Por Vladimiro Mujica, 13/02/2014
El momento que muchos temíamos está a la
puerta de nuestra convulsa historia de estos últimos 15 años. Un gobierno que
se enfrenta arrogante, soberbio y, al mismo tiempo, temeroso ante su propio
pueblo está recurriendo a una de las herramientas más destructivas para el
control de la sociedad: la represión.
No se trata de que al gobierno venezolano no
tenga un largo expediente en la materia, pero todo parece indicar que
cualitativamente estamos en presencia de un momento político distinto, uno en
el cual el régimen se enfrenta a una situación de descontento popular que va
mucho más allá de las filas opositoras.
La primera reacción frente a la verborrea del
oficialismo para tratar de justificar los ataques contra los estudiantes en
Táchira y Mérida es de incredulidad ante tanto cinismo. Esta reacción le cede su
paso a una interrogante importante ¿Qué busca el gobierno abriendo la caja de
Pandora de la represión? La primera respuesta es que no le queda otro remedio:
tiene que reprimir porque no puede corregir el rumbo político y económico como
lo está exigiendo una parte cada vez más importante del país. El gobierno no
puede enmendar su camino porque ello lo pondría en curso de colisión con
algunos de los sectores más extremistas del chavismo.
Tampoco puede permitir que la protesta
estudiantil, o de cualquier otro sector, crezca porque se le puede comenzar a
descoser el país por los cuatro costados. Una cosa es controlar manifestaciones
en un par de ciudades y otra muy distinta es enfrentarse a un alud de protestas
que requieran la intervención de la fuerza pública, o de los motorizados y las
bandas armadas del chavismo según sea el caso, para controlarlas.
Dejando de lado el horror que pueda
producirnos, la represión es un instrumento de control social que opera por la
vía del miedo. Una de sus principales características es la brutalidad en la
retaliación al individuo porque se trata de atemorizar al colectivo en su
conjunto. Es ese fraccionamiento de la identidad colectiva lo que en última
instancia busca la violencia ejercida contra los dirigentes del movimiento
estudiantil. Entender esto es importante en el contexto de la tarea más
importante que tiene en este momento la oposición democrática en Venezuela:
cómo convertir la protesta popular en un movimiento articulado de rebelión
ciudadana.
Una de las primeras y más importantes
consideraciones, y en la cual coinciden todos los principales dirigentes de la
oposición, es que las protestas deben ser no violentas. A esto habría que
añadir que tienen que ser coordinadas y conducidas con una estrategia bien
definida que articule esa protesta con los objetivos del movimiento
democrático.
Para que este triángulo virtuoso se alcance
es indispensable que se encuentre el centro dorado en el cual converjan las
distintas posiciones de la oposición. El llamado a calentar la calle no puede
estar desprovisto de estrategia y, al mismo tiempo, cualquier estrategia
creíble de la alternativa democrática no puede desconocer el valor de la
protesta popular. De hecho, organización y crecimiento desde abajo, como ha
planteado Henrique Capriles, pueden perfectamente coexistir con la protesta no
violenta.
Uno podría sentirse tentado a pensar que el
gobierno intenta controlar la violencia que puede generarse en las
demostraciones de calle. La verdad es exactamente la contraria: al gobierno le
interesa que la violencia se manifieste siempre y cuando le pueda asignar la
responsabilidad por su aparición a la oposición. Ello es así, no solamente
porque la represión para supuestamente intentar controlar la violencia le
permite al régimen evidenciar su decisión de aplicar “mano dura” para defender
la revolución, sino porque la discusión sobre el desastre que la gestión
gubernamental ha significado para Venezuela se desvía hacia el tema
insoslayable de la violencia.
Para la oposición democrática la violencia
incontrolada es el peor de los mundos, porque el control de las armas lo tiene
el adversario y porque la posibilidad de un estallido caótico le impide centrar
su acción política en morderle el terreno de la voluntad de la gente al
chavismo y abre las puertas a aventuras militaristas. El reto de avanzar en el
proceso de construir una rebelión ciudadana pacífica es enorme pero estos son
los tiempos que le toca vivir al país.
No hay ningún consejo sencillo para dar
acerca de cómo enfrentar la represión de un régimen corrupto y atemorizado
frente a la posibilidad de perder el control de Venezuela, un país, el de
todos, al que sienten como su hacienda grupal. Solamente que será necesaria una
combinación de mucho temple y mucha inteligencia para navegar estos oscuros
tiempos.
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