Carlos Malamud 17
de febrero de 2014
El Plan de Pacificación
de Maduro, “por la paz, contra el fascismo y contra el golpismo”, tiene más de
ofensiva contra la oposición que de intento de construir puentes para distender
la conflictividad
Desde la llegada de Hugo Chávez al
poder en 1999, el bolivarianismo ha basado su legitimidad en numerosas
victorias electorales, conseguidas gracias a un considerable respaldo popular.
Su sucesor, Nicolás Maduro, también revalidó su cargo tras su triunfo en unas
elecciones presidenciales, aunque obtenido por un estrecho margen de votos
según la versión oficial. El discurso democrático electoral sigue resultando
funcional para legitimar el proyecto chavista ante la comunidad internacional.
Sin embargo, desde el último cambio de gobierno emergen preocupantes señales
autoritarias.
En el terreno interno y la relación
con la oposición manda la crispación política y social. La esencia del discurso
chavista gira en torno a la “revolución bolivariana” y la construcción del
“socialismo del siglo XXI”, pese a que en Venezuela no se ha producido ninguna
revolución, más allá de las proclamaciones rituales. Así se olvidan los
argumentos electorales. En la defensa de la revolución eterna el opositor se
convierte en enemigo y se destierra del léxico oficial cualquier forma de
diálogo. Como hubo una revolución, según el discurso bolivariano, sólo el
gobierno, encarnación de la voluntad popular, puede ganar elecciones.
Cualquier pretensión opositora de
desplazar al chavismo mediante las urnas es denunciada como desestabilizadora
(destituyente en la terminología kirchnerista) o presentada como un potencial
golpe de estado. En sus diez meses de presidente, Maduro ha denunciado una
docena de intentonas sin presentar ninguna prueba. Sólo algunos gobiernos
amigos lo respaldan, como han demostrado en esta última ocasión Argentina y
Bolivia.
La polarización es una de las armas
favoritas del populismo latinoamericano. La utilizaba Chávez y abusan de ella
sus sucesores. En su último discurso Maduro señaló: “En Venezuela no hay tres,
cuatro o cinco opciones, sólo hay dos modelos que se enfrentan. Uno es el de
los que sabotean la economía, le quitan el alimento al pueblo, manipulan a los
jóvenes. Y el otro es el de los que queremos trabajar, de los patriotas”. Otra
vez la vieja antinomia peronista de patria y antipatria rescatada por el
discurso bolivariano: todo el que no está con Chávez es un enemigo, un traidor
a la patria.
Ahondando aún más en la idea, resultan
de interés ciertas opiniones de Maduro tras los sucesos sangrientos de la
semana pasada. Algunas fueron vertidas en la gubernamental “Marcha por la vida
y por la paz”, supuestamente convocada con ánimos pacificadores. Sin embargo,
en dicho acto, el presidente anunció que determinados barrios de Caracas de
mayoría opositora se quedarían sin metro y metrobús durante las próximas
jornadas.
En lugar de ofrecer a los principales
líderes de la oposición un canal abierto para un diálogo institucional
constructivo, respondió con amenazas de cárcel y descalificaciones. Amagando
con su “mano de hierro” cargó contra Leopoldo López, ex alcalde de Chacao. Tras
acusarlo de ser el responsable de los últimos disturbios y de solicitar orden
de captura en su contra, calificó al líder de Voluntad Popular (VP) de
“Cobardito, porque ni siquiera llega a cobarde, que es lo que son los
fascistas”.
El Plan de Pacificación de Maduro,
“por la paz, contra el fascismo y contra el golpismo”, tiene más de ofensiva
contra la oposición que de intento de construir puentes para distender la
conflictividad. Por eso el presidente apuntilló: “¡Vamos a darles calle a los
que quieren calle! ¡Calle y más calle para que haya paz y más paz, patria y más
patria! Llamo a todo el pueblo a la calle para garantizar la paz”, para luego
concluir: “Ni un milímetro de debilidad, ni un segundo de vacilación… ¡Que se
vayan para el carajo con su fascismo, que se vayan para el carajo y nos dejen
construir patria!”.
La postura de Diosdado Cabello,
presidente de la Asamblea Nacional y en la práctica número dos del oficialismo,
es tanto o más radical que la de Maduro. Es sobradamente conocida su opinión
tras su reelección al frente del Parlamento, cuando proclamó que el chavismo no
caería “en el cuento del chantaje del diálogo” con la oposición: “¿Cuál
diálogo, diálogo de cúpulas?, no lo queremos, me niego rotundamente. No me
reúno con fascistas vende patrias, me reúno con el pueblo en la calle”. A esto
agrega su aparición regular en la televisión pública, conduciendo el programa
“Con el mazo dando”.
Tras la muerte del líder del
“colectivo” chavista 23 de Enero, Cabello acusó a los dirigentes opositores de
orquestar los graves incidentes de la semana pasada, recordándoles que “el
pueblo de Venezuela les queda grande y nunca van a gobernar este país”.
Nuevamente la idea de la imposibilidad de la alternancia en el sistema político
venezolano.
En relación con los “colectivos”,
grupos paramilitares que respaldan al chavismo y sostienen una parte importante
de la movilización popular en los barrios más pobres, y con bastantes
conexiones con la delincuencia común, Maduro hizo una advertencia contundente:
“Si alguien que lleva franela roja [el color chavista]) saca un arma en la calle
para atacar a otro, ¡ese no es chavista!”.
Llama la atención el pronunciamiento
del presidente en un momento tan caldeado como éste. Podría deberse al temor de
ciertos sectores del gobierno, en especial la FANB (Fuerza Armada Nacional
Bolivariana), de verse desbordados por grupos radicalizados y fuertemente
armados. A esto se suma la más que delicada coyuntura económica con duras
medidas de ajuste a aplicar en los próximos meses, algo difícil de impulsar en
este clima de conflictividad. El futuro de Maduro está en juego mientras
Cabello sigue maniobrando a la espera de su momento.
La oposición también se encuentra
atrapada en su laberinto particular. Mientras algunos sectores son partidarios
de acumular fuerzas y aumentar el respaldo popular para las próximas
elecciones, otros prefieren la confrontación abierta y una línea más dura. La
coyuntura es delicada. Heinz Dieterich, el otrora “ideólogo” del chavismo,
llamó a crear un “gobierno de salvación nacional” ante el difícil momento de
Venezuela, incluyendo a Henrique Capriles. No parece que por ahora estén dadas
las condiciones para una solución de ese tipo.
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