MOISÉS NAÍM 22 FEB 2014
@moisesnaim
Enfrentar al Gobierno de
Maduro es enfrentar la grotesca influencia de Cuba en el país caribeño
“América Latina no es competitiva ni
siquiera con sus tragedias” me dijo un cínico amigo. Se refería a que allí la
pobreza no es tan infernal como la de África, los conflictos armados no tan
amenazantes como los de Asia y los terroristas, no tan suicidas como los del
Oriente Próximo. Es por esto por lo que el resto del mundo no suele prestarle
demasiada atención a los problemas de Latinoamérica. En otras partes las tragedias
son más graves o tienen más posibilidades de afectar a otros países.
En estos días, las horribles imágenes
de la represión que ensangrienta las calles de Caracas están en desventaja a la
hora de competir por la atención de periodistas y políticos con las que llegan
de Kiev. Los eventos de Ucrania son más sangrientos, las imágenes más
dramáticas y la contabilidad más trágica. En Ucrania hay decenas de muertos
mientras que en Venezuela las víctimas son, hasta ahora, menos de diez. Pero
hay más: en Kiev están en juego las fronteras de Europa, su seguridad
energética, la hegemonía de Rusia en los países de la ex Unión Soviética y la
reputación de Vladímir Putin dentro y fuera de su país. En contraste, lo que
ocurre en Venezuela es menos crítico. Para muchos, lo que está en juego en las
calles llenas de jóvenes que protestan es un episodio más del ya largo
enfrentamiento entre un Gobierno que quiere a los pobres y detesta a los
Estados Unidos y una oposición que algunos periodistas suelen describir como una
“clase media” que no logra ganar elecciones. Esta descripción es errónea. La
mitad de los venezolanos están en contra del Gobierno de Nicolás Maduro. Así lo
demuestran todas las encuestas y los resultados electorales. A pesar de sus
bien documentados abusos, trucos y trampas, el Gobierno gana elecciones por un
margen mínimo. Nicolás Maduro llegó a la presidencia con una ventaja de solo
1,5% sobre el candidato de la oposición.
Además, la “clase media” está muy
lejos de ser el 50% de la población. Por lo tanto, la mitad de los venezolanos
que ha demostrado estar en contra del Gobierno necesariamente incluye a
millones de los pobres que Maduro dice representar.
Esta es la mitad el país cuyos hijos
están en las calles protestando contra un régimen que los reprime como si
fueran un enemigo mortal. Y quizás lo sean. Representan la avanzada de una
sociedad que ya no aguanta más a un régimen que lleva 15 años abusando del
poder y cuyos resultados están a la vista: ha llevado a Venezuela a ser el
campeón del mundo en inflación, homicidios, inseguridad ciudadana y
desabastecimiento de bienes indispensables —de leche para los niños a insulina
para los diabéticos—. Todo esto a pesar de tener las mayores reservas
petroleras del mundo y de que el Gobierno detenta el control absoluto de todas
las instituciones del Estado. Usa el poder para comprar votos, encarcelar
opositores o cerrar canales de televisión no para crear prosperidad para todos.
La carestía, el miedo y la desesperanza se han vuelto insoportables.
Las protestas de los estudiantes
simbolizan la pérdida del principal mensaje político en el que Hugo Chávez basó
su popularidad: la denuncia del pasado y la promesa de un futuro mejor. La
denuncia del pasado ya no da rendimientos. El chavismo es el pasado. Los
venezolanos de menos de 30 años (la mayoría de la población) no han conocido
otro gobierno que el de Chávez o Maduro. Y los catastróficos resultados de su
gestión están a la vista, por lo que las promesas del régimen ya no son
creíbles. Los jóvenes saben que, de seguir las cosas así, su futuro no será
mejor. Y la única promesa que le creen al Gobierno es que no cambiará de rumbo.
Sorprendente e inadvertidamente, las
luchas y sacrificios de los jóvenes venezolanos podrían tener consecuencias más
allá de su país. Enfrentar al Gobierno de Maduro es enfrentar la grotesca
influencia de Cuba en Venezuela. Sin la inmensa ayuda económica de Venezuela,
la economía cubana ya hubiese colapsado. Ello aceleraría el cambio de régimen
en la isla. No hay mayor prioridad para los Castro que tener en Venezuela a un
gobierno que continúe apoyándoles. Y como sabemos, el Gobierno cubano tiene
décadas de experiencia en el manejo de un Estado policial represivo y experto
en la manipulación política y la “neutralización” física o moral de sus
opositores. Es difícil imaginar que estas tecnologías cubanas no hayan sido
exportadas a Venezuela. O a otros países de América Latina.
Pero Cuba no solo exporta técnicas
represivas. También exporta malas ideas políticas y económicas. Sin el petróleo
gratuito que Cuba extrae de Venezuela su influencia continental no sería la
misma.
Nunca es más oscura la noche que antes
del amanecer. Y Venezuela está pasando por momentos muy oscuros. Pero quizás
esté a punto de llegar al amanecer. Si llega, América Latina estará en deuda
con los jóvenes venezolanos que no tuvieron miedo de enfrentar a un Gobierno
que hace lo imposible para que le tengan miedo.
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