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miércoles, 19 de febrero de 2014

Protestas y crisis en Venezuela

Carlos Malamud 17 de febrero de 2014

El Plan de Pacificación de Maduro, “por la paz, contra el fascismo y contra el golpismo”, tiene más de ofensiva contra la oposición que de intento de construir puentes para distender la conflictividad

Desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, el bolivarianismo ha basado su legitimidad en numerosas victorias electorales, conseguidas gracias a un considerable respaldo popular. Su sucesor, Nicolás Maduro, también revalidó su cargo tras su triunfo en unas elecciones presidenciales, aunque obtenido por un estrecho margen de votos según la versión oficial. El discurso democrático electoral sigue resultando funcional para legitimar el proyecto chavista ante la comunidad internacional. Sin embargo, desde el último cambio de gobierno emergen preocupantes señales autoritarias.

En el terreno interno y la relación con la oposición manda la crispación política y social. La esencia del discurso chavista gira en torno a la “revolución bolivariana” y la construcción del “socialismo del siglo XXI”, pese a que en Venezuela no se ha producido ninguna revolución, más allá de las proclamaciones rituales. Así se olvidan los argumentos electorales. En la defensa de la revolución eterna el opositor se convierte en enemigo y se destierra del léxico oficial cualquier forma de diálogo. Como hubo una revolución, según el discurso bolivariano, sólo el gobierno, encarnación de la voluntad popular, puede ganar elecciones.

Cualquier pretensión opositora de desplazar al chavismo mediante las urnas es denunciada como desestabilizadora (destituyente en la terminología kirchnerista) o presentada como un potencial golpe de estado. En sus diez meses de presidente, Maduro ha denunciado una docena de intentonas sin presentar ninguna prueba. Sólo algunos gobiernos amigos lo respaldan, como han demostrado en esta última ocasión Argentina y Bolivia.

La polarización es una de las armas favoritas del populismo latinoamericano. La utilizaba Chávez y abusan de ella sus sucesores. En su último discurso Maduro señaló: “En Venezuela no hay tres, cuatro o cinco opciones, sólo hay dos modelos que se enfrentan. Uno es el de los que sabotean la economía, le quitan el alimento al pueblo, manipulan a los jóvenes. Y el otro es el de los que queremos trabajar, de los patriotas”. Otra vez la vieja antinomia peronista de patria y antipatria rescatada por el discurso bolivariano: todo el que no está con Chávez es un enemigo, un traidor a la patria.

Ahondando aún más en la idea, resultan de interés ciertas opiniones de Maduro tras los sucesos sangrientos de la semana pasada. Algunas fueron vertidas en la gubernamental “Marcha por la vida y por la paz”, supuestamente convocada con ánimos pacificadores. Sin embargo, en dicho acto, el presidente anunció que determinados barrios de Caracas de mayoría opositora se quedarían sin metro y metrobús durante las próximas jornadas.

En lugar de ofrecer a los principales líderes de la oposición un canal abierto para un diálogo institucional constructivo, respondió con amenazas de cárcel y descalificaciones. Amagando con su “mano de hierro” cargó contra Leopoldo López, ex alcalde de Chacao. Tras acusarlo de ser el responsable de los últimos disturbios y de solicitar orden de captura en su contra, calificó al líder de Voluntad Popular (VP) de “Cobardito, porque ni siquiera llega a cobarde, que es lo que son los fascistas”.

El Plan de Pacificación de Maduro, “por la paz, contra el fascismo y contra el golpismo”, tiene más de ofensiva contra la oposición que de intento de construir puentes para distender la conflictividad. Por eso el presidente apuntilló: “¡Vamos a darles calle a los que quieren calle! ¡Calle y más calle para que haya paz y más paz, patria y más patria! Llamo a todo el pueblo a la calle para garantizar la paz”, para luego concluir: “Ni un milímetro de debilidad, ni un segundo de vacilación… ¡Que se vayan para el carajo con su fascismo, que se vayan para el carajo y nos dejen construir patria!”.

La postura de Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional y en la práctica número dos del oficialismo, es tanto o más radical que la de Maduro. Es sobradamente conocida su opinión tras su reelección al frente del Parlamento, cuando proclamó que el chavismo no caería “en el cuento del chantaje del diálogo” con la oposición: “¿Cuál diálogo, diálogo de cúpulas?, no lo queremos, me niego rotundamente. No me reúno con fascistas vende patrias, me reúno con el pueblo en la calle”. A esto agrega su aparición regular en la televisión pública, conduciendo el programa “Con el mazo dando”.

Tras la muerte del líder del “colectivo” chavista 23 de Enero, Cabello acusó a los dirigentes opositores de orquestar los graves incidentes de la semana pasada, recordándoles que “el pueblo de Venezuela les queda grande y nunca van a gobernar este país”. Nuevamente la idea de la imposibilidad de la alternancia en el sistema político venezolano.

En relación con los “colectivos”, grupos paramilitares que respaldan al chavismo y sostienen una parte importante de la movilización popular en los barrios más pobres, y con bastantes conexiones con la delincuencia común, Maduro hizo una advertencia contundente: “Si alguien que lleva franela roja [el color chavista]) saca un arma en la calle para atacar a otro, ¡ese no es chavista!”.

Llama la atención el pronunciamiento del presidente en un momento tan caldeado como éste. Podría deberse al temor de ciertos sectores del gobierno, en especial la FANB (Fuerza Armada Nacional Bolivariana), de verse desbordados por grupos radicalizados y fuertemente armados. A esto se suma la más que delicada coyuntura económica con duras medidas de ajuste a aplicar en los próximos meses, algo difícil de impulsar en este clima de conflictividad. El futuro de Maduro está en juego mientras Cabello sigue maniobrando a la espera de su momento.

La oposición también se encuentra atrapada en su laberinto particular. Mientras algunos sectores son partidarios de acumular fuerzas y aumentar el respaldo popular para las próximas elecciones, otros prefieren la confrontación abierta y una línea más dura. La coyuntura es delicada. Heinz Dieterich, el otrora “ideólogo” del chavismo, llamó a crear un “gobierno de salvación nacional” ante el difícil momento de Venezuela, incluyendo a Henrique Capriles. No parece que por ahora estén dadas las condiciones para una solución de ese tipo.


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