ALBERTO BARRERA TYSZKA 23 DE FEBRERO 2014
“¡Ningún burguesito pendejo le va a
venir a decir a la mayoría de la juventud venezolana cuál es el camino de la
patria! ¡El camino de la patria lo dijo Hugo Chávez el 4 de febrero!”. Eso
gritó el ministro Víctor Clark en Yaracuy, unos días antes del 12 de febrero.
Con ánimo enardecido y con leves inflexiones del tono de voz. Como si hubiera
estudiado oratoria en La Habana. En su discurso, denunciaba el terrorismo y
acusaba de golpismo a los estudiantes que, por cierto, han ganado casi todas
las elecciones en las universidades del país. Pero lo mejor fue su argumento:
la historia ya está definida. Nosotros dimos un golpe de Estado primero.
Jódanse.
El procedimiento perverso que
convierte a las víctimas de una agresión en los culpables de esa agresión va,
todavía, más allá de la criminalización de las protestas. Tiene que ver con un
mecanismo anterior, con la promoción oficial de un concepto: para el poder, la
oposición no es pueblo. Solo se puede ser pueblo desde la fidelidad ciega al
gobierno. Lo demás es ilegítimo. Se trata de un delito en contra de la
nacionalidad: ser de oposición es estar proscrito de la identidad. Por eso,
cualquier protesta está condenada de antemano. Porque el sujeto de la protesta
es alguien que ya no es patria.
Pero a esto, por supuesto, hay que
sumarle el desatino de una convocatoria bajo un nombre que solo produce
confusión y espejismos: “La salida”. Leopoldo López, con habilidad y
aprovechando diferentes malestares sociales, le impuso su agenda al resto de la
oposición. Construyó una efectiva puesta en escena y, ciertamente, realizó un
llamado radical que pretendía paralizar al país. Nada de eso, sin embargo, es
hasta ahora un golpe de Estado. Puede ser un desacierto político, pero no es un
delito. Cuando Chávez salió de la cárcel, en 1994, se cansó de convocar
movilizaciones exigiendo la renuncia inmediata del entonces presidente Caldera.
Y ya no estaba en una intentona golpista. Estaba haciendo política.
El crimen está en otro lado. Pero de
eso no quiere hablar el poder. Hace silencio la Defensoría del Pueblo.
Denuncian conspiraciones sin presentar pruebas. El gobierno siempre presenta
consignas en vez de evidencias. Es sorprendente cómo el oficialismo se ha
entregado a invocar la promiscuidad del Internet. Y es cierto: hay imágenes
falsas, hay imágenes de otro tiempo, de otros lugares… Pero no son todas las
imágenes. Son más bien la minoría. Y eso no puede servir para escamotear el
resto de la realidad. El poder se aferra a la mínima distorsión para
descalificar las denuncias y los testimonios reales de las víctimas. Para
ocultar lo que también ocurre y justificar su brutal agresión. Que Luisa Ortega
Díaz desestime la violencia oficial diciendo que se trata de un grupo de
venezolanos “que no quieren el país” no solo es aterrador sino criminal.
Legitima la represión. Le da, incluso, un valor sentimental.
La tesis del golpe de Estado,
esgrimida por el gobierno ante casi cualquier acción que proponga algún
opositor, es muy útil: culpabilizan a los que marchan y de paso santifican su
castigo. Pero eso deja muertos, heridos, escenas de terror inolvidables…
consecuencias que no se pueden borrar. Las manchas de sangre no se lavan con
retórica.
El origen de la violencia también está
en un Estado sin control, opaco, que insiste en imponer su proyecto. Un Estado
perseguidor, ansioso, empeñado en invadir y ocupar todos los espacios. Porque
no reconocer al otro y acorralarlo es una forma de violencia. La creación de
poderes paralelos es violencia. Burlar los resultados del referéndum de 2007 e
implementar lo que fue rechazado por el pueblo es violencia. Violencia es el
blackout mediático y la negación de papel para la prensa. Que la ministra de
Defensa diga que es chavista es una forma de violencia… La lista podría ser
interminable. No hay conspiración sino defensa de la vida. Mientras la asfixia
sea un plan de gobierno, siempre habrá un pedazo del país luchando para poder
respirar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico