, yo tengo que defender a mi país". Y es que ellos están cansados, están ¡hartos! de ver tanta mentira, ineficacia, corrupción, injusticia, ¡están hartos de sufrir y de vernos sufrir! Ellos también nos ven tantas canas y "arrugas aceleradas" (como dijo Henrique Capriles), que nos han salido de tanto trabajo, de tanto dolor, de tanta angustia.
A mis amados jóvenes venezolanos les digo algo: hoy más que nunca estoy infinitamente orgullosa de su generación, para mí ¡única en el mundo! Ustedes serán nuestra salvación, con la ayuda de Dios y la Santísima Virgen de Coromoto. Y nada de miedo, hijos míos de mi patria, porque "Si Dios está con nosotros ¿A qué vamos a temer?".
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140219/hasta-el-miedo-nos-quitaron
Yo nunca pensé vivir lo que estoy viviendo en estos momentos. Cuando era estudiante de periodismo quería ser reportera de guerra, y nunca le he tenido miedo a la muerte. Hoy quisiera cambiarme por mis hijos y no sufrir la angustia que me puedan matar a alguno de ellos en las calles. Pero eso no se puede, lo que estamos viviendo es casi como lo que uno ha visto en películas, cosas que uno nunca imaginó vivir.
Todas las madres venezolanas sabemos que desde hace años se nos encoje el corazón, y nos ponemos a rezar, cada vez que despedimos a nuestros hijos para que Dios los proteja de la delincuencia. Hemos pasado noches desveladas esperando verlos entrar por la puerta. Y hasta que no la cierran, y pasan el cerrojo, no podemos descansar. Cuando eran chiquitos era muy fácil, los metías en la cuna o en la cama y ¡santa paz!, pero cuando pasan los 16 la cosa es muy distinta.
Uno se acostumbra a muchas cosas. Nos hemos ido acostumbrando a pasar mucho trabajo, a sufrir, a llorar de impotencia, a ser desprendidos hasta de lo indispensable, a tener mucha paciencia... Eso nos ha hecho fuertes ¡muy fuertes! Y hoy me doy cuenta que todo eso lo han absorbido nuestros hijos. Nuestros jóvenes están demostrando una fortaleza tan impresionante que nunca creí que fuera a ver algo igual. Pero pienso que a lo que uno nunca podrá acostumbrase es a que nos maten a un hijo. Uno lo puede llevar con fortaleza pero ¡qué duro es eso Dios Mío!
Lo que sí estoy entendiendo ahora es que mis hijos, y muchos hijos de Venezuela, no tienen tampoco miedo a la muerte. Porque ellos saben que esto aquí es un paso, y que luego les llegará su gran recompensa, porque han vivido de cara a Dios y han dejado sembradas buenas cosas en esta tierra.
El 12 de febrero, cuando se fueron mis muchachos solos a la concentración, estaban particularmente emocionados. Con sus dos botellitas de agua, un celular para comunicarnos y tomar fotos, la cédula en el bolsillo y la gracia de Dios. Era todo lo que llevaban. Yo los abracé con fuerza y me despedí de ellos (nuevamente) como si fuera la última vez. Pero esta vez fue distinto porque salían a defender a su Venezuela. Como a las dos de la tarde llegaron directo a la cocina a almorzar porque venían muertos de hambre. Minutos más tarde, cuando estábamos viendo el reportaje de RTN Noticias y nos enteramos que un muchacho había muerto en el mismo sitio donde ellos habían estado minutos antes, a mí me dio un terrible dolor de cabeza. Luego nos quitaron la señal de ese canal. Me fui a la cama temprano porque estaba agotada y me puse a rezar.
El 13 en la madrugada cuando me levanté a revisar el Twitter porque ¡es lo único que nos queda! para informarnos, lo primero que vi fue la foto de Roberto Redman que decía: "Amaba al Ávila y a su país, y murió por él". Me puse a llorar desconsolada porque lo sentí mi hijo, porque ahora todos los hijos de Venezuela los siento míos. Y es que de tanto sufrir el corazón se nos pone gigante. Y como me decía una amiga a quien le conté lo que sentí en ese momento: "Llora amiga, que las lágrimas son la oración de los ojos".
A quienes hoy nos pueden leer desde todos los rincones del mundo, por este maravilloso medio, yo les digo que no es nada fácil estar en nuestro pellejo. Que estamos sufriendo mucho, pero a la vez estamos felices porque sabemos que si no luchamos por nuestro país y "gritamos que es de todos" (como decía mi amiga cubana) lo vamos a perder definitivamente.
Lo que me impresiona sobre manera es la valentía que han mostrado nuestros muchachos. Mi esposo y yo nos hemos sentado varias veces con ellos a explicarles que la protesta es buena siempre que sea pacífica; y que hay que ser muy prudentes porque los colectivos armados tienen armas hasta en los dientes y disparan a quien sea, cómo sea y dónde sea.
En un principio, como madre que soy, traté que mis muchachos no salieran, pero eso es imposible. Una amiga me contaba que su hijo le gritaba: "Yo salgo, quieras o no quieras, yo tengo que defender a mi país". Y es que ellos están cansados, están ¡hartos! de ver tanta mentira, ineficacia, corrupción, injusticia, ¡están hartos de sufrir y de vernos sufrir! Ellos también nos ven tantas canas y "arrugas aceleradas" (como dijo Henrique Capriles), que nos han salido de tanto trabajo, de tanto dolor, de tanta angustia.
A mis amados jóvenes venezolanos les digo algo: hoy más que nunca estoy infinitamente orgullosa de su generación, para mí ¡única en el mundo! Ustedes serán nuestra salvación, con la ayuda de Dios y la Santísima Virgen de Coromoto. Y nada de miedo, hijos míos de mi patria, porque "Si Dios está con nosotros ¿A qué vamos a temer?".
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140219/hasta-el-miedo-nos-quitaron
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