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sábado, 15 de febrero de 2014

En mi jardín pastan los héroes, por @jeanmaninat

JEAN MANINAT viernes 14 de febrero de 2014
@jeanmaninat

Así tituló una de sus primeras novelas, Heberto Padilla, el poeta cubano que con un pequeño y maravilloso poemario, Provocaciones, desencadenó la furia de Fidel Castro y disipó el encantamiento de la intelectualidad internacional de izquierda con la revolución cubana. Producto de la indigestión que le causaron esos cuantos versos, el líder cubano espetó el huesito de pollo que lo tenía atragantado y con el rostro congestionado: "dentro de la revolución todo; fuera de la revolución nada", todavía repica como una de las amenazas más tenebrosas contra la libertad de pensamiento y palabra. Eran tiempos de héroes y no de escritos vanos, de grandes batallas y enfrentamientos por venir, de hombres "viriles" dispuestos a ofrendar sus vidas para enfrentar al imperialismo yankee.

Los héroes son cosa de temer, no conocen el miedo, son arrojados frente al peligro, buenos para las arengas y sobre todo para enviar a sus pares al sacrificio, mientras ellos se guardan para ejercer el papel de héroes que suponen les depara la historia. Los menos aptos para el oficio mueren en el intento y son recompensados con estatuas de yeso que nadie contempla. El pobre de Aquiles, el más apuesto y valeroso de los guerreros de la mitología griega, pavoneaba frente a Troya su talante heroico,  sin saber la sorpresa que albergaba en su talón y que pasaría a la historia como un símbolo de la fragilidad de todo lo humano, aún de raíz divina.

Venezuela es un país poblado de héroes desde su infancia. Quizás de allí provienen sus desgracias. (Uno nunca ha visto a Bolívar representado sobre su caballo blanco, mientras la bestia abreva o pace tranquilamente. ¡No! Siempre está incansablemente agitada, haciendo cabriolas sobre dos patas).

En el campo de la oposición democrática ha prendido una disposición heroica. Provista de la grandilocuencia requerida, plena de frases altisonantes que celebran al bravo pueblo, sus gestas históricas; pero con poca pegada hacia una parte determinante del pueblo real: el otro país que no logra convencerse de las razones opositoras. Se ha dejado rodar, sin querer queriendo, la conseja de que un sector de la oposición propondría esperar de brazos cruzados hasta las elecciones parlamentarias del 2016 para actuar. Mientras algunos, más aguerridos, tomarían la calle hasta forzar #LaSalida por las vías que contempla la Constitución, gracias a una imparable bola de nieve tropical de asambleas de calle que forzarían al Gobierno a rendirse, constitucionalmente, ante tan adversas circunstancias. ¡Inshallah!

Y uno se pregunta qué pensarán alcaldes como Carlos Ocariz, quien ha ganado con trabajo diario su reelección en Sucre; diputadas regionales como Verónica Barboza, pateando calles en Miranda buscando soluciones para las comunidades. O la alcaldesa de Maracaibo, Eveling Trejo, quien tiene que redoblar esfuerzos para laborar bajo acoso gubernamental; o el gobernador de Lara, Henri Falcón, empeñado en hacer un gobierno regional para todos; o el diputado de la AN, Edgar Zambrano, en un peregrinar continuo abogando por la libertad de los presos políticos. O los alcaldes de Valencia, Nueva Esparta y Barinas. Por no hablar de Capriles en Miranda, para no herir susceptibilidades.

¿Se mantendrán de brazos cruzados hasta el 2016?

Esa es la fuerza tranquila que requiere de tesón y trabajo para responderle a sus electores, sí, votantes, muchos de ellos seguramente de simpatía chavista titilante y a los que no se les puede ofrecer seguridad, soluciones habitacionales, empleos y educación en la campaña electoral, y luego entregarles asambleas de calle para gritar consignas entre convencidos. Se necesita mostrarle al otro país, con esfuerzo y acciones concretas: que es posible vivir de otra manera. Esa es la ardua tarea que se requiere para  mantener la opción opositora como una fuerza con capacidad de crecer, de romper los diques que la separan de ser una opción contundente, finalmente portadora de la mayoría del sentir popular. Ese es el trabajo de hormiga, lento y constante, en condiciones difíciles, que puede impulsar un movimiento popular sólido y potente para propiciar un cambio. Sin eso, la calle no tiene destino, salvo el humo, los muchachos presos y los heridos.

En mi jardín pastan los héroes.


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