PAULINA GAMUS 18 FEB 2014
El vocabulario de
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, se ha limitado a dos palabras: golpe y
fascismo
En las últimas semanas el ya de por si
escaso vocabulario de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela por la gracia de
Hugo Chávez, se ha limitado hasta el hartazgo a dos palabras: golpe y fascismo.
Las protestas estudiantiles del Día de la Juventud (12 de febrero) centradas en
pedir la libertad de estudiantes presos y el respeto a la libertad de
expresión, han bastado a Maduro para denunciar ante el mundo el golpe fascista
que se gesta para derrocar su gobierno. Inmediatamente ha contado con el apoyo
de unos cuantos gobiernos asalariados o incondicionales de su régimen porque
cojean de la misma pata.
Los herederos de Chávez, que han
celebrado con bombos y platillos este 4 de febrero, el 22º aniversario del
frustrado golpe militar de su ídolo contra el gobierno legítimo y constitucional
de Carlos Andrés Pérez, temen que alguien les aplique la misma medicina. ¿Pero
quién o quiénes? ¿Unos estudiantes desarmados? ¿Unos líderes civiles sin acceso
a las armas que se necesitan para derrotar a una fuerza armada politizada,
cubanizada y supuestamente leal al chavismo? Entonces surgen los comodines: el
Imperio yanqui que invadió Panamá para llevarse preso al narcopresidente Manuel
Noriega, pero que desde entonces muestra sangre de horchata ante otros
dictadores del Continente, y el ex presidente colombiano Álvaro Uribe que si
acaso comanda algún grupo armado, debe ser a unos cuantos escoltas a su
servicio. Venezuela, según la obsesión discursiva de Maduro, sería el único
país del mundo en el que un golpe de Estado es perpetrado por civiles
desarmados contra un gobierno que ha invertido muchos billones de dólares en
comprar armas de todo tipo y que además del ejército regular, cuenta con
milicias armadas y con grupos paramilitares.
Vale la pena detenerse un momento en
estos grupos, los Tonton Macout o Camisas Pardas del régimen. Nacieron en
tiempos de Hugo Chávez con el mote de “colectivos” y han servido a lo largo de
quince años para sembrar terror y caos. Fueron los autores de saqueos e
incendios a raíz de la abrupta salida y pronto retorno de Chávez en el sainete
golpista de abril de 2002. Han participado con sus motocicletas y armas de
fuego, en cada una de las incontables elecciones producidas en Venezuela, para
aterrorizar a los electores que hacen filas en los centros de votación.
Disparan contra manifestantes pacíficos y aprovechan para cometer desmanes como
destrozos y desvalijamientos de automóviles. Maduro les ha hecho un llamado
público a deponer las armas, la credibilidad de esa invocación va a la par de
la supuesta agresión sufrida por funcionarios chavistas a manos de los
estudiantes que manifestaban. Uno de los “agredidos” fue presentado en cadena
nacional por el insuficiente Maduro, con un collarín colocado al revés y con
una mano que fue aplastada por los malvados estudiantes, pero que por algún
milagro del candidato a beato José Gregorio Hernández, podía mover con la
agilidad de un prestidigitador. La verdad es que esos colectivos ya no
responden a Maduro ni a ningún otro de los títeres manejados desde el más allá
por el egregio comandante inmortal. Son grupos delincuentes que actúan por su
cuenta y a su antojo. El chavismo creó un monstruo paramilitar que ahora es
incapaz de controlar.
Con la esperanza de haber aclarado el
tema del golpe que le roba el sueño al presidente Maduro, debemos pasar al del
fascismo de sus opositores. Sería interesante que algún curioso de esos que
disfrutan en coleccionar records, contara la cantidad de veces que la palabra
fascista ha sido pronunciada por el susodicho. Suponemos que para la gran
mayoría de los televidentes y radioescuchas venezolanos, fascista debe ser el
equivalente a delincuente, mafioso, criminal, golpista, facineroso. No le vamos
a exigir a una población cuyo curriculum muestra graves carencias por tres
lustros de mediocrización educativa, que tenga noticias ni remotas de lo que
fue el fascismo. Veamos algunas características de esa ideología y comparemos:
El fascismo clasifica a las personas según su pertenencia a un grupo. Los
buenos son quienes están conmigo y los demás son el enemigo. Exacerba
sentimientos de miedo y frustración colectiva mediante la violencia, y los
desplaza contra un enemigo común, real o imaginario, interior o exterior, que
actúa como chivo expiatorio. Utiliza como armas la desinformación, la manipulación
del sistema educativo y destruye la voluntad popular transformándola en
idolatría por el caudillo. El fascismo es militarista y practica un
nacionalismo exacerbado que identifica tierra, pueblo y estado con el partido y
su líder.
Por si cabían dudas acerca de la
vocación fascista del régimen que Nicolás maduro heredó de Hugo Chávez con
fascismo incluido, los últimos acontecimientos la ratifican de manera
indubitable: la manipulación mediante la mentira sistemática, difundida en
cadenas diarias por el presidente, contrastada con al cerco mediático que sufre
la oposición. Los periódicos se han quedado sin papel y ya no circulan o lo
hacen de manera muy disminuida. El bloqueo de canales de televisión
internacionales como el canal NTN24 de Colombia, las multas, la persecución y
las amenazas que han provocado la autocensura de los pocos medios televisivos y
radiales que aún están en manos privadas. Venezuela está hoy a oscuras en todos
los sentidos: en el literal porque gran parte del país permanece durante horas,
diariamente, sin energía eléctrica. En el otro, casi también literal, porque
solo una minoría con acceso a Internet y a redes sociales como Twitter, puede
estar informada de lo que ocurre en su entorno. Muchos se han quejado de la
indiferencia de los países vecinos ante el avance de Maduro hacia una dictadura
sin caretas. Nada de extrañar después de ver a todos esos jefes de Estado
acudir a La Habana para rendir pleitesía a los hermanos Castro y hacerse la
vista gorda con la más anciana y cruel dictadura del continente.
Aún así, Maduro está asustado, sus
incesantes cadenas llenas de los lugares comunes en que se han transformado sus
insultos, acusaciones y amenazas a la oposición, son evidencia de inseguridad y
miedo. Por escasas que sean sus luces, tiene que saber que el peligro no está
en unos estudiantes armados con gritos y pancartas ni en una dirigencia
opositora sin medios para comunicarse con la gente. El peligro está en una
fuerza armada a la que ya no encuentran como halagar pero que en su mayoría
sufre como el resto de la población, escasez de alimentos y medicinas, carestía
y el acecho del crimen homicida en cada esquina. El peligro está en ese pueblo
que hasta ahora ha aceptado con estoicismo, ser la víctima más inmediata de la
violencia criminal y del desabastecimiento de productos básicos, pero que puede
hartarse en cualquier momento. Ya lo dijo Mao Zedong tan admirado por estos
seudocomunistas: una chispa puede incendiar la pradera.
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