JEAN MANINAT viernes 14 de febrero de 2014
@jeanmaninat
Así tituló una de sus primeras
novelas, Heberto Padilla, el poeta cubano que con un pequeño y maravilloso
poemario, Provocaciones, desencadenó la furia de Fidel Castro y disipó el
encantamiento de la intelectualidad internacional de izquierda con la
revolución cubana. Producto de la indigestión que le causaron esos cuantos
versos, el líder cubano espetó el huesito de pollo que lo tenía atragantado y
con el rostro congestionado: "dentro de la revolución todo; fuera de la
revolución nada", todavía repica como una de las amenazas más tenebrosas
contra la libertad de pensamiento y palabra. Eran tiempos de héroes y no de
escritos vanos, de grandes batallas y enfrentamientos por venir, de hombres
"viriles" dispuestos a ofrendar sus vidas para enfrentar al
imperialismo yankee.
Los héroes son cosa de temer, no
conocen el miedo, son arrojados frente al peligro, buenos para las arengas y
sobre todo para enviar a sus pares al sacrificio, mientras ellos se guardan
para ejercer el papel de héroes que suponen les depara la historia. Los menos
aptos para el oficio mueren en el intento y son recompensados con estatuas de
yeso que nadie contempla. El pobre de Aquiles, el más apuesto y valeroso de los
guerreros de la mitología griega, pavoneaba frente a Troya su talante
heroico, sin saber la sorpresa que
albergaba en su talón y que pasaría a la historia como un símbolo de la
fragilidad de todo lo humano, aún de raíz divina.
Venezuela es un país poblado de héroes
desde su infancia. Quizás de allí provienen sus desgracias. (Uno nunca ha visto
a Bolívar representado sobre su caballo blanco, mientras la bestia abreva o
pace tranquilamente. ¡No! Siempre está incansablemente agitada, haciendo
cabriolas sobre dos patas).
En el campo de la oposición democrática
ha prendido una disposición heroica. Provista de la grandilocuencia requerida,
plena de frases altisonantes que celebran al bravo pueblo, sus gestas
históricas; pero con poca pegada hacia una parte determinante del pueblo real:
el otro país que no logra convencerse de las razones opositoras. Se ha dejado
rodar, sin querer queriendo, la conseja de que un sector de la oposición
propondría esperar de brazos cruzados hasta las elecciones parlamentarias del
2016 para actuar. Mientras algunos, más aguerridos, tomarían la calle hasta
forzar #LaSalida por las vías que contempla la Constitución, gracias a una
imparable bola de nieve tropical de asambleas de calle que forzarían al
Gobierno a rendirse, constitucionalmente, ante tan adversas circunstancias.
¡Inshallah!
Y uno se pregunta qué pensarán
alcaldes como Carlos Ocariz, quien ha ganado con trabajo diario su reelección
en Sucre; diputadas regionales como Verónica Barboza, pateando calles en
Miranda buscando soluciones para las comunidades. O la alcaldesa de Maracaibo,
Eveling Trejo, quien tiene que redoblar esfuerzos para laborar bajo acoso
gubernamental; o el gobernador de Lara, Henri Falcón, empeñado en hacer un
gobierno regional para todos; o el diputado de la AN, Edgar Zambrano, en un
peregrinar continuo abogando por la libertad de los presos políticos. O los
alcaldes de Valencia, Nueva Esparta y Barinas. Por no hablar de Capriles en
Miranda, para no herir susceptibilidades.
¿Se mantendrán de brazos cruzados
hasta el 2016?
Esa es la fuerza tranquila que requiere
de tesón y trabajo para responderle a sus electores, sí, votantes, muchos de
ellos seguramente de simpatía chavista titilante y a los que no se les puede
ofrecer seguridad, soluciones habitacionales, empleos y educación en la campaña
electoral, y luego entregarles asambleas de calle para gritar consignas entre
convencidos. Se necesita mostrarle al otro país, con esfuerzo y acciones
concretas: que es posible vivir de otra manera. Esa es la ardua tarea que se
requiere para mantener la opción opositora
como una fuerza con capacidad de crecer, de romper los diques que la separan de
ser una opción contundente, finalmente portadora de la mayoría del sentir
popular. Ese es el trabajo de hormiga, lento y constante, en condiciones
difíciles, que puede impulsar un movimiento popular sólido y potente para
propiciar un cambio. Sin eso, la calle no tiene destino, salvo el humo, los
muchachos presos y los heridos.
En mi jardín pastan los héroes.
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