Francisco José Virtuoso SJ 13
de febrero de 2014
fjvirtuoso@ucab.edu.ve
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En un contexto en donde se promete
diálogo pero las políticas económicas y sociales se siguen desarrollando
unilateralmente por quienes ejercen el poder del Estado, en una suerte de
monólogo que no responde a los problemas que sufrimos todos los días los
venezolanos, es lógico que el descontento se exprese en forma de protesta
pública.
El Observatorio Venezolano de
Conflictividad Social señala en su Informe que en Venezuela, durante el año
2013, se registraron al menos 4.410 protestas. Equivalente a 12 protestas
diarias en todo el país. Las protestas son de todo tipo: por motivos
relacionados con derechos laborales, demandas de seguridad ciudadana, respeto a
los derechos de personas privadas de libertad, participación política, derecho
a la justicia, solicitud de vivienda digna, exigencias educativas, etc.
La protesta pone de manifiesto la
necesidad de reivindicación de exigencias elementales, la necesidad de visibilización
de muchos problemas y la desesperación de la población venezolana para obtener
respuesta de las oficinas de gobierno. La pérdida de espacios en la radio y la
televisión, principales medios de visibilización social, obliga a la gente a
buscar el espacio público para expresar lo que ya no puede decir a través de
estas vías.
En estos días, los estudiantes
universitarios han vuelto a salir a las calles para manifestar su descontento
frente a las políticas del gobierno. Los ampara el artículo 68 de la
Constitución de la República. La fácil y reiterada relación propagandística
entre manifestación, violencia y criminalización, atenta contra las libertades
públicas más elementales. Los ataques de diverso tipo que han sufrido las
protestas estudiantiles en Mérida y Táchira, así como la exagerada reacción de
imputar graves delitos a tres estudiantes y su envío a la cárcel de Coro, no
tiene otro nombre que represión política. Lo que jamás contribuye a la paz sino
a la confusión y a la zozobra es la mentira, el vilipendio o el insulto. Nunca
es aconsejable acicatear el miedo, ni promover la desconfianza en las personas
y en las instituciones.
El diálogo implica la disposición para
aceptar la crítica y la disidencia, así como la convicción de que la salida a
los problemas requiere reconocer al otro. Este momento del país, en el que
mucha gente expresa a través de la protesta sus puntos de vista y opiniones,
supone de parte de los gobernantes más escucha, paciencia y menos autodefensa.
Si en vez de atacar y amenazar se escuchara más, la convivencia ganaría mucho y
el país encontrará métodos más civilizados para enfrentar sus problemas, No ha
de haber violencia en la protesta; tampoco ha de haberla del otro lado.
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